«No conozco a nadie que no tenga miedo», dice Carlos Torres, que ayer volvió a trabajar después de dos semanas de confinamiento. Lo anunció el Gobierno: los empleados de los servicios no esenciales, a los que se les aplicó la cuarentena el 29 de marzo para frenar la escalada de contagios por coronavirus, podrían volver a la actividad. Carlos trabaja en uno de estos sectores, el de la construcción. «Nos han dicho que guardemos la distancia y que no se nos ocurra venir a trabajar sin guantes ni mascarilla», explica. Esto último no es nuevo para él: la empresa para la que trabaja se encarga de la cimentación de los edificios, por lo que el uso de mascarilla para evitar que el polvo entre en las vías respiratorias es su pan de cada día. Pero no es lo mismo: «Es muy diferente ponerte una mascarilla para no toser con el polvo a ponértela para no coger un virus que está matando a un montón de gente», cuenta.

El Gobierno permite la reanudación de todas las obras en las que se pueda asegurar la seguridad de los trabajadores -distancia de más de un metro y medio entre operarios, guantes, mascarillas- y que se realicen en edificios sin inquilinos. Es el caso de la instalación de micropilotes en un edificio de la murciana calle Riquelme en la que trabaja Carlos, que insiste en la sensación de temor: «Todos tenemos mucho miedo, pero ahora toca trabajar si queremos comer. Lo peor de todo es no saber cuánto va a durar esto y cuánto tardaremos en volver a la normalidad, porque está claro que no es ningún chiste».

Temiendo el cierre

A pocos metros de la obra, en ese triángulo oscuro que es la calle Aduana, se abrió la panadería y ultramarinos Alfonso hace poco más de un año. «De momento me han bajado el sueldo -dice Sofía Martínez, dependienta- y están intentando que el propietario rebaje algo el alquiler». Un confinamiento durante la Semana Santa y las Fiestas de Primavera podría ser la carta de defunción de cualquier pequeño negocio de alimentación en Murcia. «Son semanas en las que fácilmente puedes arreglar el año, porque hay mucha vida en la calle y se acaba gastando mucho más», explica Sofía, que asegura que «ahora hay muchos días malos por cada día bueno». «Estamos intentando no cerrar, nos jodería quedarnos sin trabajo y, además, creemos que la gente no se puede quedar sin pan».

Tras el mostrador, mascarilla y guantes, líquido desinfectante, chasquea cuando oye la expresión grandes superficies: «Me hace gracia que te encuentras con cien mil publicaciones en Facebook diciendo que hay que tener solidaridad con los pequeños comercios, y luego va la gente y atraca el Mercadona, el Carrefour y el Eroski. Pues no, la solidaridad tiene que ser con los que más vamos a sufrir esto, la panadería de debajo de tu casa o la casa de comidas de la esquina».

«Hay más miedo en casa»

Dice Verónica Franco, una de las encargadas de Las comidas de La Bernarda, que «gracias a Just Eat» están «capeando el temporal». «Nos metimos con ellos justo una semana antes de que explotara todo esto, y menos mal, porque así al menos hacemos la mitad de la caja», apostilla la otra encargada, Verónica Morenete, que cree que «se tiene más miedo en casa que trabajando, porque aquí -señala el mostrador con los dedos enguantados- sabes lo que hay, y acabas mentalizándote de cuál es la realidad». Verónica Franco asiente. «Lo que yo veo es que mucha gente no entiende lo que es llevar unos guantes o una mascarilla. No vale de nada si luego te la estás quitando a cada momento o si te pones los guantes pero luego vas y te fumas un cigarro o no te lavas las manos», concluye.

En la puerta de la casa de comidas, situada en una esquina de la Plaza Cristo Resucitado, Pedro Jiménez espera en su moto. Desde hace unos meses es repartidor de Just Eat. «Trabajo las mismas horas, pero esto se está notando mucho: antes en un turno podía hacer 11 o 12 pedidos. Ahora tengo suerte si llego a cinco», explica.

Facturación mínima

Se diría que el temor al espacio público podría traducirse, entre otras muchas cosas, en un aumento del uso del taxi en detrimento del transporte público, pero no: «La cosa está mal, muy mal. Piensa que desde que empezó todo esto estamos facturando de un 70 a un 80% menos», dice Paco Hernández, desde el interior de su taxi, aparcado en la parada de la Glorieta. Después de un silencio, concluye: «Lo más jodido es que ninguno sabemos qué va a pasar de aquí a una semana, cómo nos va a afectar esto, cuándo vamos a poder vivir con normalidad y hasta cuándo».

Mientras habla, María del Mar López aparca a su lado. Ella dice que vive «una situación extraña, porque no hay trabajo y no tiene sentido quejarse, porque es lo normal». Han aumentado, eso sí, los viajes de ida y vuelta: «Llevas a alguien a un sitio, lo esperas, a lo mejor cuatro o cinco horas, y lo devuelves a su casa. Con eso igual salvas el día, porque son dos viajes», explica mientras muestra dos dedos de látex morado. Señala la cortina de plástico que divide el vehículo en dos: «La mampara no es obligatoria, pero yo sé que al cliente le da seguridad, eso ahora mismo se valora mucho».

En la farmacia 24 horas de Ronda Garay reina cierta calma. No ha habido problemas de suministro. No ha cundido el pánico. «Lo único es que la gente viene informada 'de más' -explica Fuensanta García, farmacéutica- y además de vender guantes y mascarillas tienes que intentar que mantengan la calma y recordarles que hay que hacer caso a los especialistas y no creerse cualquier cosa que uno lea en internet».