El Martes Santo por la tarde, durante media hora, el sonido de los tambores tomaba los balcones de Mula. Habitualmente, este sonido tan característico del pueblo se escucha desde la medianoche y hasta las cuatro de la tarde del Miércoles Santo, pero este año, debido al confinamiento impuesto en el estado de alarma, por la pandemia de coronavirus, no se podía salir a la calle a celebrar este característico festejo.

Esta circunstancia de crisis sanitaria, no obstante, no desanimó a los muleños, que, con esperanza y más emoción si cabe que otros años, cogieron su tambor, salieron a las ventanas y compartieron, de modo casi simbólico, un rato con sus vecinos. El mensaje era de fuerza y resistencia: este año no puede ser en la vía pública, pero el son del tambor está aquí.

Como pasaba en Mula con su Noche de los Tambores, absolutamente todos los municipios de la Región veían truncadas sus fiestas más representativas por culpa del coronavirus. Organizar grandes actos en los que pudieran darse aglomeraciones era un peligro, alertaban las autoridades sanitarias. Aunque primero se habló de aplazarlos, grandes eventos como el Bando de la Huerta y el Entierro de la Sardina, las dos fiestas más internacionales de Murcia, finalmente no podrán celebrar sus desfiles este año.

No obstante, los murcianos no estaban dispuestos a dejar pasar sin pena de gloria días que tenían marcados en el calendario desde que arrancó el 2020. Por ejemplo, el 14 de abril, cuando en la capital murciana se celebró desde los balcones el día grande en honor a la huerta: colgaron refajos, bailaron jotas hicieron sonar el Canto a Murcia de La Parranda. Lo hicieron, como no, vestidos con el refajo y con claveles en el pelo.

El mismo día, una cocinera llevaba a los sanitarios del Morales Meseguer 2.000 raciones de paparajotes. La etiqueta #BandodelaHuerta fue desde primera hora de la mañana tendencia en España en la red social Twitter, donde los vecinos optaron por compartir fotos suyas de otros años en los que sí se que se hizo el festejo.

Días después, la ciudad tendría que haberse visto envuelta en el sortilegio de la fiesta ideal que, como reza su himno, implica la celebración del Entierro de la Sardina. Así, los sardineros repartieron más de 100.000 pitos en Murcia y todas sus pedanías para que la gente los hiciese sonar desde los balcones, donde invitaron a poner, además del Himno Sardinero, la canción que hizo José Mª Galiana, fallecido por el virus.

La devoción y el amor indescriptible por la Sardina traspasaron fronteras: Juan, un joven murciano residente en Canarias, montó forma artesanal todo un Entierro en miniatura en su casa. Con un pequeño Catafalco incluido, para prenderle fuego, con sus vecinos de testigos cada uno desde su hogar, en Las Palmas.

Había pasado antes con la Semana Santa. Los devotos se veían obligados a vivirla este año con recogimiento, sin procesiones ni desfiles bíblico-pasionales, como los que iluminan Lorca. Sin embargo, muchos nazarenos se enfundaron en sus túnicas, bien para seguir vía Internet las procesiones de otros años, bien para escuchar, desde un balcón, la saeta que Curro Piñana interpretaba el Miércoles Santo, en memoria de las víctimas de la pandemia.

En los Caballos del Vino de Caravaca de la Cruz, por otro lado, se hizo una ofrenda de flores simbólica (solo estuvo el sacerdote) y el día 2 de mayo, su fecha grande, la Policía Local subió la bandeja de flores a la Basílica, bandeja que cada año sube el alcalde. El resto de días, todas las celebraciones religiosas fueron a puerta cerrada.