Parejas jubiladas, la mayoría de Madrid, permanecerán en la Región este invierno e incluso han decidido convertir su segunda residencia en su hogar y empadronarse en su pueblo de veraneo. Buscan tranquilidad y seguridad frente a la covid-19. Pero los vecinos de estos pueblos costeros aseguran que son muchos más: «Conozco a un gran número de matrimonios jubilados que tomaron la decisión de quedarse», afirma Manolo Soler, presidente de la Asociación Vecinal de Calabardina Activa.

Este septiembre marcado por el coronavirus ha causado que «los más ancianos con patologías previas» hayan decidido permanecer en sus casas de la playa «por miedo a contagiarse en sus ciudades y por precaución», dice que le cuentan en su farmacia a Antonio Plaza, el presidente de la Asociación de Comerciantes de Cabo de Palos, aunque también explica que, como otros años, «todo se ha quedado vacío» porque las familias tienen que retomar sus trabajos y el colegio.

Isabel Martín y su marido son una pareja jubilada de Madrid que lleva veraneando en Calabardina 30 años. «No teníamos ningún lazo con Murcia, el lazo lo hemos creado nosotros. A mi esposo no hay quien lo mueva de Águilas», asegura esta nueva vecina de Águilas. «Yo ni me lo planteo. Antes me necesitaban en mi ciudad y ahora no. Prefiero quedarme porque está todo muy tranquilo. Voy a empadronarme y vivir aquí».

Solo en este mes de julio se han empadronado 170 personas en el municipio costero de Águilas, según el Ayuntamiento. Los seis meses previos a febrero de 2020 se empadronaron 120 personas. Una media de 20 personas por mes. Que julio bata récords es porque muchos veraneantes no se quieren arriesgar a otro confinamiento en su ciudad de origen y buscan evitar los lugares donde hay más contagios.

Este año, Calabardina no es un mero sitio para veranear. Los vecinos de Isabel van a pasar el invierno allí. «Muchos matrimonios franceses y argelinos de origen español acaban de venir y van a estar aquí hasta navidades», como es el caso de su amiga Ann Marie. A su vez, «los lorquinos están retrasando su estancia por la incertidumbre de que los confinen». Martín asegura que «lo mismo está ocurriendo en otras localidades costeras».

Lucía Gómez se mueve entre Torremolinos, Jaén, Madrid y San Pedro del Pinatar, pero ya lleva cuatro años intentando alargar su estancia lo máximo posible en el municipio del Mar Menor. Actualmente se encuentra en su piso de Málaga: «Es un peligro el ascensor y las zonas comunes». En octubre tiene pensado volver para quedarse por lo menos hasta navidades.

Isabel Osuna, 68 años, pasó el confinamiento en Madrid. Tras vivir la expeciencia, este invierno lo piensa pasar en la Región de Murcia, donde, dice, «hay menos casos que en Getafe». Aunque no solo es por el coronavirus. Osuna lleva siete años en los que «casi siempre pasamos los inviernos en San Pedro porque hace mejor clima y hay aire limpio», pero justamente este año decidió permanecer en Madrid por sus hijos.

En La Manga tampoco se han ido todos los veraneantes: «Mis cuñados, entre ellos, dicen que si la cosa se pone mal de nuevo no quieren estar en Madrid, que en La Manga se puede vivir y en el confinamiento allí sintieron mucha angustia», explica Juana Miñano, que tiene casa en el kilómetro 11. Además, sus vecinos más ancianos continúan en la playa, en vez de, como suelen hacer otros años, volver en septiembre al País Vasco y la capital española.

En este invierno atípico van a residir más personas de lo normal en Cabo de Palos. Es el caso del madrileño Miguel Sánchez, de 67 años, y de su mujer. Dice que su vecino de 75 años y su hijo jubilado también se quedan en la costa porque «es casi como vivir en el campo. Aquí nos sentimos seguros».

La madrileña Mª Teresa Hernández, de 71, con segunda residencia en Mazarrón, afirma que «si no fuera por los médicos, me quedaría a vivir aquí». Quiere pasar este invierno fuera de Madrid: «Hasta que esto no se estabilice no quiero ir».

Un confinamiento en la playa

Isabel pasó el confinamiento en Madrid y su marido en Calabardina: «Hemos visto que es más llevadero en una zona costera que en el interior». También un gran número de lorquinos se desplazaron en marzo a la costa aguileña. En el km 11 de La Manga, un vecino de Juana abandonó Madrid en febrero. En Mazarrón, la madrileña Mª Teresa ha tenido «una suerte de confinamiento. He estado divinamente». Al igual que la torremolinense Lucía en San Pedro: «Es el mejor sitio donde podría haber estado. Me he sentido protegida e informada. La asistente social se ha portado genial con nosotros. Nos mandaron mascarillas a través de Protección Civil. Nos traían la compra a casa y la comida hecha. Todo ha sido más fácil y cómodo».