Ansiedad, depresión, estrés postraumático, insomnio o trastorno cognitivo son algunas de las secuelas que deja entrever la covid en un porcentaje muy significativo de pacientes graves que han superado la enfermedad, a pesar de que existe poca literatura científica sobre estas consecuencias porque las dos primeras oleadas de la pandemia se centraron en estudiar principalmente los daños en el sistema pulmonar.

El jefe de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Hospital Morales Meseguer de Murcia, Andrés Carrillo, pone de manifiesto la importancia de estas señales hasta ahora relegadas a un segundo plano, y subraya que una vez transcurrido casi un año de la llegada de los primeros pacientes de coronavirus está complemente constatado que tiene efectos en los sistemas pulmonar y muscular, pero también, «y mucho», a nivel neuropsiquiátrico.

De hecho -explica- el 23,1 por ciento de enfermos postcovid tiene estrés postraumático, el 23% ansiedad (una circunstancia que comparten el 33% de familiares de primer orden) y otro 11,5% son tratados en consulta por depresión, que afecta también al 16 por ciento de allegados, según datos del servicio de psiquiatría del Morales Meseguer.

La preocupación de este intensivista por el bienestar emocional de los enfermos le llevó al principio de la pandemia a derivar a los pacientes, en su alta de UCI, a las consultas externas de Psiquiatría del hospital en un protocolo médico sin precedentes en el sistema sanitario murciano, que continúa en esta tercera oleada y que ha servido para sacar a la luz la evidencia de estas patologías psiquiátricas.

El miedo a morir

«Evidentemente hay mucho miedo en estas unidades y la estancia por coronavirus, si es muy grave, se prolonga mucho en el tiempo. No hay que alarmar, pero la realidad es que muchos sufren estrés postraumático porque están en una situación límite», explica el director de la UCI del Morales Meseguer, uno de los dos hospitales públicos del casco urbano de Murcia que tiene 37 enfermos ingresados en Cuidados Intensivos, cuando su capacidad es para 18.

Según narra, de la experiencia de la pandemia han aprendido a tratar, por ejemplo, los delirios que muchos pacientes de larga estancia por coronavirus llegaban a desarrollar en las semanas primeras de esta crisis sanitaria, de ahí que ahora algunos estén «sedados, aún estando despiertos», para aliviar la carga emocional que sufren a consecuencia del temor a no superar la enfermedad, la inquietud por los que están fuera y las molestias por los aparatos que les ayudan a respirar.

«El coronavirus está demostrado que altera el carácter neurológico del paciente y que afecta al sistema nervioso central. No estamos hablando solo de sus pulmones o de la pérdida de músculo, sino de problemas de memoria, de sueño, de temores ...», de ahí que se requieran técnicas y tratamientos diferentes a los usos de intensivistas y enfermeros expertos en cuidados intensivos para lograr la recuperación total del enfermo cuando abandone el hospital.

Andrés Carrillo explica que cuando los ingresados del Morales Meseguer salen de la UCI son sometidos a tres test neurológicos para medir la ansiedad, la depresión y el estrés postraumático, respectivamente, y es a partir de esos resultados cuando se empieza a trabajar en la unidad de Psiquiatría con los enfermos y, en una gran mayoría de casos, también con sus familiares más cercanos por el sufrimiento colateral que padecen éstos ante el miedo a la pérdida.

«La covid 19 ha generado una crisis sanitaria, económica e indudablemente también de salud mental», opina este experto, que dirige las cuatro unidades de Cuidados Intensivos existentes ahora en el hospital, tres de ellas para coronavirus y la cuarta para otras patologías, y que están escaladas en función del nivel de gravedad de los ingresados.

Andrés Carrillo explica que los ancianos suelen ser los pacientes más graves a todos los niveles puesto que la edad es un factor «absolutamente determinante», se enfrentan a hospitalizaciones prolongadas -de una media de 22 días- y forman parte en su mayoría del 30 por ciento de enfermos en UCI que llegan a ser intubados. «Hacemos todo lo posible para evitar la intubación y lo conseguimos en un 70 por ciento de los casos, pero otras veces es la única solución», advierte.

Rubén Bimanuel es uno de los enfermos a los que ha visitado en las últimas horas Andrés Carrillo porque conoce lo que es estar ingresado en la UCI de mayor gravedad. Ahora ha pasado a otra unidad, para menos graves, y confía en seguir recuperándose para que lo trasladen cuando antes a planta y, de ahí, a Alguazas, el pequeño municipio donde vive con su mujer y sus hijos.

Tiene 38 años, ha perdido 12 kilos en una semana y aún no se explica cómo se contagió de la covid-19. «Vivimos casi autoconfinados al cien por cien desde marzo del año pasado. No tengo patologías previas, soy joven, no fumo y guardo todas las medidas de seguridad posibles», explica desde la cama del hospital, en cuya Unidad de Cuidados Intensivos para pacientes muy graves ingresó directamente desde la puerta de urgencias hace dos semanas.