A Carmen García le temblaban las manos. «Vengo a ver a mi padre», respondía a la voz metálica que salía del interfono de la residencia de ancianos San Basilio. «Ha sido duro -continuaba mientras intentaba desanudar el elástico de su mascarilla-, es muy mayor y estoy acostumbrada a venir a hacerle una visita cada semana».

Con la entrada en vigor de la fase 3 de la desescalada, las residencias de ancianos abren sus puertas para que los mayores se reencuentren con sus familiares. Aunque algunas prefieren esperar al miércoles para terminar de gestionar el calendario de citas, otras se pusieron en marcha la semana pasada y ayer ya permitieron las visitas. Es el caso de la residencia de San Basilio. Lo explicaba su director, Rafael Cayuela: «Hemos llamado a todos los familiares y les hemos dado hora y día. Para evitar que nadie se sienta perjudicado y que no haya suspicacias, hemos seguido el orden de número de habitaciones para concretar las citas».

El protocolo establecido por la Consejería de Sanidad de acuerdo con el IMAS, incluye la firma de un documento en el que los familiares garantizan no haber sufrido coronavirus ni haber estado en contacto con alguien que lo haya padecido, medición de la temperatura corporal, uso de mascarilla, guantes, desinfección de las suelas de los zapatos y distancia de seguridad de un par de metros.

«No ha pasado un minuto de la cuarentena sin que pensara en cómo estaría mi padre, si para nosotros ha sido duro, imagina para una persona de 86 años que no sabe del todo qué está pasando y que está enclaustrada en una habitación», contaba Carmen, una de las 16 personas que visitaron ayer por la mañana a sus familiares en la residencia. Se han establecido dos turnos de mañana -ocho de once a doce y otros ocho de doce a una- y uno de tarde. De cinco a seis, ocho ancianos -uno por cada ala del centro- recibirán a sus familiares. «Por la tarde tendrán lugar las visitas a personas sin apenas movilidad, que pasan el día en cama o en un sillón», aclaraba Rafael Cayuela.

«Hijo, estás más delgado»

Adelina Moreno tiene 87 años. Apenas ve. Su hijo, Juan Ángel García, contaba que la llamaba a diario: «Le decía: 'Vieja, estate atenta, que a las cinco paso por debajo de tu ventana', y entonces yo, de camino al supermercado, pasaba por delante de la residencia y me ponía a agitar una bolsa blanca para que notase mi presencia». Aunque Juan Ángel tiene cita para mañana, ayer se acercaba emocionado a la verja. «Por si se asoma», explicaba, encogiéndose de hombros. «Ha sido jodido, y eso que hemos estado muy informados por parte de la residencia, no tenemos ninguna queja en comparación con lo que se ha oído por ahí. Es cierto que a veces no querías pensar en qué pasaría si el virus entraba al centro», continuaba.

«Durante el confinamiento, las videoconferencias han servido mucho para tranquilizar a los familiares. Muchos se emocionaban, el comentario más repetido era: 'Hijo mío, estás más delgado, ¿es que no comes bien?'», comenta Rafael Cayuela.

Otro requisito: las visitas son individuales. Antonia Gálvez no lo sabía, y le tocó esperar en el patio de la residencia a que su hermana visitase a su madre, de 99 años. «Venía con todo preparado, pero no sabíamos que solo podía entrar una persona -decía-. De todas formas, por mucho que me hubiera gustado verla, lo que más siento ahora mismo es el alivio de saber que la cosa se va normalizando y dentro de poco podremos venir a verla como antes».

Mientras Antonia soltaba aire, Manolita Chacón abría la puerta de la residencia y sacaba un bote de gel hidroalcohólico del bolso. Tras los cristales de sus gafas de sol se le adivinaban unos ojos lacrimosos. «Ha sido ver a mi tía y romper a llorar -articulaba con voz temblorosa-. Han sido muchas semanas y aunque tuviéramos mucha información, sabíamos que la situación con el virus era bastante incierta, nadie podía asegurar nada del todo». Su tía Esther padece demencia senil. «Nos ha extrañado, estaba acostumbrada a que viniéramos todas las semanas a verla, y de pronto pasa dos meses sin que nadie la visite, estaba desorientada, porque además no podíamos abrazarnos. En fin, mucha emoción», concluía.