Ya no recibiré, cada cinco de enero, el poema del gran poeta oriolano ‘Las abarcas desiertas’ que nos enviabas, ‘compañero del alma, compañero’.

Te has ido, pero me lamo las heridas pensando que nos dejas demasiadas preguntas que aún nos tienen que responder, si somos capaces de seguir cuidando tu legado, nunca morirás, si somos capaces de hacer los deberes que nos has mandado, nunca te olvidaremos.

Nuestro último paseo me tiene agarrado por el cuello mientras me zarandea el alma. Hace apenas un mes, ibas agarrado a mi brazo por Platería, quedamos en hablar, como así hicimos, con Jose Alberto Pardo, director de La Opinión, sobre tu nuevo proyecto: ‘Transparencia a pie de calle’. Estabas feliz, tu hijo había superado esta maldita enfermedad que finalmente te ha llevado junto a tu admirada y amiga Esther Arizmendi, y me relatabas como había ido tu declaración ante el juez por aquel caso de cuando un medio de comunicación te presionó, y tú, una vez más, te revolviste contra la injustica, y como habías encontrado seis millones de euros desviados en una institución regional, tu cabeza era un volcán, pero no expulsaba lava y fuego, ni odio ni rencor, sino respuestas a tantas preguntas.

Estoy seguro que si existe vida más allá, Esther, te tendrá preparado un plan de trabajo para preguntarle a Dios o a quien sea, demasiadas preguntas. No sé si existe Dios, tú ya lo sabes, pero si existe, mejor que encargue a cualquiera de sus discípulos que cree el Departamento de la Transparencia. Estos no te conocen.

Te escribo este artículo mientras el corazón me sacude tu último artículo. Ya no podré leerte todo lo que tenías que decir, pero si releerte, y escudriñar cada consejo, cada caricia que hacías a la democracia y al derecho a saber. Has recorrido esta región por ayuntamientos e institutos, llamando a puertas y conciencias, abriendo zanjas y limpiando solares llenos de trampas y malas hierbas, mientras cuidabas de los tuyos cada día, y nos has enseñado que la sociedad no debe callar sino preguntar.

Aún retumba en la Asamblea tu intervención en aquella inútil Comisión para la Reconstrucción, donde todos callaron cuando encendiste las luces de nuestro futuro y casi todos se asustaron cuando les dijiste que iban desnudos.

Ya no podremos seguir escribiendo juntos tus nuevas aventuras, amigo Pepe, y si no seguimos ahora haciendo camino nosotros, la culpa será nuestra.

Tu amiga Esther, en este caso Clavero, ¡cuanta gente te quería!, tenía mil proyectos contigo, ahora, ni ella es alcaldesa ni tú estás con nosotros. Pero estoy seguro que si no es mañana será dentro de un tiempo, alguien pondrá tu nombre a una cátedra o a un proyecto.

Nadie ha hecho por la transparencia en esta Región más que tu, durante años te convertiste en una piedra en el zapato para unos, y en un referente intelectual y moral para otros, en un pepito grillo para el poder, y en una inspiración para la rebeldía. Poca gente ha influido tanto como tú en una sociedad.

Tú ultimo mensaje me decía desde tu habitación del hospital: ‘Muy mala noche. Y un fuerte episodio de falta de oxígeno. Es todo muy duro. Me duele mucho lo que está pasando con Esther’.

Un manotazo duro, un golpe helado,

un hachazo invisible y homicida,

un empujón brutal te ha derribado.

Hoy tu muerte, amigo Pepe, me ha despertado.