¡Qué difícil nos lo ha puesto José María Galiana con su empeño en el olvido, cuestión del todo imposible cuando de su partida definitiva se trata! El amigo, el hermano, el poeta, el vecino, el de las palabras hermosas y su embeleso en acordes, nos deja un resquemor que nos durará cuanto tiempo le sobrevivamos. Casi todas las noches, durante muchos años, nos reuníamos en largas horas de afecto y compañía, de vergel verde en La Alberca («La casa que haremos, será blanca, como una mañana de verano?»), cuando nos recordaba a la guitarra la fealdad disimulada del 'sapo cancionero', monstruo al alba y tenor de charco en las madrugadas, del clan de los enamorados de la luna, fervor que compartíamos con la gigantesca multitud de los poetas que en el mundo han rimado al blanco y redondo, a veces, satélite. Siempre luminoso y claro, como él mismo; como sus cabellos en la madurez.

José María Galiana fue el primero que puso música a los versos de Miguel Hernández con Las abarcas vacías, o rotas, no sé bien, en todo caso, pobres para una buena Noche de Reyes. Se editó un disco con otro tema, un sencillo, ya histórico, de vinilo. En él reparó su oído Serrat y comenzó una historia profesional muy conocida y grande a la vez.

Fue autodidacta, la música le nacía de dentro, sin el solfeo necesario que le aportaba, en los arreglos, Ricardo Miralles, del equipo de Joan Manuel. La ilustre maravilla de la creación se adapta en el nidal del alma que lo necesita, salvando dificultades técnicas. Él necesitó de la música y su palabra, o a la inversa; nosotros necesitábamos de él y su belleza interior.

Durante décadas, para mis imágenes documentales, utilicé sus armónicas composiciones - (también sus preciosos textos) pensadas para los versos de Vicente Medina, de Antonio Oliver, de Julián Andúgar («te nombro, padre, y por el alba, vienes»), de Salvador Jiménez, Eliodoro Puche o Ramón Gaya, entre otros. Escribió el Himno de la Región (que lo cuente Pedro Guerrero) cuando nacía nuestra Autonomía. Y aquí, inevitablemente, que Murcia queda (ya lo estaba) en deuda con José María Galiana, ahora aún más.

Tantas veces hemos dicho esa peculiaridad triste de nuestro espíritu, que ya es algo rabiosamente reiterativo, una 'cansera'. Para José María Galiana se acabó 'la cansera', que tantas veces interpretó y que escribiera con todo acierto Vicente Medina, retratándonos.