El año pasado el centro de visitantes Ricardo Codorníu del parque regional de Sierra Espuña atendió a más de 3.600 personas en los meses de marzo y abril; en el parque de El Valle y Carrascoy fueron más de 3.000 visitantes en los dos meses y en el de Cablanque, más de 2.600 personas. A todos estos visitantes habría que sumarles aquellos que no pasaron por ningún punto de información ni realizaron actividades preparadas por el personal que gestiona estos espacios protegidos. Hablamos de aquellos que libremente recorrieron el parque para disfrutar de él.

Ahora imaginemos estos parques regionales, y otros montes públicos de la Región de Murcia, vacíos estos días de visitantes, cerrados a cal y canto por los Agentes Medioambientales, en silencio y unicamente ocupados por la fauna del entorno y decorados por decenas de miles de hectáreas de flora singular. Como apuntan los naturalistas, «cuando el ser humano se aparta de la naturaleza, esta empieza a crecer».

Animales que crían con menor presión de la actividad humana, senderos no oficiales que recuperan su flora, pistas forestales sin reptiles, pájaros o mamíferos atropellados. El estado de alarma que obliga al confinamiento de la población en sus casas está provocando un «respiro» al medio ambiente, en especial, apuntan los naturalistas, a los parques regionales del litoral, como las Salinas de San Pedro, Calblanque, Calnegre y Cabo Cope o el parque natural de la sierra de la Muela, cabo Tiñoso y Roldán. A estos espacios se suman otros parques regionales como Sierra Espuña y El Valle y Carrascoy. «La mayor afluencia de senderistas, ciclistas, coches, caravanas o bañistas está en los parques de la costa», remarcan.

El pasado domingo 15 de marzo, después de haber entrado en vigor el confinamiento de la población, decenas de vehículos cruzaron las pistas forestales del parque de Calblanque para pasar el día en este espacio protegido. «El trasiego de coches, caravanas y bicicletas fue enorme», señala Carlos Herrero, portavoz de Salvemos Calblanque y de la asociación de vecinos de la zona. «Avisamos a las autoridades y en seguida la Guardia Civil y los Agentes Medioambientales cerraron los accesos al parques. Ahora está desierto, pero ese día llegaron a hacer acampadas y fogatas».

Calblanque es un parque cuya vegetación ha sufrido una transformación importante debido al tránsito de personas por zonas por las que «han acabado haciendo senderos no oficiales».

No habrá basura generada por los visitantes de Calblanque, un espacio que al tener acceso al mar y diferentes calas con playas, tiene un enfoque más de ocio y relajación, «por lo que se generan más desechos».

En plena época reproductiva de las aves, el presidente de la Asociación Meles, Francisco Almansa, señala que el nulo tránsito de personas por las sendas forestales de Sierra Espuña ayudará a que las rapaces que aniden cerca de estos caminos tengan una mejor cría. En los últimos años, remarca, la presión humana en espacios protegidos llegaba a impedir la puesta de huevos de águilas reales, calzadas o culebreras, por lo que las últimas decisiones del parque fueron cerrar varios senderos forestales. «Ahora puede haber una mayor tasa de reproducción».

La asociación Ulula pone a las águilas perdiceras como ejemplo, ya que si la actividad humana se concentra cerca de un nido, estas aves pasan «menos tiempo controlándolo y por tanto prestando menos atención, aumentando el riesgo de fracaso en la reproducción».

Los reptiles, aves esteparias o algunos mamíferos evitarán estos días «ser atropellados en las pistas forestales por la ausencia de coches y caravanas».

La menor presencia de actividad humana en el parque regional de Calnegre y Cabo Cope tendrá como beneficio «animales menos estresados, como las aves reproductoras en esta época como el camachuelo trompetero; menor contaminación acústica; menos atropellos, por ejemplo, a la tortuga mora o al chotacabras, y menos pisoteo por senderos naturales que evitará la degradación del suelo del parque», explica Mari Carmen Sanz, vocal de la asociación Naturactúa de Lorca. En una zona especialmente vigilada por las roturaciones agrícolas, Sanz pide que no se rebaje la vigilancia forestal estos días y evitar prácticas ilegales.

El águila perdicera no termina de despegar en la Región

El águila perdicera no logra superar las 25 parejas en los espacios naturales de la Región. La tendencia poblacional continúa siendo estable en estos últimos años por la aparición y formación de parejas que se establecen en nuevas comarcas forestales, pero la pérdida de algunos territorios en los últimos años puede ir asociada a la electrocución de ejemplares y a la competencia interespecífica con el águila real, según el censo de águilas en la Región de 2019.

En total, el año pasado nacieron 24 pollos de águila perdicera. Por otra parte, la población de águila real ha ido en aumento desde 2003. El año pasado se detectaron 66 parejas pero resalta el alto índice de parejas formadas que no se reprodujeron, ya que en total fueron 16. Aún así, el año pasado nacieron 70 ejemplares.