Llegó en 1912 a la Isla del Fraile y la abandonó en 1920, poco después de terminar la Gran Guerra que llenó Europa de muerte y desolación. Su estela, un siglo después, sigue presente en el islote aguileño, al cual salvó del expolio, seguramente sin pretenderlo.

En El Fraile ahora mismo no vive nadie. Su último morador fue un inglés extraño (´Don Hugo', lo llamaban, aunque lo llamaban de lejos, porque este personaje, sospechoso de haber sido espía en la Primera Guerra Mundial, no se relacionaba con nadie) que, según se detallaba en el libro Historia de Murcia y Cartagena en pildoritas, de José Vilaseca, murió «sin dejar herencia ni heredero... ni haber pagado un solo céntimo en impuestos, por lo que la isla volvió, de nuevo, a ser propiedad del municipio». Ahora es del Estado. Y esconde, bajo tierra, una historia que se remonta nada menos que al Imperio Romano y que este escocés dejó tranquila en su momento: no tenía interés en excavar, había otros quehaceres.

Siglos antes de que Don Hugo llegase e incluso naciese, la isla fue, durante lo más granado del Imperio, la sede de una importante fábrica de salazones en la que se producía el ´garum sociorum' o ´garum negro', elaborado con caballa, desde donde se distribuía a la metrópolis, sobre todo en los siglos IV y V.

En septiembre del año 2020, las excavaciones arqueológicas realizadas por expertos de la Universidad de Murcia en la isla aguileña propiciaban el hallazgo de los restos de una necrópolis islámica y de construcciones romanas en «un estado de conservación excepcional», confirmaba entonces el director del Museo Arqueológico de Águilas, Juan de Dios Hernández. Las excavaciones llevadas a cabo por expertos de la UMU han permitido encontrar también un almacén romano de época tardía formado por ánforas procedentes del norte de África, algunas de las cuales contenían restos de pescado.

E n cuanto a qué papel desempeña Don Hugo (que en realidad era un noble escocés llamado Hugh Pakenham Borthwick) en esta trama, es que simplemente no hizo nada: no prestó nunca demasiada atención al entorno arqueológico de la isla a que le habían mandado a espiar (según se decía, oficialmente era un diplomático rico), lo que permitió que el yacimiento se salvase del expolio. Y que a día de hoy aparezcan tesoros en las excavaciones que se hacen.

El escocés estaba más preocupado de lo que pasaba en el mar que de lo que había debajo de la tierra: miraba al muelle y se dedicaba a anotar el nombre de los barcos y las banderas que llevaban. Historiadores, testigos y archivos coinciden en que el espía avisaba a su enlace cuando un barco alemán o de un país neutral cargaba mineral de hierro.

Hace ya más de cinco años que el Ejecutivo autonómico declaraba Bien de Interés Cultural (BIC) con categoría de Sitio Histórico la Isla del Fraile. El citado José Vilaseca indica que el nombre es por la colonia de focas monje (o focas fraile) que había en el lugar, aunque el último ejemplar desapareció en el año 1979.

El Fraile tiene una superficie de 62.000 metros cuadrados y un entorno subacuático de 177.000 metros cuadrados. Seguramente esconde gran cantidad de tesoros que habrá que excavar.