P La UMU retoma ODSesiones con un tema fundamental: Las desigualdades en la sociedad. Las más mediáticas, las que podemos conocer más porque están en boca de todos, son las desigualdades entre hombres y mujeres o en el acceso al trabajo. Pero hay más, ¿qué otras desigualdades no podemos perder de vista?

R La desigualdad es un hecho, un dato empírico. No hay antropología sensata que pueda obviar que los dones, al menos estadísticamente, responden a una distribución aleatoria como la predicha por el modelo probabilístico de Poisson. La naturaleza es terca y afortunadamente no hay dos seres humanos iguales. La desigualdad, como el conflicto, tiene una dimensión positiva, constructiva, de acicate. Pero la desigualdad es también una construcción intelectual que a veces opera como un mínimo común ideológico, acelerador de la homogeneización y laminador de las diferencias entre los hombres o entre los pueblos. No hay desigualdades absolutas. La noción de igualdad, que responde a lo que Ortega y Gasset llamaba Estimativa, es siempre relativa. Pero ese 'Desigualismo' opera como si se pudiese concebir una desigualdad en sí, como variable independiente, a cuya revocación todo pudiera sacrificarse. Y esto no puede ser, porque toda forma de desigualdad está siempre históricamente condicionada. La lucha de los guerreros sociales, y algo sabemos de ello en la Facultad de Trabajo Social, consiste en remover los obstáculos que comprometen la justa igualdad, en dignidad y en derechos. Por otro lado, la desigualdad, tomada en serio, no es solo un relativo, sino que es también una línea, una frontera que se desplaza, un umbral. Se cancela una desigualdad€ pero aparecen otras. Sabemos que aramos en la mar, pero esto no nos desanima. Hay desigualdades enquistadas e invisibles, como la persecución religiosa, particularmente la de los cristianos en ciertas partes del mundo -ni en los púlpitos se habla de ella-, y otras radicales, como la esclavitud, que no ha desaparecido del todo y que, por cierto, ha sido practicada por todas las civilizaciones de la historia, pero que solo la europea prohibió. Tal vez sean menos lacerantes otras formas de desigualdad cotidianas: el trato que se le da a los viejos. ¿Cuántos viven solos? ¿Y las viudas, muchísimas de ellas con pensiones de hambre? Por cierto, aquí tiene una desigualdad inventada no hace mucho: la desigualdad de los españoles marcada por la comunidad autónoma en la que residan€

P ¿Las administraciones públicas están abordando de manera correcta el problema de las desigualdades en España? ¿En qué pueden fallar o mejorar?

R Las administraciones públicas deben asumir la responsabilidad de restaurar los vínculos comunes, respetando las legítimas diferencias. Las políticas identitarias desvían el foco, enfrentan muchas veces a los ciudadanos y crean agravios comparativos con objetivos inconfesables, o sea, electorales. La corrección de los desequilibrios entre regiones, incentivados estos muchas veces por el mismo sistema autonómico, debería contemplar la restauración de un sano principio de subsidiariedad, base, por cierto, de la construcción europea.

P ¿Las minorías están siendo escuchadas actualmente por la sociedad y por los políticos?

R Depende de qué 'minorías' hablemos. Hay una microfísica del poder que empina a unos y desplaza a otros. Después de la Caída del Muro (el de Berlín, no el de las conciencias, que sigue levantado) la distopía marxista-leninista sobrevive explotando la 'diferencia'. Ya no hay un interés de clase que defender, sino una fragmentación de la 'conciencia de clase', repartida en lotes a los representantes de intereses particularistas (animalismo, veganismo y otras bioideologías, cualquier cosa que pueda movilizar a un sector de la población) € Pero es así, como suele recordar Daniel Bernabé, que hemos caído todos en la 'trampa de la diversidad'. Ese 'Diferencialismo' cuestiona, a mayor o menor escala, la integración comunitaria, pues genera una competición desbocada por el reconocimiento, algo que generalmente funge como un privilegio. Si te reconocen como minoría, cuentas. En otro caso, te has vuelto invisible, ingresas en el 'pueblo', te haces mayoría. Y las elites, con un brutal déficit de legitimidad, no gobiernan para la mayoría opresora. Por eso, y respondo a su pregunta, no escuchan a la gente, no la entienden, les molesta. No pisan el suelo, viven en los aviones, metáfora perfecta de su desafección. Pagad impuestos y callad, nos dice la casta globalista. Es la desigualdad fiscal que se impone a los pagadores netos de impuestos.

P Tal y como está planteada la acogida de inmigrantes en la Región y en España, así como sus oportunidades a la hora de tener un futuro laboral y social, ¿se puede considerar que el sistema genera desigualdad para con la población migrante?

R Por supuesto. El sistema es una máquina de producir desigualdades. Unas afectan a la población inmigrante. Otras a la población autóctona, condenada también, como aquella, pero en distinta forma, al desarraigo. Prueba de ello son los problemas de integración y su fruto envenenado: el comunitarismo exacerbado y una fragmentación del espacio público incompatibles con una democracia sana. El fenómeno es mucho más grave de lo que parece, pues en realidad es síntoma del eclipse del espíritu europeo. Desgraciadamente, la experiencia de otros países cercanos pone en duda las posibilidades reales de la integración. Culpar o responsabilizar de ello a la población alógena es una insensatez, pues los inmigrantes no se integran en los pueblos y culturas..., que han dejado de creer en sí mismos. Este es el verdadero drama de Europa, yo diría que de todo el hemisferio occidental.

P ¿Cómo se puede facilitar una migración y una movilidad ordenadas, seguras y que pueda llegar a estar regulada?

R Planificación y buena gestión. Sensatez ante todo y nunca cortoplacismo, actitud incompatible con una política que cuide del bien común. Neutralización política de la inmigración, que no puede ser un constante casus belli en las sociedades europeas, hasta ahora relativamente bien integradas. Por lo que afecta a Europa, particularmente a los países mediterráneos, se agradecería una ampliación del campo de visión: los movimientos de población no son una novedad histórica, ni siquiera en su estado agudo actual, sino un suceso de una regularidad solo en apariencia 'sorprendente', con una frecuencia o un ritmo característicos de los fenómenos biológicos. Gaston Bouthoul, uno de los grandes demógrafos del siglo pasado, no por casualidad tunecino naturalizado francés, le ha dedicado a ese fenómeno páginas luminosas. La dirección del flujo y su intensidad cambia según las épocas, pero el vector se mantiene siempre, al menos en el Mediterráneo. Parece que la demografía es el destino.

P Las mujeres tienen más probabilidades que los hombres de vivir por debajo del 50% del ingreso medio, y si viven en el medio rural, tienen hasta tres veces más probabilidades de morir durante el parto que las que viven en centros urbanos. Este dato refleja dos problemas, la desigualdad de género y la de territorio. En el caso del segundo, qué problemas puede llegar a generar esta desigualdad de vivir en una zona u otra.

R En efecto, la tasa de mortalidad materna está en España en torno al 7 por 100.000 nacidos vivos. No conozco con detalle la variación en función del medio social, pero ya que lo menciona está muy bien que se recuerde que las mujeres también pueden ser madres y que este suele ser uno de los principales factores de discriminación, particularmente en el plano laboral. Todos conocemos a alguna mujer a la que las condiciones laborales han forzado a retrasar sine die una maternidad deseada. O que ha tenido que arrostrar un despido por decidir ser madre. Esto pasa en toda España cada día. ¿Quién lo entiende? Hay otras reivindicaciones femeninas muy justas, pero esta no cede en importancia ante ninguna. Del mismo modo, opera también una segregación, otra de esas desigualdades silenciosas, que se ceba con la mujer de las zonas rurales. Sus desventajas son muchas veces enormes, mayores en todo caso que las de la mujer urbana. Le hablo del acceso a la cultura y a la formación, pues ello determina su libertad de elección ¿Quién las escucha y les da voz? Tal vez el feminismo clásico, pero no el sistémico.

P ¿De qué forma se puede garantizar un crecimiento de los ingresos de los sectores más pobres de la población?

R Altas dosis de Política Social. Todo se resume, en mi opinión, en una pedagogía nacional de alto bordo -un sistema educativo que premie el esfuerzo del alumno, una política de becas generosa, pero exigente, y el reconocimiento del mérito y la capacidad como horizonte- y en una política de acceso a la propiedad, garantía de libertad personal y una medicina muy efectiva contra la proletarización y la dependencia social. Con esos incentivos y la responsabilidad personal, buena parte de los problemas de los sectores más pobres de la población encontrarían su remedio. Ciertamente, este esquema no resuelve todos los casos, pero el paternalismo en política social es un error. Y el error mata.

P ¿Qué leyes o políticas se deben eliminar para erradicar desigualdades y cuáles se deben implantar, sobre todo en materia de medidas fiscales, salariales y de protección social?

R La lucha contra las desigualdades empieza en la escuela, pero en ella hay que igualar siempre hacia arriba. El modelo debe ser la excelencia -lo difícil-, no la chabacanería -lo espontáneo y circunstancial-. Los niños de familias pobres, ellos particularmente, se merecen una escuela elitista, pero de un elitismo del espíritu. No hay que tener miedo a las palabras, pero entiendo las razones por las que en el diccionario de la administración educativa esa palabra tiene que ceder ante esta otra: la excelencia académica. Pero se trata de lo mismo. Las medidas fiscales no son menos importantes, porque la progresividad fiscal funciona a medias o no funciona, produciendo efectos sorprendentemente regresivos (transferencia de los que tienen menos a los que tienen más) o bien puramente horizontales (transferencias de unos pobres a otros pobres). Temo que las políticas laborales y de protección social, que necesitan de un esfuerzo legislativo y presupuestario inaudito, atraviesen un momento de incertidumbre€ Pero «allí donde está el peligro, está también la salvación».