Uno de nuestros grandes problemas como país es que no nos gusta llamar a las cosas por su nombre y nos cuesta demasiado quitarnos de encima ciertos complejos, de inferioridad inclusive. Pandemias aparte, España es nada menos que una de las ocho mayores economías exportadoras del mundo y la cuarta de Europa. Un líder global.

En nuestro caso concreto, la Región de Murcia representa el 3,6 % del total de las ventas españolas al exterior, gracias en buena medida a su sector agroalimentario, y ocupa la novena posición en el ranking autonómico en cuanto a valor comercializado. Además, ha demostrado su fortaleza exportadora desde el inicio de la crisis sanitaria, acusando una caída un 50 % menor que la media nacional.

Por tanto, seamos consecuentes. Que esta es una crisis sin manual de instrucciones es un hecho evidente. Pero, dure lo que dure la recesión que se nos ha echado encima, la única forma de salir de ella será tirando de nuestro potencial exportador.

El actual entorno en el que todos vivimos es complejo, muy complejo, pero no olvidemos que en el mundo de la economía, en el mundo de las empresas y su internacionalización pasamos sin solución de continuidad de lo exacto a lo social, de lo racional a lo emocional, de lo local a lo global. Y por ello debemos de ser muy cuidadosos con los calificativos que utilizamos para describir el punto en el que nos encontramos.

Este ‘virus’ nos ha puesto a todos en estado de alarma, pero la globalización no será una de sus víctimas, por mucho que algunos lo pretendan. Las crisis, siempre lo digo, mueven el mundo. Un mundo cada vez más plano, más conectado. Y la actual, primero sanitaria y ya socioeconómica, nos está obligando a reescribir tácticas y estrategias, pero siempre desde la perspectiva de que el negocio internacional seguirá siendo la clave del crecimiento y la generación de riqueza. Pensar lo contrario no es sino una peligrosa distracción que nos hará perder un tiempo precioso, del que no disponemos.

El negocio internacional supone ya más del 35% del PIB español. De ahí que su reactivación es esencial, y el primer paso para ello es poner el foco en nuestro tejido empresarial. Debemos evitar que echen el cierre empresas solventes y rentables, potenciando su competitividad internacional cuando sea posible y promoviendo su penetración en mercados emergentes, sin depender de esta manera de la anestesiada y adormecida vieja Europa. Medidas que, no se engañen, deben pivotar sobre tres ejes de actuación fundamentales: profesionalización de verdad, dimensión/tamaño coherente, e innovación en todos los planos.

Todo lo demás son ‘brindis al sol’. Y recordemos que una de las mayores lecciones de las pasadas crisis que han aplicado no pocos empresarios que consiguieron sobrevivir fue pensar. Sí, pensar. Tomémonos tiempo para pensar. No ejecutemos decisiones drásticas, ni adquiramos compromisos que no podamos cumplir. Aunque la incomodidad del momento nos invite a actuar con resolución, procuremos pensar a largo, medio y corto plazo, con perspectiva, siempre.

En estos momentos en los que la incertidumbre y el miedo están en alza, e incluso sobrevalorados, debemos recordar más que nunca si cabe que los silencios nunca han sido rentables y que la callada por respuesta acrecienta esa nefasta sensación de parálisis, o de involución incluso, que nos amenaza. Por eso lo digo alto y claro en estas líneas: ayudemos a nuestro tejido empresarial y a su decidida internacionalización. Es un exitoso camino ya conocido. Anticipémonos, de nosotros depende.