Una de cada cuatro mujeres que han sufrido violencia física, sexual o emocional de sus parejas han consumido medicamentos, alcohol o drogas para afrontar lo sucedido, según datos del Ministerio de Igualdad.Para Isabel (52) esto es una realidad. Siendo madre soltera de un hijo adolescente, esta mujer de la Región de Murcia se enfrentó a una relación complicada que cambió su vida drásticamente. «Lo tenía todo y tuve la desgracia de conocer a la persona equivocada. Me quedé sin amigos, me quedé sin trabajo y casi me quedo sin hijo», explica.

Su expareja la apartó de su pueblo para aislarla completamente de su familia y amigos. «Me sentía muy sola. Pasé de ser una mujer muy fuerte a sentirme como una hormiga, cada vez más pequeña», lamenta.

Isabel cuenta como su expareja la anuló como mujer y empezó a crear una fuerte dependencia por él: «Me decía que no valía para nada, que era una inútil, que quién me iba a querer... y lo peor es que años después todavía me lo sigo creyendo».

Desesperada, decidió empezar a plantarle cara y esto ocasionó que él se pusiera violento, la golpeara y le lanzara toda suerte de objetos a la cara. Es en este momento cuando nos muestra una cicatriz en su oreja izquierda, recuerdo de una de esas brutales agresiones. Aun así, hace hincapié en que las marcas de la piel no le duelen tanto como las que le dejó el maltrato psicológico: «Los moratones desaparecen, pero el machaque emocional no se olvida fácilmente».

Tras quince años de convivencia, fue su hijo el que la ayudó a salir de ese entorno: «Me fui a otra casa para intentar empezar una vida nueva, pero el maltrato psicológico estaba siempre ahí». Es entonces cuando Isabel se siente impotente y comienza a beber «para olvidar». «Mi vida era un infierno: consumía alcohol, no comía, apartaba a la gente de mi lado...», relata.

Su cuerpo dijo «basta» e ingresó muy grave en la UCI. Allí le hablaron de la Fundación Temehi, un centro especializado en mujeres con problemas de adicción que han sufrido violencia de género: «Yo estaba en un pozo muy hondo y, al entrar en la fundación, me di cuenta de que en un lado había una escalera. Empecé a subir y llevo pocos peldaños, pero ya veo el sol. ». «Lo que quiero es llegar arriba», concluye.

Por su parte, Masu (31) tiene que lidiar con su lucha y la de su hija para superar el entorno de violencia en el que estaban inmersas. Madre de dos hijos de distintos padres, ha sido maltratada durante años por parte de los dos.

Tanto ella como sus parejas consumían drogas, lo que llevaba a situaciones muy descontroladas de violencia en el hogar. Cuenta cómo entró en una espiral de dependencia con su última expareja: «Dejé de lado a la familia, sólo me preocupaba por él y no veía que mis hijos estaban sufriendo». Su hija, de diez años, fue la que empezó a alertar a la familia sobre la situación que estaban viviendo: «Yo le restaba importancia y decía que mi hija estaba exagerando».

Su familia y amigos comenzaron a ser conscientes de lo que pasaba y brindaron su ayuda a Masu: «Recibía mucho apoyo de ellos pero yo no quería ver la realiad». Su madre, ante la situación de consumo y violencia constante y la negativa de Masu a denunciarlo, la echó de casa. Ella y sus hijos tuvieron que refugiarse en un centro de acogida. Tras esto, volvió con su expareja hasta que la situación se tornó insostenible. «Finalmente, tuve que denunciarlo porque se aferró a que como me pegaba y yo no denunciaba me tenía en la palma de su mano», explica.Ahora, reside en la Fundación Temehi donde se está rehabilitando del consumo de sustancias y está aprendiendo a gestionar sus emociones: «Estoy aprendiendo a valorarme como mujer». Además, resalta que en que en el centro está trabajando para dar una mejor educación a sus hijos, basada en el respeto y la inclusión.

Raquel (20) es el claro ejemplo de que las mujeres jóvenes también sufren violencia de género. Tuvo una infancia complicada que la llevó a querer salir de casa muy joven. Para ello, empezó a tener relaciones con hombres mayores que ella con los que convivía. Sus exparejas y ella consumían drogas duras que hacían que la situación se fuera de las manos en diversas ocasiones: «Yo en ese momento no lo veía como algo malo, lo normalicé».

La última pareja que tuvo sufría graves problemas de adicción: «Fue el caos de mi adolescencia».

Raquel explica que la normalización fue su perdición. La ausencia de antecedentes de parejas estables y sanas hizo que considerara común el maltrato recibido por sus parejas. Explica que no tenía vida social y que dejó de salir con sus amigas para estar sólo con él. Los celos y la dependencia hicieron que no saliera a la calle a menos que fuera con él. «Estaba en ese mundo y yo pensaba que no tenía solución, que iba a ser así para siempre», lamenta.

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En este punto, decide aceptar la ayuda de su familia e ingresar en Temehi el pasado marzo. Tras la terapia, ha vuelto a su casa para empezar de cero. Cuando le preguntamos por esta nueva etapa se echa a llorar y explica que siente «una satisfacción muy grande». Ahora han cambiado muchas cosas para ella: «La relación con mi familia es maravillosa, hago depore, estudio, tengo metas por cumplir...».

Antes de salir, las educadoras y psicólogas del centro orientan a las mujeres en su nueva vida. Raquel está matriculada en un curso para ser celadora y se está sacando el carnet de conducir. «He pegado un giro de 180º, ahora tengo una vida normal», dice.

Además, aconseja a las jóvenes que estén pasando por la misma situación: «Que no se callen porque cuando quieran hacer algo puede que sea tarde». «Se empieza permitiendo tonterías, como decirte que no te pongas una falda porque vas provocando», advierte, «pero una cosa lleva a la otra». La confianza, dice, es la peor aliada en estas situaciones: «En cuanto empiezas a consentir esas cosas, estás perdida».