"Me siento como una princesa cuando entro en el piso, con mi cama, mi baño, agua caliente y comida...". Lourdes tiene 61 años y por primera vez en su vida lleva en el bolso unas llaves de casa. Ha vivido las últimas décadas en la calle, cobijada la mayor parte de las veces bajo los puentes de la autovía, cerca del semáforo en el que aún pide dinero por las mañanas porque no sabe hacer otra cosa, según confiesa.

Nació en Toledo, emigró a Montpellier (Francia) siendo una niña y allí conoció a su maltratador, con el que tuvo dos hijos y del que huyó para evitar que la matara. A su regreso a España se instaló en Parla (Madrid) con su madre y, al poco tiempo, con un billete de tren que le compraron, viajó a Alicante y después a Murcia, donde lleva casi 30 años.

A finales de enero accedió a participar en el programa Vida Autónoma, de la orden hospitalaria de Jesús Abandonado, y el 1 de febrero pasado empezó a vivir con Caridad, otra de las usuarias de esta fundación religiosa que procura la integración de los más desfavorecidos a través de su acceso a la vivienda como puerta de entrada a la dignidad personal, y pasarela de retorno a la sociedad.

En una visita a algunos de los pisos, cuyas ubicaciones se omiten para preservar la intimidad de los usuarios y garantizar, en algunos casos, su seguridad, la educadora social y coordinadora del programa, Sandra Muñoz, explica que no se trata solo de procurarles una vivienda digna, sino de acompañarles en un proceso de reeducación en habilidades básicas y cualificación profesional, con la asistencia de psicólogos, educadores y trabajadores sociales, entre otros profesionales, para facilitar la inserción social y laboral de los usuarios.

"La vivienda dignifica, es la que hace que una persona se incorpore a la sociedad y al empleo, y la experiencia es muy positiva. El año pasado, por ejemplo, la mitad de los usuarios finalizaron el programa de forma positiva adquiriendo una vida completamente autónoma", subraya Muñoz antes de precisar que disponen de 11 viviendas con 38 plazas y un número muy elevado en lista de espera porque los recursos son limitados y las necesidades asistenciales van en aumento.

Caridad, la compañera de Lourdes, llegó hace un año a la Fundación Jesús Abandonado y no podía hablar. "Solo lloraba y lloraba", dice la educadora social en presencia de esta mujer menuda, que a sus 59 años escucha tímida en el sofá los halagos sobre la brillante evolución personal que ha protagonizado en muy pocos meses.

Cuando se decide a hablar, cuenta que es hija de un maltratador, que enviudó de un hombre que casi la mata a golpes y que llegó a Murcia desde Torre Pacheco, porque su madre le pidió que lo hiciera si no quería morir. Allí dejó a sus cuatro hijos con el padre y la suegra y dos de ellos fueron dados a los servicios sociales sin que lo supiera.

En Murcia se enamoró de nuevo y volvió a ser víctima de la violencia machista. Dice que no tiene miedo porque su maltratador tiene una orden de alejamiento y que su experiencia de vida puede ser útil a las jóvenes que confunden el amor con la posesión.

Caridad va a un centro de día de la Fundación por las mañanas, cocina para ella y Lourdes "porque ella sale a trabajar al semáforo" -precisan entre bromas estas dos mujeres- y espera ansiosa que pase la pandemia para reencontrarse con su hijo, Ginés, después de 21 años de ausencia.

"Solo quiero decirle que no me he olvidado de ella"

El 24 de diciembre pasado Sandra la llamó para informarle de que su hijo había contactado con la Fundación días atrás y que, después de varias averiguaciones, estaban convencidos de que era realmente él. El joven quería decirle "que la quería y que no se había olvidado de ella. Nada más y nada menos que eso", proclama.

"Fue una gran Nochebuena, la verdad", recuerda risueña Caridad, que sueña con reencontrarse con él, regalarle un reloj, una pulsera a su nuera y merendar con ellos café y pastas en El Corte Inglés.

Según el testimonio de las trabajadoras del programa, no hay perfiles definidos en la exclusión. Muchos provienen de experiencias violentas, como ambas mujeres, otros tienen antecedentes delictivos o pasados de grandes adicciones, y la mayor parte de las veces comparten una clara falta de red social o familiar.

"La vida merece mucho la pena, pero es dura, frágil, y puede cambiar en un instante si no estás asistido por tu red o te pilla en un momento de debilidad. La salud mental juega un papel importantísimo en todo ésto", explica también a EFE Carolina López, una de las integradoras sociales de Jesús Abandonado implicada en el proyecto.

"Cuando eres adicto a lo malo, la vida no es ordenada nunca"

José Manuel dejó la droga el día que entró en esta institución católica. "El día que llegué a Jesús Abandonado le di la pipa a María", la trabajadora social que le había conocido en la calle. Es un hombre guapo, de ojos claros, nacido en 1973 en Granada y que ya intentó desengancharse cuando tenía 16 años. El problema, confiesa, es que era "adicto a lo malo, y cuando eres adicto a lo malo la vida no es ordenada nunca".

Sin trabajo y dedicado en exclusiva a buscar dinero para drogarse, José Manuel llevaba tres años durmiendo debajo de un árbol. Dejó la droga él solo, "harto de esa vida", porque las adicciones le llevaron por dos veces a prisión, le robaron "muchas cosas que no se pueden recuperar", como la infancia de sus hijos, y le apartaron de la sociedad.

Baja la mirada cuando habla y sonríe con los ojos cuando sus educadoras le piden orgullosas que presuma de lo que ha conseguido. "Bueno, me sorprende muchas veces mi actitud porque ha dejado de gustarme lo malo y antes era lo primero para mí, era realmente mi vida", explica sin detallar, por ejemplo, que está preparando la prueba de acceso para estudiar un grado de Integración Social y "echar una mano".

"Puedo ser un ejemplo para los transeúntes", dice humilde alguien que hasta hace nada era uno de ellos.

Desde el programa se enseñan habilidades de comunicación y resolución de conflictos, de empleo del dinero y de manejo de una casa, además de impulsar el regreso a las aulas en muchas ocasiones o acompañar en la tramitación de pensiones, permisos de residencia o incluso solicitudes de asilo político, como la que está pendiente de conseguir Allan, de Honduras, uno de los últimos en llegar a un piso en el que convive con dos marroquíes.

Procedente de San Pedro Sula, una de las ciudades más peligrosas del mundo, sobrevivió a dos secuestros en la frontera de México con Estados Unidos por los que su hermana tuvo que pagar 10.000 dólares al cartel de Los Zetas, que le retuvieron durante más de un mes las dos ocasiones con otra treintena de personas en un cuartucho de no más de 30 metros, sin ventilación y durmiendo en el suelo con los zapatos como almohada.

Allan era comercial de Pepsi en su país y también trabajó para Motos Pulsar; llegó a España hace menos de dos años y busca un empleo "en lo que sea", aunque en menos de dos meses empezará a formarse como carnicero.

En el área de Vida Autónoma, de Jesús Abandonado, hay cuatro viviendas para inmigrantes extracomunitarios en situación de exclusión, sin problemas de adicción ni de salud graves; otras tres para hombres que, por sus características personales, pueden desarrollar habilidades de convivencia en grupo; dos pisos para personas sin hogar, con o sin problemas de enfermedad mental y con posibles patologías crónicas; una para exreclusos, y otro para mujeres sin problemas graves y con necesidades moderadas de apoyo social y educativo para su reinserción.

En este arranque de 2021, Jesús Abandonado trabaja con cerca de 40 usuarios del programa de autonomía a través de la vivienda. Son 38 historias de esperanza en el presente, que se desarrollan la mayoría de las veces al margen del entorno personal de sus protagonistas para dejar atrás las debilidades del pasado.

"Conozco a mucha gente en mi situación", asevera con voz firme otro usuario temeroso por dar su nombre, un nacionalizado español que confiesa tener una "historia de fracaso personal única en España", consecuencia de que siempre fue "aventurero, y amante del riesgo" y que no permite que trascienda pese a la hora larga de conversación en el piso en el que inicia una nueva vida, tras años de trabajo como sindicalista, primero, y como empresario de éxito después.

Llegó a Jesús Abandonado derivado del hospital y narró un pasado tan opuesto a la exclusión que hubo de ser contrastado por los profesionales asistenciales de la institución benéfica para evitar fraudes. En absoluto es la primera vez que ocurre ésto -según precisan- porque también aquí existen clichés y mucho miedo a reconocer y afrontar la fragilidad vital.