«Esto tiene dos partes, la económica, lo que nos faltaba para la muerte súbita como negocio, y la sanitaria, que si se pierde la salud se pierde todo». Jesús Cano, propietario del restaurante Casa Perela de Murcia, se apoya en la pared de la calle, justo enfrente de su local. Mantiene a varios clientes en las mesas de su terraza y acepta con resignación lo que le toca hacer a partir de este sábado. «No queda otra que adaptarse a esta maldita situación y a un enemigo invisible. Alguien ha decidido que somos los que más podemos aportar para que esto termine».

En La Tapa, en la plaza de las Flores, Jesús Ruiz de Lope, camarero, mira de reojo el local que tienen en frente. «Cerró por la pandemia al igual que varios locales de las calles cercanas». El cielo dejaba ayer nubes sobre esta emblemática plaza y también sobre la hostelería. Les quedan dos días con las puertas abiertas hasta que este sábado cierren por orden del Gobierno regional.

Una medida que buscará reducir de forma considerable los contagios pero que no convence a nadie dentro del sector hostelero. Todos replican lo mismo: «Mira cómo están los centros comerciales, los transportes públicos, las clases en los colegios, protesta Vicente Aguado, trabajador de El Pasaje de Belluga en Murcia. En esta particular guerra contra los criterios de Salud Pública, los hosteleros ponen encima de la mesa la prohibición de reunirse personas no convivientes en domicilios que han planteado otras comunidades en España, pero el encaje legal de la medida ha obligado a rectificar a gobiernos como el de Navarra.

El caso es que las fiestas en pisos particulares, en espacios cerrados, botellones en la calle o las reuniones en sitios donde no se cumple ni una sola medida de seguridad enciende, y mucho, a los trabajadores de este sector. « Contamos con todas las medidas de seguridad y todas la recomendaciones sanitarias para frenar el virus», señala Jaime Martínez, propietario del bar Colmao de Cartagena y al que esta medida ha pillado «por sorpresa y con el género comprado para toda la semana».

Otra compañera del sector, Queru Rosique, propietaria del restaurante cartagenero El Viejo Almacén, insiste en que «dentro de dos semanas se darán cuenta de que nosotros no éramos el problema, lo cerrarán todo y nosotros llevaremos ya quince días de pérdidas. Si cierran, que lo cierren todo», exige la hostelera. La esperanza que mantienen los hosteleros está en análisis como los que se hacen en Cataluña, comunidad que ha conseguido estabilizar la incidencia del coronavirus desde que se cerraron bares y restaurantes.

La desesperación llega porque ninguno cree que esta restricción vaya a durar 15 días. Todos señalan que hasta después del puente de la Constitución no van a volver a abrir, «y eso si tenemos suerte», subrayaba un hostelero de Murcia. En confidencia señalan también que algunos negocios llevaban en la última semana aceptando reservas de grupos de personas que llegaban de otros municipios, pese al cierre perimetral, y «aún así por los controles no llegan a venir, y ni siquiera avisan», explica un camarero de un local de la avenida Juan de Borbón de Murcia.

María Isabel Martínez, propietaria del bar Ramallo en el barrio cartagenero de Los Dolores asegura que aunque «está siendo un comienzo difícil», ya que tomó las riendas del negocio hace cinco días, mantendrá en plantilla a sus seis trabajadores y centrará sus fuerzas en los envíos a domicilio ya que es «la única manera de salir adelante».

Muchos miran con escepticismo la opción que el Gobierno regional les da para continuar abiertos. «A pesar de que podamos realizar envíos a domicilio y recoger comida en el local, no será suficiente para paliar la crisis que nos viene», detalla José María Morales, hostelero que regenta Las Termas del Pincho y El Pincho de Castilla. El empresario cuenta con 24 empleados en plantilla entre ambos restaurantes en estos momentos y teme no poder mantener todos los puestos de trabajo en caso de tener que cerrar.

«No es rentable para nada, con los gastos que conlleva un local (alquiler, cargas sociales, cuota de autónomo), las comidas para llevar no es para nada una solución», se queja Miguel Ángel Morcillo, gerente del local Gran Rhin de Murcia. Morcillo mantiene una facturación por debajo del 50% y puede meter a no más de doce personas dentro de su restaurante con un 30% de aforo. «Siempre somos los mismos».

La protesta organizada por los hosteleros ayer por la tarde en Murcia y Cartagena augura unos días calientes por el cierre del sector, que insiste en no ser la principal fuente de contagios y no comprende que se les acabe culpando del aumento de infectados en la Región. «Más que pedir ayudas, lo que necesitamos es que nos garanticen el pago de los ERTE, algunos gastos como alquiler o luz y agua, y ver si podemos mantenernos con las comidas para llevar», sentencia Francisco Manuel Mínguez, de La Tapeoteca de Murcia.