Son cientos de pequeñas y medianas empresas de Murcia las que se asoman al borde del abismo. Desde la Federación del Comercio de la Región de Murcia, presidida por Carmen Piñero, presagia el desastre en el pequeño comercio: «La Navidad es nuestro último cartucho, como no se venda ahora, enero será una hecatombe». Los aforos reducidos y el horario capado a consecuencia de la covid, los alquileres altísimos «equivalentes a un sueldo» y la escasez de ayudas directas de las instituciones, (y si las conceden aún no llegan), son el caldo de cultivo perfecto para devastar al pequeño comercio de la Región. Se enfrentan a la tesitura de agotar sus ahorros y solicitar préstamos para mantenerse, a duras penas, a flote. Los gastos se elevan por el alquiler, la luz, el agua, el gas, la cuota de autónomos, la seguridad social de los empleados más sus sueldos, etc. Lo más que llegan a conseguir es que los dueños de los locales les rebajen la renta.

Carmen Piñero matiza que «el alquiler del local equivale al sueldo de una persona» y que a eso «hay que sumar las retenciones que se les aplica», hace hincapié.

Diego Nicolás, dueño del histórico Comestibles El Churra, situado frente a la parada del tranvía de la Plaza Circular, asevera que gracias a que el local es de su propiedad, heredado de su padre, puede pagar las facturas y tener algo de ingresos: «nosotros no podríamos estar aquí si tuviéramos que pagar el alquiler. Un bajo como este en la zona que estamos costaría 2.500 euros al mes. No nos daría margen para poder afrontar las facturas». El negocio lo fundó su padre en el año 1958 y cuenta que cuando ocurrió el intento de golpe de estado del 23F por el teniente Antonio Tejero «la gente se volvió loca y se metieron a saquear la tienda», pero «jamás hemos vivido algo parecido a la pandemia del coronavirus en los 62 años que llevamos con el negocio familiar».

A través del tiempo se han tenido que modernizar y adaptar a la tecnología. Más ahora por la emergencia sanitaria: «La gente no quiere tocar el dinero y ahora hacemos los pagos por bizum (transferencias inmediatas con el número de teléfono) o con tarjeta», cuenta 'El Churra'. «Estamos sobreviviendo a este huracán gracias al servicio a domicilio sin cobrar un duro. Esto ha hecho que las ventas se incrementen un 20%», señala. Nicolás añade que la presión de las grandes superficies es muy fuerte y que «eso no tiene solución». Además enfatiza que la competencia de la proliferación de bazares orientales le está haciendo mucho daño: «Estamos siendo sustituidos por sus tiendas a base de horas y no tener vacaciones. Ellos venden cuando los demás estamos cerrados. Y eso que nosotros tenemos productos de una calidad insuperable como los ibéricos y las frutas».

Otro pequeño negocio en el centro de la ciudad murciana que hace malabares para subsistir es La Tienda Cajón de Arte. Encarna Bernabé regenta desde hace ya 33 años este local especializado en materiales de bellas artes: «Las clases, en su mayoría, no son presenciales, por lo que no consumen el mismo material». Otros clientes potenciales son las personas mayores que daban clases de pintura en los centros culturales de los barrios. «Durante el confinamiento percibí cero ingresos, pero sí recibimos una ayuda de autónomos». No obstante, Encarna recalca que fue un pequeño sueldo que «no alcanzaba ni para pagar las facturas».

Ella hace memoria y recuerda que esta pandemia es la tercera crisis que padece, la primera en 1992 por el sobrecalentamiento económico y la segunda en 2008 por la burbuja inmobiliaria: «Yo lo que temo es lo venidero porque al haber tanta gente parada influirá muchísimo en el consumo». Bernabé hace hincapié en que los ciudadanos no deberían descuidar el pequeño comercio, que al fin y al cabo son los pequeños empresarios quienes mueven la economía de Murcia: «Si yo gano más podré ir a tomar más cervezas y el hostelero podrá comprar ropa. De esta manera se iría forjando un ecosistema económico».

Al borde del precipicio también se encuentra Janet Sandoya, dueña de Dedales, un modesto negocio de arreglos básicos de ropa, confección, arreglos de prendas de piel y bordados diseñados. El local ha sido traspasado con el mismo nombre desde hace 21 años, estando en manos de Janet desde hace seis. «A pesar de que el mundo se paralizó por más de dos meses, las facturas siguieron llegando como si nada ocurriera», objeta Janet. Cuenta que el dueño del local le perdonó la renta de esos dos meses, pero la luz y los otros gastos siguen reclamando sus pagos, «he perdido el 50% de ingresos por la pandemia y ahora este mes solo percibo ingresos para pagar las deudas del mes anterior más los recargos». Lamenta que solo gana para «pagar los gastos más básicos y lo poco que quedar para alimentar a mis dos hijos adolescentes», siendo madre soltera. Es por ello que ha puestos sobre aviso a sus hijos de que estas navidades serán muy austeras: «Una mesa para comer bien y nada de regalos». Janet alienta a la esperanza a que «saldremos de esta si nos ayudamos entre todos trabajando en común».

En circunstancias similares está Margarita Ramírez de la Pescadería Lisamar, localizada en el barrio céntrico Junterones. Lleva las riendas de la pescadería desde el difícil año 2008. Fue una valiente al emprender con la que estaba por caer en aquel año de crisis económica que duró hasta el 2013. Ella alerta del «poco movimiento que hay en la calle a raíz de la pandemia» y de cómo ha visto mermar los ingresos de su negocio en un 15%. Por su parte, al ser un negocio esencial no tuvo que cerrar en los meses del confinamiento. No obstante «el dinero a penas entraba en la casa porque la gente no salía por miedo». Para más inri, se ve asfixiada por las grandes facturas de la luz y la cuota de autónomos: «tengo muchas cámaras frigoríficas para mantener la mercancía fresca y, además, la cuota de autónomos la han subido y ahora pago 300 euros al mes». A su cargo tiene un empleado «por horas puntuales», pero con los pocos beneficios y con todos los gastos que tiene «casi no da para pagar su seguridad social y su sueldo».

Margarita ha observado que la tendencia de los clientes en la era covid es «hacer la compra de golpe para recargarse y no salir mucho de casa». Apela a las instituciones para que no dejen morir al pequeño comercio y lo fomenten más. Además, hace un llamamiento de auxilio al resto de mortales: «No vayáis a las grandes superficies que tanto oprimen al pequeño comercio».

En la zona de Ronda Norte, la tienda Sarah Moda acaba de abrir recientemente. Sus productos son moda low cost y siguen las tendencias de Instagram o del grupo Inditex. Eva María Martínez, la encargada, señala que antes de la pandemia contaba con diez empleados y que ahora se ha reducido a tan solo tres: «No podíamos responder a los sueldos del personal con tan poca venta». Indica que todos ellos recibieron el Expediente de Regulación de Empleo Temporal (ERTE) con normalidad, pero que «de vuelta a la actividad comercial no pudimos hacer frente a las facturas de luz, agua, la Seguridad Social de todos más sueldos y la cuota de autónomos». Eva entiende que «en mitad de una crisis sanitaria como la que estamos pasando, la ropa pase a un segundo plano y la gente se centre más en comprar productos de primera necesidad como la comida». No obstante, cuenta que siguen luchando día a día y, como forma de atraer a los clientes, hacen ofertas de hasta el 30 por ciento, o alargan dos semanas el Black Friday.

En los barrios la situación también es complicada. La carnicería Marga, ubicada en la Avenida de La Fama, vive con inquietud por estas navidades «anormales» que se nos presentan. Antonio Mata lleva el negocio junto a su mujer desde el año 1985 y sostiene que «la luz es una lacra porque de media pagamos 800 euros al mes y en los meses de verano hasta más de 1.300 euros por todos los aparatos eléctricos conectados que mantienen frescos los productos». A esto se le suma los gastos habituales que conlleva tener la persiana abierta de un negocio. «Nosotros solo percibimos ingresos para pagar facturas. Al cabo de un año, trabajamos cinco meses de gratis sin percibir beneficios reales porque todo va destinado para pagar gastos», manifiesta Mata.

Apela a las instituciones para que regulen los impuestos tan altos de las eléctricas porque considera que «la luz es un bien de primera necesidad». No obstante, él afirma que el negocio «podría haber ido peor», pero que, al dedicarse a una actividad esencial, no le ha perjudicado tanto en la era de la pandemia.