A Francisco Rodríguez le duele cada día «ver el cementerio vacío», en el cual ahora hace tareas de «mantenimiento, reparaciones, jardinería o cuidado de las macetas que están vivas», explica el más veterano de los tres enterradores que se ocupan de las dos necrópolis municipales de Mazarrón y Puerto de Mazarrón. Y es que al camposanto, antes de la pandemia de coronavirus que lo mantiene cerrado, «hay gente que va a diario; y los lunes, cuando cerramos, lloran, por no poder ir a ver» a sus difuntos. «Sobre todo son madres», indica Francisco Rodríguez.

En los entierros «nos piden si se puede abrir la caja para despedirse, si pueden entrar más de tres personas... si el difunto tiene cinco hijos, ¿a quién dejas fuera?», se pregunta el trabajador.

Esta situación es «bastante dura para los enterradores», subraya el hombre. «Llevo aquí cinco años y esto se me está haciendo cuesta arriba», manifiesta. Duro es también «ver al cura haciendo el responso en la puerta del cementerio, con la puerta del coche abierta», precisa.

Rodríguez (i), junto a un compañero en el camposanto.

«Lo que no veo muy lógico es que, dado que el cementerio es un sitio abierto, la restricción sea tres... con que la pongan a diez...», estima Rodríguez, que considera que ya «se debería levantar un poco la mano». «Porque la gente es muy respetuosa y va con mascarillas», manifiesta. Un deseo que este enterrador verá cumplido en las distintas fases de la desescalada, donde se van aliviando las normas para asistir a los velatorios y entierros.

El cementerio, ahora mismo, «está impoluto». «No hay flores vivas cortadas y, al no haber gente, no se ensucia», comenta.

«Yo me imagino que en Madrid será distinto, porque la gente no se conoce, pero aquí no es solo un difunto: es el hijo de un conocido», expresa Rodríguez.

En cuanto a sus medios para trabajar, dice que en todo momento han contado con equipos de protección integral, «los mismos que para las exhumaciones», a lo que añade que «la empresa se ha portado muy bien y lo que pedimos, nos lo traen». Además, «tenemos nuestros guantes especiales, botas de seguridad y una mascarilla térmica, que es la más segura y la usamos para las exhumaciones», enumera.

En tiempos de coronavirus, en el camposanto hay «tristeza y silencio». «Incluso teníamos una colonia de gatos, que venía gente mayor a darles de comer, nosotros también le echábamos pienso... y han desaparecido. De diez o doce que había, quedan dos», relata el enterrador.

En cuanto a las cifras, «aquí en Mazarrón tenemos 18 contagiados y llevamos una semana sin contagios, ninguno. Y fallecidos, solo dos», rememora el hombre, que destaca que «en abril del año pasado enterramos a 17 personas: este mes llevamos siete».

Rodríguez apostilla que no solo mata el coronavirus, sino que «se muere la gente mayor». «De cáncer, de fallos multiorgánicos, de algún infarto, aunque, sobre todo, de cáncer», incide al respecto.

Y, con el confinamiento, «al estar en casa, están más cuidados», por lo que «hay menos difuntos que el mismo mes del año pasado», explica.

Mientras va remitiendo la pandemia, «yo me dedico a restaurar lápidas antiguas», cuenta el hombre, que cumplirá 59 años en septiembre. «Hay gente que tiene el panteón muy abandonado, y aquí también se hacen visitas culturales», hace hincapié.

Por su parte, José Martínez Sánchez, enterrador del cementerio de San Clemente, en Lorca, explica que el camposanto «está cerrado» y que en el mismo «solamente hacemos los servicios y la limpieza, un poco». «No vamos todos los días», admite el hombre, que añade que «también nos tenemos que cuidar nosotros un poco, para no ponernos malos».

Martínez Sánchez, en el cementerio de San Clemente.

El cementerio, un lugar muchas veces triste de por sí, se encuentra, desde que se decretó el confinamiento, «más triste todavía». «Hay gente que quiere entrar para estar con sus familiares, que están enterrados desde hace bien poco», explica el trabajador.

A su juicio, «es muy duro» el brete por el que están pasando estas familias, a cuyos seres queridos que han muerto «encima de todo, no puedes ni velarlos», lamenta el enterrador. «Encima de todo, se muere y no puedes ir a verlo», hace hincapié. Martínez Sánchez lleva 26 años en su puesto, al cual entró «cuando era un crío, recién salido de la mili», rememora. «Es un trabajo como cualquier otro, se te hace el cuerpo», asegura.

El pasado Día del Padre, José Martínez, propietario del quiosco que hay en la puerta del cementerio de Nuestro Padre Jesús, en Espinardo, llenaba de flores la puerta del cementerio, ya cerrado: el estado de alarma acababa de decretarse. «Mi intención era que llegase a la gente que tiene ahí a sus familiares, gente que no puede ir a poner flores a un padre o a un hermano», relató entonces el florista a LA OPINIÓN. El primer domingo de mayo, Día de la Madre, también se prevé una jornada especialmente dura para quienes han perdido a su progenitora.

Recientemente se hacía público que el Ayuntamiento de Jumilla, por otro lado, iba a permitir el envío de flores a las tumbas del cementerio municipal a través de las floristerías. Aunque la instalación está cerrada desde que se decretó el estado de alarma para frenar la expansión de la pandemia de coronavirus, los empleados de las floristerías podrán acceder entre las nueve de la mañana y las doce del mediodía de los días laborables para llevar hasta su destino los encargos que se hagan vía telefónica.