Las estaciones del Vía Crucis lorquino estaban marcadas con hornacinas (huecos o nichos) rectangulares realizadas en las fachadas de las viviendas donde se situaban. Y en su interior se mostraban litografías de las distintas escenas de la Pasión del Señor. Las hornacinas estaban enmarcadas y protegidas con una puertecita de madera y cristal. Todas ellas fueron sustituidas por las actuales, bajorrelieves de piedra artificial. Coincidió con la demolición de sus inmuebles y la construcción de nuevas viviendas.

Las hornacinas callejeras e imágenes devotas se colocaban desde la época medieval –como relata el investigador José Antonio Ruiz Martínez en un artículo sobre ellas en la revista Alberca– en las puertas de entrada de los recintos amurallados, «en la creencia de que bendecían y preservaban las ciudades de epidemias, adversidades y peligros, ya que el resguardo que ofrecían los gruesos muros de tapial o forrados de piedra que las rodeaban no eran suficiente, necesitando de la protección espiritual de santos y vírgenes y de sus poderes sobrenaturales que la devoción popular les otorgaba».

Se tiene constancia de la colocación de estas imágenes a partir del siglo XVI, pero muy probablemente se utilizaran en siglos anteriores. Son «indicadores de una mentalidad devota y tienen la función de sacralizar el espacio urbano», apunta Ruiz Martínez, quien hace referencia a algunas hornacinas desaparecidas a través de un párrafo del escrito Habladurías, del pintor y escritor lorquino Manuel Muñoz Barberán: «Frente a la casa familiar, había una hornacina con una figura de San Liborio; allí la calle daba vuelta, para mirar hacia la fuente del Ibreño». Y añade más adelante: «En la misma esquina de la talabartería y a la altura de ciertos balcones de hierros muy adornados y retorcidos, se abría una hornacina con imagen de la Soledad o las Angustias acaso».