Cuando a José Alfonso Nicolás, enfermero, fisioterapeuta y director técnico de la residencia El Amparo, le dijeron que tenía coronavirus, decidió confinarse en el centro, ubicado en la pedanía murciana de Santo Ángel, para así poder seguir con su labor como sanitario y administrativo del lugar, ya que se encontraba asintomático. «Fue el mayor acierto que he tenido, quedarme dentro, poder colaborar y estar cerca de los mayores», comenta Nicolás, comprometido, a LA OPINIÓN.

Todo comenzó cuando «el 5 de enero, de regalo de Reyes, nos tocó el coronavirus». Lo primero que hicieron fue trasladar al hospital a los residentes más vulnerables, «para evitar que el brote se extendiera». «El día 8 de enero di yo positivo», apunta el director del centro, que se vio en un brete: «llevo toda la parte de administración y gestión sanitaria, yo veía que, si salía del centro, no podría hacer mi labores. Además, soy fisioterapeuta y enfermero», manifiesta. A la situación se unía «el temor de que siguiesen cayendo compañeros», y es que, al día siguiente de saber él su contagio, «dos enfermeras más dieron positivo».

El fisio, en la residencia. Israel Sánchez

Nicolás, nacido hace 36 años en Molina de Segura, se ofreció entonces para «quedarme dentro del centro, para realizar las labores de enfermería con personas ya contagiadas», por lo que quedó ‘confinado’ en la planta de positivos, donde trabajaba, comía y dormía. «Al principio había poquitas personas, teníamos 18 residentes en la planta. 43 residentes teníamos en ese momento y se fueron contagiando poco a poco», rememora el hombre, que contó con el apoyo de un equipo de la Consejería de Salud, que iba mandando personal al lugar. Destaca la labor de «la doctora Margarita Gisbert, que era la que llevaba la gestión médica».

Su madre, orgullosa

Durante los veinte días que pasó sin salir de la residencia, «el estar dentro me permitía hacer las videollamadas con mi teléfono a los familiares» de los contagiados, algo que «les daba mucha cercanía y tranquilidad», ya que, debido a la covid, no estaba permitido que los internos recibiesen visitas.

«En una de las habitaciones dormía, comía y hacía la vida. Me subían mi bandeja, igual que a todos», rememora José Alfonso Nicolás, que, gracias al móvil, «todas las noches hacía videollamada con mi madre, mi pareja y mis amigos». Su madre (que también se contagió de covid, aunque lo superó y está bien) le dijo que «no sabía si lo que estaba haciendo era de valientes o de locos, pero que estaba muy orgullosa de que estuviese allí, cerca de los mayores, y de que no los dejase en ningún momento». Ese amor de madre, al otro lado del teléfono, llenaba de fuerzas a un sanitario que valora «el trabajo en equipo, el compañerismo» para sobrellevar una situación adversa.

Dado que era «asintomático totalmente», el enfermero pudo trabajar «al cien por cien» y dejarse la piel con los mayores confinados, como él, en la residencia, que registró varios fallecimientos, lo que Nicolás recuerda como «los momentos más duros».

«Tenías que llamar a los familiares, decir que había empeorado», rememora este profesional, aunque prefiere pensar en los instantes buenos, «cuando mejoraban, sentían la felicidad de haber superado el coronavirus».

Muchas veces los abuelos «te animaban a ti, estaban ahí», sostiene el joven molinense, al tiempo que precisa que «lo más duro para ellos fue sacarlos de sus habitaciones y llevarlos a la planta covid». Y es que hay algo que ha hecho más daño que el virus en sí: «lo que más les ha desgastado ha sido estar encerrados tanto días en una habitación, ahora necesitan una rehabilitación a todos los niveles», sentencia José Alfonso Nicolás, que apostilla que «ahora nos vendría bien una partida para hacerles una rehabilitación, con terapeutas y animadores socioculturales, algún tipo de terapia que permitiese volver a estimular a los mayores».

En El Amparo «ahora mismo ya hemos terminado el brote, a partir de los 14 días sin contagios se considera superado», celebra el director técnico, que este viernes por la mañana veía cómo se administraba la vacuna a los residentes. «Hemos puesto ahora la primera dosis a los que tuvieron el virus», explica.

Con optimismo, el centro organizaba el jueves «una pequeña fiesta en el jardín, con aperitivo, música y juegos, para que los abuelos se vayan estimulando poco a poco», subraya José Alfonso Nicolás. En la residencia de Santo Ángel hay ahora mismo 36 internos: el más mayor tiene 99 años y el más joven 66.

El director técnico y sanitario quiere poner en valor «la historia de los abuelos» e incidir en que «no debemos abandonarlos. Han luchado todos estos años para salir adelante». «Nos han dado lecciones de vida», sostiene.