Antonio tiene 88 años, vive solo varios días a la semana y su preocupación máxima desde que se ordenó el confinamiento es recibir visitas. «Me da 'pesambre' que intenten venir a verme los nietos o las vecinas porque esto es muy gordo; y yo, al menos, soy viejo ya, pero los críos...».

No solo sus cuatro nietos, como presume orgulloso, le llaman 'El abuelo' porque este jubilado de una conocida empresa local de materiales de construcción vive en un edificio de 30 viviendas del barrio murciano del Progreso y su casa ha sido siempre un continuo trasiego de críos. «A la vuelta de la escuela todos pasaban por aquí».

La pandemia le ha quitado a este anciano murciano sus partidas diarias al dominó, las conversaciones con los otros pensionistas del club de mayores y los abrazos de los suyos.

«Mi hijo me lleva frito con que no salga, con que no me acerque a él ni me mueva del sillón, pero es que yo soy peor porque lo que está pasando no lo había visto en mi vida, ni en la posguerra. Lo del bicho es un problema mundial, y me preocupa mucho. ¿Sabe lo que es asomarse y ver gente con la cara tapada? Esto es terrible, terrible», reflexiona.

«Yo soy viejo, si llego al 5 de septiembre haré 89 años, pero mis nietos y mis dos hijos son jóvenes, las vecinas también, y me da pánico que se me acerquen. Por mí, pero sobre todo por ellos, porque al hospital no hay que arrimarse», explica.