A estas alturas, ya les ha ocurrido de casi todo: Cynthia Aroca cuenta entre risas que ligó. Un joven al que llamó le dijo: «Mi único síntoma es que tengo hambre. Te invito a cenar». También cuando habló con el director del banco Cajamar de Lorca, le ofreció una muy buena oferta si domiciliaba la cuenta en su banco. «Cuando guardan cuarentena se aburren y quieren conversación», alega jocosamente.

«Hemos tenido bodas de 50 invitados, bautizos», dice Marina Martínez. «Yo tuve un Baby Shower en el que solo la embarazada tenía coronavirus.», dice Marta Pérez. «La gente dice que se ha ido de paseo cuando tiene que guardar cuarentena. Otras veces te engañan y luego te enteras».

Las personas de un bajo nivel económico, las que no tiene papeles y las que carecen de contratos laborales son las más problemáticas para rastrear porque no quieren compartir información. «Tienen miedo a darnos los datos de la empresa en la que trabajan sin contrato por si los despiden o porque son ilegales y creen que vamos a ir a la policía.», dice Marina. «La gente que trabaja en el campo nos supone un problema» porque la mayoría no tiene contrato y no quieren desvelar el nombre de la empresa ni con quién han trabajado.

Tras una larga jornada laboral en la que han realizado unas 40 llamadas en las que han tenido que pelearse «con la gente para que me diga la verdad, que me valicen (¿Yo? ¿Contacto estrecho?) y que me mientan mucho, llego a casa quemada», dice Marina y los rastreadores asienten.