Testigos de la degradación del medio marino, diversas especies han servido hasta ahora a la comunidad científica como ‘centinelas’ que alertan sobre las concentraciones de diversos contaminantes que llegan a la masa de agua o a los sedimentos del fondo marino. En el Mar Menor, investigadores del Instituto Oceanográfico Español con sede en San Pedro del Pinatar han estudiado la presencia de metales pesados, contaminantes orgánicos y otros tóxicos en dos especies: las caracolas de mar y los pepinos de mar.

Hasta ahora, los estudios de vertidos contaminantes y su presencia en especies se habían focalizado en la cubeta sur del Mar Menor, zona de alta presencia de metales pesados. Por primera vez el IEO ha realizado un análisis de contaminantes, no solo de metales si no también los que proceden de entornos urbanos, de toda la laguna para conocer los puntos de vertido, los niveles de concentración en especies y su presencia en la cadena trófica. Es decir, estudiar si los niveles de estos tóxicos aumentan cuando una especie marina consume a otros organismos que captan esos contaminantes.

Los berberechos, al igual que los mejillones u ostras, logran filtrar una gran cantidad de agua, por lo que integran en su organismo los contaminantes que llegan hasta el medio marino. Y, ¿quién se alimenta de esta especie? «Las caracolas consumen estos bivalvos, que ya contienen un nivel importante de metales y contaminantes orgánicos, y hemos comprobado que estos aumentan su concentración cuando pasan a un siguiente nivel de la cadena trófica, es decir, a la caracola», señala Víctor Manuel León, científico del IEO. Este proceso se llama biomagnificación.

Esta especie no tiene depredadores en la laguna por lo que el paso de estos tóxicos de una especie a otra se corta ahí, apunta el investigador, pero sí señala que los niveles del plomo o el cadmio en algunas muestras obtenidas sí superaban los niveles permitidos. Los criterios ambientales de referencia para comparar los valores de tóxicos en especies como esta no están regulados, por lo que los investigadores han empleado lo que la directiva europea establece para el consumo, «aunque no es cuestión de crear alarma porque las caracolas no se consumen», advierte León.

En las caracolas han detectado presencia de hidrocarburos aromáticos policíclicos procedentes de la combustión del petróleo que llega vía transportes, entornos urbanos o por las embarcaciones; otros tóxicos procedentes de la actividad industrial que llegan por aire, o de plaguicidas organoclorados, que aunque su uso está prohibido en la agricultura desde hace años se empleó tanta cantidad de ellos que aún continúan en el sedimento marino y en las especies.

Respecto al pepino de mar, los científicos lo descartaron como un centinela «ya que o no acumula bien estos niveles o desprecia parte de los contaminantes». Ahora, el IEO se centra en estudiar estos tóxicos en peces como el mújol.