Llegó el temido día, el más funesto, el que nadie quería que llegara en la gran familia de la música de tradición oral, el momento de despedir al más grande y longevo mito que nos quedaba en el género de estas músicas. Y digo 'nos' porque hay personas que trascienden su individualidad y se convierten en patrimonio colectivo. Y digo 'temido día' por la edad que tenía ya un cuerpo que no hallaba correspondencia con la vitalidad de su alma, de sus versos, de sus inquietudes, con la fuerza honda de su voz y la frescura de su música, y que nos hacía augurar que su despedida no quedaría muy lejos desde que hace algo más de un año ya no se prodigaba en público, aunque se mantuvo repartiendo alegría hasta que le llegaron las fuerzas.

El Tío Juan se entregaba generoso al gentío que le adoraba, un paisanaje que en los encuentros de cuadrillas se arremolinaba en torno a su persona, admirado por su senectud o por su personalidad, como el que lo hace en torno a lo insólito, a un pedazo de historia viva, un mito, sin dejarle avanzar hacia el merecido descanso del almuerzo. Y él, el Tío Juan plantado en pie en medio de la calle, esperando al retrato, ajeno a la movida del selfie, apoyado en un báculo llamado Javier: «¡A euro la foto! Si cobráramos a euro la foto€», agarrado a la tierra como lo hace el ciprés, un testigo impertérrito de la historia y sus miserias, de la ausencia de los seres amados y que se mantenía firme y paciente, como indiferente al paso de los años, a las tragedias, a las ausencias, a las modas, las décadas y los siglos.

También era temido este día por el estado de orfandad en que quedan varados los aficionados y seguidores de una forma de expresión cuando desaparece el maestro, la referencia, la guía del buen hacer, una persona que por humor, humanidad y bondad es capaz de arrastrar y entusiasmar multitudes. También 'temido día' porque cuando se va un referente muchos son los arribistas que aparecen para posicionarse y salir en la foto, a veces son más temibles que la propia muerte por lo tópico de las aseveraciones y la capacidad de tergiversación, pero para el caso son lo de menos.

Lo importante es que pese a su despedida «el folclore está vivo». Es esta una máxima que a modo de eslogan y casi como arenga musical el folclorista Tomás García lanza a los cuatro vientos, y que durante décadas se ha encarnado en la figura del Tío Juan como en ningún otro cantor pese a su ya avanzada edad. Probablemente, sin él querer, sin hacer nada para ello, pasando de vanaglorias y ajeno a la pretenciosidad, sea Juan Tudela Piernas el máximo responsable de la vitalidad y efervescencia que actualmente muestran estas manifestaciones musicales en Murcia y territorios vecinos, por su capacidad de transmitir emociones y pasión, por su carisma personal, su extena sabiduría popular. Es por ello que cualquier reconocimiento o distinción que se le haya rendido desde la administración pública o desde los medios de comunicación a este sencillo y cabal trovador han sido más que merecidas.

Estar junto al Tío Juan nos recordaba la importancia del tesoro que es la memoria, del saber que entraña el tiempo, de saber relativizar, lo esencial de discernir qué es lo importante de la vida, las personas y su dignidad. Para crisis la del hambre, cuando el joven Juan pasaba la jornada laboral de sol a sol en la mina, con el ganado o recogiendo esparto con un trozo de pan duro en el cuerpo, y los festivos con un trozo de escuálida sardina seca y 'salá' sobre el pétreo chusco. Y no era por lo del colesterol.

Se nos ha ido además de un artista un bastión de la memoria viva de la historia de una España del hambre y el trabajo sin recompensa, del jornal y las fatigas de la mina y el campo. Por eso este representante de las tradiciones también nos ha enseñado que no cualquier tiempo pasado fue mejor y la importancia del progreso para mejorar las condiciones de vida de las personas. Una fría mañana extremeña de hará unos 80 años, esperando en un andén para regresar a su hogar le fueron a aprehender, alguien le avisó y raudo subió al tren desde cuya ventanilla contempló pasar a sus captores. Por unos escasos instantes se libró de ser asesinado por la irracionalidad que nos habría privado del que con los años se convertiría en el mayor referente identitario de nuestra música, en su alegría y en uno de los más importantes testimonios del folclore español, de las músicas orales que desde los años 80 cuando el tío Juan contaba ya con más de 70 primaveras comenzaron a llamarse músicas de raíz y a captar la atención de la musicología.

Sin la presencia de su energía ya no serán lo mismo Aledo, ni Barranda, ni Patiño de donde salía todos los años abrazado a una exuberante mata de apio€ La expectación que generaba su sola presencia, la animosidad que se adueñaba de un público ansioso de la diversión de los versos que destilaba su ingenio. Sólo el verlo era un aliciente para acudir con ilusión a estas citas, para celebrar la vida, la música y el baile junto a él. La Pascua murciana sin su aguilando no será ya tan pascual. El folclore pierde no sólo un vestigio, sino también su principal aliciente. No poco le debemos cuantos hemos compartido música y mantel con él, contagiándonos de su musicalidad y su inmensa humanidad. Gracias por todo ello tío Juan. Los amigos compartiremos vino, belmonte, copa de coñac, puro habano y cante para celebrar el haberte conocido y tu memoria. Ojalá que ésta nunca se extinga.