Inescrutables y virtuales son los caminos del Señor durante el confinamiento por el coronavirus. Lo sabe bien el padre Diego Sánchez, murciano y párroco de la parisina iglesia de Notre Dame de Bonne Nouvelle, donde ha puesto en marcha misas por videoconferencia para mantener viva su comunidad.

Hace cinco años que Sánchez está en la capital francesa como cura de esta iglesia neoclásica, construida en el siglo XIX sobre los restos de un templo anterior vinculado a la historia de España.

Fue levantado originalmente en 1628 por orden de la infanta española Ana de Austria, reina consorte de Francia tras casarse con Luis XIII, que encontró en la vieja ermita de Bonne Nouvelle un refugio donde lanzar sus plegarias para quedarse embarazada.

La reina consideró oídos sus ruegos cuando tuvo a Luis XIV, más conocido como el Rey Sol, y mandó construir en el lugar de la ermita una iglesia, que -como tantos monumentos religiosos y reales- fue destruida durante la Revolución.

Es esta castiza anécdota con la que el padre Sánchez empieza mostrando su iglesia, que a punto de comenzar la misa se encuentra vacía.

"Aquí está la placa de Ana de Austria, la original", dice señalando una inscripción en piedra con el escudo real.

Con la ayuda de un vicario corso, Sánchez se prepara para otra misa particular en una Semana Santa poco convencional y defiende las bondades de esta improvisada manera de comulgar con los parroquianos.

Cuando el confinamiento entró en vigor en Francia el 17 de marzo, el sacerdote analizó cómo continuar las celebraciones: "Muchos usan Youtube pero nos parecía muy frío, así que empezamos a probar Zoom, se le explicó a la gente y todos contentísimos porque es un sistema que permite interactuar", cuenta.

MISAS INTERACTIVAS

Empieza la misa en el pequeño altar de la iglesia: solo está el cura y su vicario, que lleva y trae un ordenador que guarda a toda la comunidad.

Hay 215 conexiones este día y muchos de los fieles mantienen conectadas sus cámaras y micrófonos: el eco de las canciones resuena al otro lado.

"Cada conexión es una familia, y en esta parroquia hay familias numerosas con entre 5 y 10 hijos", comenta el párroco de esta iglesia del camino neocatocomunal, cuyos miembros son popularmente conocidos en España como "kikos".

Al otro lado de la pantalla, con cientos de ventanitas emergentes de fotos y vídeos familiares, la misa se vive desde otra perspectiva.

"Poned el plano grande en Diego", dice un usuario, después de que la cámara se haya quedado fijada en un altar vacío.

"No se le ve, padre", añaden algunos.

"Por favor, cortad micros y cámaras".

"¡Dejad de hablar por el chat!", reclama otro.

Por razones evidentes, la comunión no se concluye pero está a punto de llegar el "after" de la misa, cuando el padre Sánchez se va a recoger.

"¡Hola, Inés! ¿Cómo estás?", dice un usuario en español, con marcado acento francés.

"¡Hombre, Antonio! Muy bien, ¿y tú?", le responde Inés, una vecina española.

"La gente está contenta. Después de cada misa hablan entre ellos, es una comunidad parroquial en la que todo el mundo se conoce y esto está ayudando a la gente a no estar solos en sus casas. En la tele sigues la misa pero estás aislado, en este sistema te puedes dar a conocer, hay una cercanía dentro de la lejanía", opina Sánchez.

SERMÓN Y CORONAVIRUS

Estos días, sus homilías están marcadas por el particular contexto de la epidemia, así como las clases de escritura que da en las facultades de Teología de París, todas ellas alteradas por la interrupción de la COVID-19.

La Resurrección de Cristo le sirve de paradoja para explicar las dificultades que pone en el camino el coronavirus, desde el confinamiento a la enfermedad, que Sánchez parece sobrellevar con buen humor y relatividad.

"Antes de esto viví 15 años en Israel. Viví tres guerras y soy víctima del atentado de la Universidad Hebraica de 2002. Mis amigos murieron, a mí me salvo el cigarrillo. Salí a fumar y explotó la bomba en la cafetería", recuerda el párroco, que de momento se desenvuelve sin mascarillas de protección.

Más que en la providencia, deja su salud en manos de un viejo refrán de su Murcia natal: "Lo mismo da morirse de moquillo que de tabardillo".