La ciudad de Cartagena celebró un Viernes de Dolores insólito en su historia. Debido a la crisis sanitaria provocada por el coronavirus, este año no hubo procesión del Santísimo Cristo de la Misericordia, tampoco misa de la Onza de Oro ni ofrenda floral.

Sin embargo, los cartageneros no estaban dispuestos a dejar a la patrona sin su día grande. Por ello, a pesar de que las calles se encontraban prácticamente vacías, los vecinos no dudaron en engalanar sus balcones con sus banderas marrajas y californias, además de poner a todo volumen marchas en honor a la Caridad que se escucharon en la calle Mayor, Jabonerías y Caridad.

De esta manera, lo que se presentaba como una jornada gris para los devotos, se convirtió en una celebración única donde Cartagena aunó fuerzas para que la tradición del Viernes de Dolores no se viera mermada por las circunstancias.

«Es un día triste, nos hubiera gustado procesionar a nuestro Cristo del Socorro por las calles de Cartagena», lamentaban desde sus balcones Fernando Saura y Chema López, vecinos y compañeros de la Cofradía del Santísimo Cristo del Socorro, añadiendo que «además, la patrona no duerme en casa y eso nos duele aún más».

También David Quiñonero, quien disfrutaba del sol en su terraza mientras escuchaba la marcha 'Plegaria' en honor a la Caridad. «Es el primer año que vivo en el centro y me hacía mucha ilusión poder ver las procesiones desde mi casa, no ha podido ser, pero lo voy a celebrar a mi manera», aseguraba, señalando la bandera california colgada en su ventana.

Carlos Moreno tampoco dejó pasar la oportunidad y lucía orgulloso la bandera marraja desde su balcón: «Lo llevo con resignación. Hay muchas Lolas en mi familia y solíamos pasar el día juntos», confesó. Al igual que Jesús Egea, quien añoraba su Semana Santa «en la calle» y desde su ventana contaba que «esta será la primera vez que no participe en la procesión en sesenta años, llevo sacando al Cristo del Socorro desde que tenía 15 y tengo 85».

Durante toda la jornada los cartageneros no dejaron de salir a los balcones del casco histórico de la ciudad en busca del apoyo de sus convecinos. Algunos charlaban entre ellos mientras que otros se asomaban curiosos para descifrar «qué marcha había puesto ahora el vecino».

A las diez de la noche, los balcones y ventanas se llenaron aún más mientras sonaba al unísono los cantos de la Salve. Un Viernes de Dolores atípico que los cartageneros jamás olvidarán.