En 2017, M.F. entró en prisión, concretamente en la de Campos del Río, para cumplir un condena por agresión sexual. Un preso común, como otros, en cuyo historial no se apreciaban vínculos con el terrorismo yihadista. Pero no logró escapar al "ojo" de unos funcionarios que atisbaron indicios de radicalización suficientes para que la Guardia Civil le detuviera.

Detuvo también en esa misma operación a otros dos: M.A., que cumplía condena por homicidio, detención ilegal, robo con violencia, lesiones y delitos contra la salud pública, y K.B., condenado por robo con fuerza, falsificación de documento público, estafa y robo en casa habitada.

Ninguno de los tres había ingresado en la cárcel por delitos relacionados con el yihadismo, aunque sí violentos, pero llegaron a radicalizarse y a crear un grupo para reclutar en el ámbito penitenciario a otros internos en la defensa de la causa del Dáesh.

Una radicalización contra la que lucha Prisiones con un plan que en la actualidad tiene sometidos a control a 223 internos en las cárceles dependientes de la administración central, según los datos facilitados a Efe por Instituciones Penitenciarias.

De ellos, 107 pertenecen al Grupo A (preventivos o condenados por yihadismo), 44 al Grupo B (no condenados por terrorismo pero posibles captadores o reclutadores) y 72 al Grupo C (vulnerables a la captación), Mientras, unos 30 presos yihadistas inician cada año un programa de desradicalización que, según las fuentes, lo concluyen muy pocos.

DE RADICALIZARSE A RADICALIZADOR

Los tres detenidos por la Guardia Civil la pasada semana no se conocían de nada, incluso tenían orígenes distintos: un marroquí y dos argelinos, precisamente de dos nacionalidades históricamente enemistadas.

Y los tres coincidieron en la misma prisión, la de Murcia II, como recuerdan a Efe fuentes próximas a la investigación.

Una investigación que comenzó tras una pelea en la cárcel que se saldó con la agresión a un interno, que sufrió una fractura. No se trataba de una pelea más, como vendría siendo habitual. Podría haber algo detrás.

Y, efectivamente, se llegó a la conclusión de que los tres presos habían agredido al otro interno porque se negó a formar parte del grupo que habían formado para captar adeptos a la causa del Dáesh tanto dentro como fuera de la cárcel.

A raíz del suceso, Prisiones trasladó a M.F. a la cárcel de Daroca (Zaragoza) y a los otros dos, que compartían módulo, les separó.

Precisamente, M.F., que ejercía de líder, había sido clasificado como preso FIES (una clasificación de los internos más peligrosos o conflictivos) después de que los funcionarios observaran la "deriva" del interno hacia comportamientos y actitudes "compatibles con un proceso de radicalización".

Los comentarios a otros presos o los problemas que empezó a manifestar con la dieta alimenticia encendieron las alarmas de los funcionarios, cuya cooperación y profesionalidad está siendo fundamental en las investigaciones.

M.F. se acercaba a los reclusos primero para explicarles sus postulados religiosos, pero después, "cuando cogía cierta confianza", su discurso pasaba ya a la defensa del yihadismo radical, según explican a Efe las fuentes consultadas.

Muchos presos huían de él, pedían cambio de módulo e, incluso, daban cuenta a los funcionarios de esa actitud del marroquí.

Sí le prestaron atención los dos argelinos, que "entraron a su juego" y compartieron con él horas de patio, rezos y postulados radicales.

¿QUÉ LLEVA A UN PRESO COMÚN A RADICALIZARSE?

No hay una respuesta única para esta pregunta. En el caso de los tres detenidos, los investigadores no ha encontrado nada en su vida anterior a la cárcel que les pudiera dar una pista o señal de los motivos por los que llegaron a radicalizarse

Pero las fuentes consultadas sí recuerdan a Efe que, como han podido comprobar en otros casos, los internos que profesan el islam saben que delitos graves como por los que estaba condenado M.F. -agresión sexual- están considerados muy graves y están muy mal vistos en su entorno.

Por eso, muchas veces abrazan la fe con la esperanza de expiar sus pecados y acuden en busca de alguien que les oriente. El peligro llega cuando ese mentor está radicalizado, añaden las fuentes.

Otras veces, se trata de perfiles "vulnerables" en los que los captadores se fijan, conscientes de que reúnen las condiciones para un fácil adoctrinamiento.

De los numerosos testimonios recabados durante la investigación se deduce que el grupo formado por esos tres presos tenía si propio "modus operandi", que comenzaba con el acercamiento a reclusos para que dentro o fuera de prisión formaran grupos radicales que actuaran para la causa de la yihad.