Ser camionero en medio de la pandemia del coronavirus es una actividad de alto riesgo. Estar todo el día en la carretera supone una exposición constante al virus. Pero el sector del transporte, considerado esencial, asumió esa responsabilidad que tiene y nunca bajó los brazos. No lo hizo cuando el pasado mes de marzo, en un abrir y cerrar de ojos, sus camioneros se encontraron que no tenían un sitio donde comer ni un aseo al que recurrir. De repente se hizo la noche más cerrada. El miedo atenazó a la población y los transportistas, que tienen en un área de servicio o un restaurante ese hogar alternativo necesario para poder descansar y reponer fuerzas, se encontraron tirados en la calle. Solos en medio de una multitud confinada.

Durante las largas semanas de confinamiento tuvieron que buscarse la vida, consiguiendo un bocadillo o un café a hurtadillas gracias a algunos restaurantes que tenían las persianas levantadas por la puerta de atrás para darles servicio aun sabiendo que se exponían a una fuerte sanción por ello. Ni en los supermercados podían ir al baño. Pasadas unas semanas, en algunas zonas de España abrieron zonas de descanso provisionales que aliviaron un poco la situación. En la Región se pusieron en marcha dos, una en el estadio Nueva Condomina y otra en el campo de fútbol de Lorca, el Artés Carrasco, la primera por iniciativa del club Real Murcia, y la segunda a través del Ayuntamiento de la Ciudad del Sol.

«Fue muy duro», recuerda Vicente Joaquín Ferrer Martínez, de la división en Holanda de la empresa murciana Grupo Fuentes. «Ocurrió de sopetón, como si llegas a tu casa y te encuentras una explanada donde antes estaba», dice. El ritual de los camioneros quedó roto en añicos: «Cada conductor, según la ruta que esté haciendo, tiene sus sitios de parada o el restaurante donde comer o cenar, pero de repente nos encontramos con todo cerrado, no podíamos ni ducharnos en un área de descanso. Cuando llegábamos a los almacenes tampoco podíamos ni entrar a un servicio porque los habían cerrado por la pandemia. Mirabas a todos los sitios y todo el mundo tenía sus servicios básicos, pero nosotros, que estábamos dando asistencia a la población, no los teníamos, estábamos abandonados. Todos los trabajos son importantes, pero mi casa es el área de descanso o el almacén donde cargamos y descargamos. Hasta eso nos quitaron», relata este camionero que prefirió no ir a su casa durante varias semanas «por el miedo a pillar el virus y contagiar a mi familia. Le dije a mi empresa que me dejara en Holanda».

Las compañías de transporte tuvieron que poner en marcha nuevas medidas para dar asistencia a sus trabajadores: «Los camioneros de Grupo Fuentes podemos estar agradecidos porque nuestra empresa, desde el minuto uno, nos proporcionó todo lo que necesitábamos, como gel y mascarillas, pero había otros compañeros que no tuvieron esa suerte y yo les he dado porque estaban abandonados», dice.

Muchos restaurantes se arriesgaron a una sanción por abrir sus persianas para dar de comer a los camioneros solo por responsabilidad social: «Muchos se la jugaron para darnos de comer y es un gesto que hay que agradecer. Algunos compañeros no tenían comida porque no podían ni comprarla. Los restaurantes nos sacaban una bolsa con una coca cola, un bocadillo y un café sin que nadie se enterara y tenemos que estar agradecidos a todos los que lo han hecho», comenta.

El problema de la desinformación y el miedo se fue diluyendo conforme avanzaba la pandemia. Ya en la segunda ola todo fue diferente «porque ya teníamos más información, lo llevamos de otra manera, pero al principio fue un caos total», dice un camionero que hace habitualmente la ruta entre Holanda y Gran Bretaña, que ha tenido que cruzar el Canal de la Mancha en un vagón atestado de camioneros, arriesgándose al contagio. Hoy en día aún sufren a diario las restricciones para poder ir a un baño porque «la gente tiene miedo y no se complica la vida», dice un trabajador que lamenta que «ha faltado humanidad con la gente que nos dedicamos a los servicios básicos».