24 horas antes de que la Región de Murcia celebrase su día, 9 de junio, a Carmen García le temblaban las manos del nerviosismo y la emoción. «Vengo a ver a mi padre», respondía a la voz metálica que salía del interfono de la residencia de ancianos de la capital murciana en la que residía su progenitor, al que, por el confinamiento impuesto por la pandemia de coronavirus, llevaba demasiado tiempo sin abrazar. Algo que, ese día, tampoco iba a poder, por precaución. «Ha sido duro, es muy mayor y estoy acostumbrada a venir a hacerle una visita cada semana», contaba la mujer a LA OPINIÓN.

Con la entrada en vigor de la fase 3 de la desescalada, las residencias de ancianos de la Región de Murcia abrían de nuevo sus puertas para que los mayores se reencontrasen con sus familiares y allegados. Lo hacían en medio de estrictas medidas de seguridad, dado que se trata de un colectivo vulnerable que ha sufrido, lamentablemente, los estragos del coronavirus. La enfermedad segó la vida de muchas personas en el ocaso de su existencia, a la par que muchas otras la superaban o la esquivaban en un entorno, el de su residencia, en el que los cuidadores se dejaban la piel.

Así, en un residencial de Campos del Río, por ejemplo, cuando llegó la Semana Santa, los trabajadores idearon, con todo el cariño, unos desfiles únicos y peculiares y dieron vida a «una procesión muy especial dentro de nuestro recinto, con pasos elaborados por nosotros en nuestros talleres, con mucho esfuerzo y dedicación», contaban entonces a LA OPINIÓN los impulsores de la idea.

Con mascarillas y pantallas protectoras, los empleados dieron vida a dos tallas: la de la Real y Muy Ilustre Cofradía de la Virgen del Amor Hermoso y la Real y Muy Ilustre Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Hubo imágenes, flores y estandartes.

En una residencia de la capital murciana, por otro lado, iban un paso más allá y ya en marzo, mes en el que se anunció el primero de los sucesivos estados de alarma, tomaban una decisión: una treintena de empleados, entre los que había médicos, enfermeros, fisioterapeutas y trabajadores sociales, se instalaban en los apartamentos vacíos del centro para estar en todo momento con los residentes. Quedaban confinados con ellos.

En el municipio de Cieza, por otro lado, una residencia anunciaba a finales del mes de abril que no tenían registrado ni un solo caso positivo por coronavirus en el mes y medio que estaba vigente el estado de alerta, con la población confinada. Al igual que en la célebre saga de cómic Asterix y Obelix, la residencia se convertía en una 'aldea gala' que resiste al invasor.

En el día a día del confinamiento, mientras, los mayores permanecían tiempo en sus habitaciones y salían por turnos a zonas comunes. Muchos descubrieron lo que era una videollamada y se sorprendieron hablando con sus hijos y nietos con una pantalla en medio. Algunos celebraron sus cumpleaños durante el aislamiento, con los aplausos y gestos de afecto de sus compañeros y cuidadores.

En la edad de oro de estas personas, muchos de los allegados que habían quedado fuera de los muros de la residencia descubrieron lo que ellas, ya sabias, tenían claro desde hacía décadas: la importancia de un gesto, de un beso, de un abrazo, de una confidencia en el jardín, del amor, al fin y al cabo.

Para tranquilizar a los suyos, a los que les esperaban fuera, los mayores grabaron vídeos a ritmo de canciones optimistas del Dúo Dinámico y de Rozalén. 'Y si miro a todo como niños / Los colores son intensos / Yo saldré de aquí si lo creó así / Cuando me miren sabrán que me toca ser feliz', reza la de esta última, que lleva por título Vivir. Ahora, tras haber dejado atrás lo más oscuro de la pandemia, la nueva normalidad se ha instalado también en las residencias, con medidas higiénicas extremas y un ánimo a prueba de lo que venga.