En el año 2000, con apenas 24 o 25 años, Sonia Navarro atravesó las puertas de la antigua iglesia desacralizada de Verónicas. Lo hizo con su incipiente obra debajo del brazo, pero acompañada de un buen puñado de jóvenes artistas que comenzaban a despuntar en los albores del nuevo siglo: Javier Pividal, Miguel Fructuoso, Nico Munuera, Salvador Torres, Eduardo Balanza, Ana Galván, Gelen Alcántara, Isabel Jiménez... «Muchos de ellos han finalizado recientemente sus estudios o están aún matriculados en la Facultad de Bellas Artes, por lo que serán, con toda probabilidad, parte del arte murciano de un futuro que empieza hoy, en este milenio que ahora inauguramos», apuntaban entonces, de manera casi profética, las comisarias Mara Mira e Isabel Tejeda, responsables de una muestra que se tituló Germinal y en la que la artista lumbrerense exhibía, entre otras piezas, «unos zapatos de adoquín que te impiden caminar».

Pues bien, todo apunta a que Sonia nunca recogió aquellos zuecos; a que los dejó allí, a la entrada de una de las salas más emblemáticas de Murcia, como quien deja su calzado junto al felpudo nada más entrar en casa. Y por eso ahora, veinte años después, ha podido volver para recogerlos. Eso sí, esta vez sola, como una artista consolidada, sin necesidad de talentos accesorios en los que apoyarse, como una de las creadoras más internacionales de la Región. Pues parece que solo así, con un ariete forjado con la fuerza de la evidencia, se podía derribar el muro de cristal que a ella, como a otras tantas creadoras murcianas, les había impedido cruzar hasta ahora las puertas de Verónicas con su obra debajo del brazo, y sin necesidad de 'escolta'.

Y es que el pasado 7 de febrero, Sonia Navarro (Puerto Lumbreras, 1975) se convirtió en la primera murciana en casi diecinueve años en exponer en solitario en este exponente barroco del arte sacro y monumental de la Murcia del XVIII. Hasta la inauguración de Lindes, camino memoria -que es como se llama la muestra, que puede visitarse en Verónicas hasta el 19 de abril-, había que volver en la hemeroteca hasta 2001 para encontrar a una mujer de la Región dominando artísticamente esta icónica sala: fue con Una historia que no cesa, una retrospectiva de la ya entonces desaparecida Elisa Séiquer, una de las mejores exponentes de la Murcia escultórica del siglo pasado, que no es poco decir... Pero, claro, Navarro ha viajado ligera desde entonces, sin aquellos zapatos que le impedían caminar, y ha alcanzado altas cotas en el mundo del arte contemporáneo. De hecho, no hay que irse lejos: mientras el lector lee estas líneas, ella muestra su obra por vigésimo año consecutivo en ARCO, feria que pisó por primera vez (como creadora) cuando aún siquiera había terminado sus estudios en la Universidad de Granada.

«Aquellos comienzos los recuerdo con ilusión... Muchísima, pero no con más que la que tengo ahora», recuerda, al otro lado del teléfono y desde su estudio en Madrid, una «feliz» Sonia Navarro. Y es que lleva unos meses de no parar, lo que en su caso, más que una merma de fuerza, parece provocar un mayor azogue creativo. Habla de esos primeros años de cierto «vértigo» por adentrase en un mundo (el del arte) que todavía no conocía; de su vinculación a ARCO y a la «familia» que Nacho Ruiz y Carolina Parra han creado en torno a la murciana galería T20, y, claro, de Lindes, camino memoria, una «instalación total» -asegura que entiende la muestra más como «un todo» que como una sucesión de obras- en la que establece un diálogo con la iglesia conventual de Verónicas para cuestionar las relaciones históricas de poder y de género y reflexionar sobre el papel que han jugado las mujeres en el ámbito doméstico y del arte.

Y es que esta muestra es «el resultado de veinte años de carrera», y este es un mensaje que ha acompañado a la lumbrerense desde sus primeras piezas, como demuestran los zuecos de adoquín o Palmete, una de sus creaciones más emblemáticas, realizada junto a las esparteras de Blanca para Manifesta ?? y que ahora, doce años después, recupera para Lindes, camino memoria. «Siempre he tenido claro el mensaje que quería llevar con mi trabajo, y me ha dado igual que éste estuviese o no presente en la sociedad», responde cuando se le cuestiona acerca de su compromiso feminista, patente hoy y patente, hace veinte años, en Germinal. «Es lo que creía que tenía que hacer y es lo que he ido haciendo en este tiempo», sentencia Navarro, que incluso en su forma de trabajar -y casi de manera inconsciente- deja constancia de sus raíces y de férrea voluntad de visibilizar a la mujer, especialmente la del mundo rural.

«Siempre me interesaron esas labores del hogar entendidas como 'femeninas' -explica-; esas señoras de pueblo a las que no se les ha tenido nunca en cuenta y que, sin embargo, derrochaban amor por lo que hacían cuando nadie les dio a elegir: por ser mujeres debían saber coser y, en la mayoría de los casos, no podían estudiar porque alguien decidía por ellas que tenían que bordar», lamenta la artista, que ya en su etapa universitaria guardaba aguja e hilo junto a pinceles y óleos. «Uno se expresa con lo que tiene a mano, y yo llevo cosiendo desde que tengo memoria. Es algo con lo que me he criado, que he visto hacer, no solo a las mujeres de la casa, sino también los hombres de mi familia, que cosían los sacos para la almendra. La costura era algo que estaba en nuestra forma de vida», aclara la murciana, que aunque desde hace casi veinte años reside en Madrid, siempre se ha mantenido «yendo y viniendo»: «Para mí Puerto [Lumbreras] es muy importante; cada poco necesito volver y estar con mi gente», dice. Por suerte para ella, hace mucho que dejó el lastre (y la huella) de aquellos zapatos de adoquín a las puertas de Verónicas.