Como tantos colegas, hasta entonces, sólo sabíamos de ella por referencias, la fama de una juez un tanto aplicada le acompañaba. Pero yo sólo empecé a conocer a María en 1996, cuando la llevé en coche de vuelta de un encierro de estudio de tres días en el hotel El Cenajo. Allí estuvimos trabajando en un libro de comentarios al nuevo código penal que coordinaba Juan del Olmo. María fue la única que manejó en el libro la acertada cita de la jurisprudencia europea. María siempre estaba acompañada de una lata de cocacola y, por si fuera poco, detestaba el aceite de oliva. Algo así como un sacrilegio para mi inocente manual de vida saludable y, aún así, de manera ininterrumpida, tejí hacia ella una admiración y cariño que no hizo sino crecer con el tiempo.

Entre 1997 y 2000 María fue una las primeras juezas españolas en consultoría internacional. Fue ella, junto Katherine Müller y José de la Mata, quien abrió el camino para el trabajo que, en esas fechas empezaríamos a hacer otros colegas, estrenándonos así, como asesores internacionales en Centroamérica, bajo el paraguas del fondo fiduciario del Plan de Naciones Unidad para el Desarrollo

En 2001, tuve la suerte de coincidir un año con María trabajando en Madrid, ella estaba comisionada en el equipo de relaciones internacionales del Consejo General del Poder Judicial cuando me yo uní al servicio como un inesperado nuevo letrado del servicio internacional del Consejo. Estábamos en un momento histórico, España había asumido -por primera vez- la organización en Canarias de la Cumbre Iberoamericana de Presidentes de Cortes Supremas. María estuvo durante meses negociando por distintos países la redacción de un producto estrella, el resultado produjo un enorme impacto en los procesos de democratización y fortalecimiento institucional de muchos países: el "Estatuto del Juez Iberoamericano". María lloró esa noche bajo la carpa de hotel Mencey de Santa Cruz de Tenerife, justo cuando se aprobaba el documento en el que tanto había trabajado. Fueron horas titánicas de trabajo. Me pregunto ahora, ¿cuándo no lo eran así las horas con María?

Meses después de la Cumbre, tras una despedida traumática marcada por su honradez y sentido de la lealtad, ella se volvería a Murcia y yo quedaría tres años más en el CGPJ. Recuerdo con ternura, cuando antes de irse, me regaló una pequeña tortuga de cerámica de vivos colores que me había traído de un viaje de trabajo a Costa Rica. Eran los colores con los que yo veía a María.

Ya de vuelta en Murcia, cuando en 2009 comencé a implantar el proyecto de oficina judicial en Murcia tuve, no pocas veces, la crítica feroz, pero siempre inteligente y aguda de María. María siempre me hacía crecer.

En 2013, María fue nombrada representante adjunto de España en Eurojust. Desde entonces, nos vimos varías veces en La Haya, donde mantuvo su residencia hasta hoy. Recuerdo intensas conversaciones en los cafés de ciudad holandesa y de como se nos detenía el tiempo frente al cuadro de "La joven de la perla" de Johannes Vermeer. María daba otra dimensión al tiempo y al encuentro.

Durante el periodo de su enfermedad, aún estando los dos en ciudades remotas -La Haya y Ankara- hacíamos por quedar bajo el café de su casa, cuando ambos pasábamos unos días de asueto en Murcia. Todavía la vida me dio el regalo de alcanzar con ella una comunicación más profunda y sincera, fueron encuentros con horas preñadas de madurez, con comunicación llena de inteligentes matices en la que, sencillamente, me sentía feliz a su lado.

Hoy cierro los ojos, te veo volar y siento tu mirada aguileña, aguda y tierna a partes iguales. Tan tierna como la mirada de Vermeer.

Gracias siempre María.