El pasado sábado, antes del alba, a las tres de la noche todavía, se fue de su Murcia el cantautor más grande y más fino de esta tierra orgullosa de él. Nacido el mismo año y mes que yo (1945), le conocí en su pequeña discoteca en los años sesenta, siendo novio de Mercedes, que después fue su mujer, y nos veíamos en Murcia o en Lorca con mucha frecuencia para tratar de nuestros asuntos: la poesía y la música. Él era también músico y escritor de los paisajes y las costumbres murcianas y tan amigo de Serrat que, a buen seguro, se le hará un nudo en la garganta cuando le demos la noticia de la muerte de nuestro enorme compositor y amigo. He hablado con Gabriel Batán, también su amigo, que con él y Mercedes he ido sabiendo de su estado de salud últimamente. He hecho memoria y la verdad es que yo me despedí de la suya, de sus recuerdos también hace casi tres años, ya en estado de alzheimer, en la plaza de La Alberca, cerca de su casa del monte donde tantas composiciones y trabajos hizo. Ahora oigo un poema que él musicó, Nana, de mi primer libro de versos pasado por censura.

Hablar de José María Galiana es hablar de varios de nuestros mejores poetas: Vicente Medina, Julián Andúgar, Eliodoro Puche o Salvador Jiménez. José María los estudió y los relató musicalmente. Ahora mismo, mientras oigo el Himno a la Región de Murcia que el primer Gobierno regional, del presidente Andrés Hernández Ros, y en su nombre, le solicité que lo hiciera José María, aprecio la fuerza de la orquesta al sonar aquellos coros de RTVE sobre los versos de Andúgar: «Toda esta tierra debe ser mañana / mesa redonda, corro de alegría».

Los versos de Vicente Medina, el poeta grande de nuestra habla huertana de la palabra 'abonico,' cuando se dice 'nenica', y que estremecía en la voz de nuestro maestro cantor. O los poemas de Miguel Hernández y los suyos propios, porque Galiana, José María Galiana, era un enorme poeta también.

Y pasó de ahí a Eliodoro Puche, cuando Galiana leyó unos libros que le dejamos del gran poeta, y con su guitarra, en la placeta de Santo Domingo en la inauguración de un busto de Antonio Soriano, cantaba del poeta los versos a su hermana Estrella desde la cárcel: «Qué cerca de la cárcel está mi casa, / si no existieran muros, te vería, hermana?».

También puedo recordar los poemas musicados de Papel de leja, de Salvador Jiménez, nuestro amigo con quien tanto queríamos, en el hermoso trino de Galiana, que también tenía un árbol con su nombre en el huerto del poeta murciano: «En la senda ya no hay voces / solo a ratos pasa el viento, / y de tanto estar a solas /lleno de tristeza el huerto».

Y ahora viene a irse, sin memoria y con una enfermedad terrible que acaba con los que tenemos 75 años, a los que nos llaman viejos. Lo cierto es que se nos fue el trino y nos hemos quedado sin voz. Ahora, precisamente cuando hace tanta falta la poesía y la música. Pepe Garrido (que no hace mucho se fue también a ese viaje temerario), Gabriel Batán, mi hermano Pepe, Paco Díaz o Mariano Hernández, de seguro que como yo, piensan que resistiremos. Pero lo que es más cierto es que ninguno de ellos, y yo mismo, no queremos ir al 'asilo' de ese baluarte de la muerte llamado Caser, cerca de mi casa, en Santo Ángel; allí nunca, ni a tomar café, aunque te pelen y te den pasajes. Mejor no salir de casa a que te maten de silencio y pierdas, como dice Pedro Costa, la compañía y la despedida de los tuyos. No.

Y una urgencia más: ¿por qué los que mandan en la región no toman el himno que hizo José María Galiana con versos de Andúgar y lo hacen oficial? Además, sería el momento, para que cuando se puedan unir los amigos lo cantemos con todos los que deseen cantar, que son muchos, y así, desde los balcones nos oirá José María Galiana, aunque algunos estemos llorando de rabia y de pena.