A mediados del mes pasado, la Policía Local de Mazarrón se movilizaba a un domicilio de la localidad tras recibir un aviso por parte de los vecinos: había alguien intentando robar en la vivienda. Cuando llegó la patrulla, sorprendió a un sujeto saliendo de la casa en cuestión, aunque con un botín que distaba bastante de lo que suele aparecer en estas ocasiones: el hombre llevaba latas de atún claro, un paquete de azúcar y una batidora, entre otros enseres domésticos. Al ver lo que había cogido, se presupuso que esta persona no había robado con ansia de enriquecerse de forma ilícita, sino por pura y dura necesidad.

Miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado en la Región consultados por este periódico mostraron su temor de que se produzca un repunte de este tipo de hurtos, tanto en viviendas como en tiendas de la Región, como consecuencia de la situación sobrevenida por la covid: hay mucha gente que ha perdido su empleo por la pandemia y, por tanto, tiene más dificultades para comer o alimentar a su familia.

El abogado murciano José Manuel Hernández Benavente comenta que «en los casos de hurto famélico la principal complicación para el letrado defensor es acreditar el estado de precariedad, penuria o indigencia». «No vale con la mera estrechez económica, se necesita acreditar que no existían recursos o que se han agotado todos los posibles en la esfera personal, profesional y familiar», desgrana el experto.

El abogado murciano Hernández Benavente. R. D. C.

«En caso de probar estas circunstancias, se entiende que el hecho se llevó a cabo para salvaguardar un bien jurídico superior como la vida o la salud, por lo que no sería objeto de reproche penal», manifiesta el letrado, al tiempo que admite que «a día de hoy, y a consecuencia de los fuertes medios de protección social públicos y privados, como comedores sociales y bancos de alimentos, es muy difícil acreditar ese estado de necesidad insalvable».

De uno de esos recursos sociales se hace cargo la Fundación Jesús Abandonado, cuyo director, Daniel López, comenta que, aunque «el momento peor fue en mayo o junio, porque no llegaba ningún tipo de ayuda» para las personas que se había quedado en paro o en ERTE, a día de hoy, «al margen de las personas sin hogar y las que van de paso, hay un grupo de unas 70 personas que están esperando a ver cómo se resuelve esto» y ahora mismo no tienen otro remedio que hacer uso del comedor social. Estas personas «no tienen nada que ver con la exclusión social», detalla López.

Preguntado por el perfil de estos usuarios, Daniel López detalla que tienen «en torno a unos 55 años y son principalmente hombres, en muchos casos sin cargas familiares, que están esperando a ver si se reactiva el sector servicios principalmente». Antes de la covid eran «camareros, cocineros... entran y salen de sus trabajos y de la fundación», detalla el director de la misma. En el comedor de Jesús Abandonado dan de comer a alrededor de 260 personas cada día, «hasta familias con menores».