No están en los hospitales, pero trabajan a destajo en esa otra primera línea de fuego que suponen las farmacias, más aún cuando en muchos casos son, junto con las tiendas de comestibles, el único establecimiento abierto en localidades pequeñas y cumplen no solo un papel sanitario, sino también social.

La Región cuenta con 569 boticas que durante el estado de alarma por coronavirus mantendrán su horario habitual. De estas, cerca de 30 son farmacias únicas, bien de pedanías o de entornos rurales. «Una de las primeras recomendaciones que nos llegaron desde el Ministerio fue que teníamos que preservar el sistema sanitario como fuera. Primero, preservando a los farmacéuticos para que, a su vez, lo hagan con los pacientes», señalan desde el Colegio Oficial de Farmacéuticos de la Región.

Dentro de estas recomendaciones, el órgano colegial ha pedido a las boticas de zonas rurales que se cuiden especialmente porque «asumen toda la responsabilidad sanitaria de la zona» tras el cierre de algunos consultorios médicos. También ha promovido actuaciones que «desde el Gobierno regional han puesto en marcha enseguida» como la actualización de la receta electrónica o el visado automático de medicamentos.

Un farmacéutico siempre al teléfono

La locura de los primeros días que provocó el desabastecimiento de guantes y mascarillas ha dado paso a «un goteo constante de clientes que respetan las distancias de seguridad», señala Cristina Oliver, dueña de la botica de El Fenazar, en Molina de Segura, que da servicio a seis pedanías. Sin embargo, el volumen de trabajo no se reduce: «Estamos al límite».

Josefa Rodríguez está al frente de la farmacia de Zarzadilla de Ramos

, en Lorca, donde «tenemos a una persona atendiendo las llamadas todo el día. El teléfono no para». «Después de hablar con su médico, los pacientes nos llaman para saber si tienen los medicamentos en su receta electrónica y si pueden venir a por ellos para evitar desplazamientos innecesarios».

Más allá de dispensar fármacos, los boticarios rurales tienen claro que su trabajo «consiste también en atender a las personas, que a menudo nos piden consejos con motivo del Covid-19. Intentamos contribuir a que no se colapsen los consultorios médicos», destaca Joaquín Navarro, de la farmacia de La Hoya, en Lorca, la única en la pedanía y que atiende a más de 4.000 habitantes.

A esto se suma el reparto de fármacos a domicilio que ya funciona en muchas localidades de la Región para reducir al máximo las salidas de la población más vulnerable, aunque los profesionales reconocen que en localidades pequeñas son los vecinos quienes se encargan a veces de recoger lo que necesitan aquellos que no pueden ir hasta la botica.

Los farmacéuticos rurales expresan su agotamiento tras duras jornadas en las que en muchos casos no cuentan con equipos de protección individual suficientes, pero defienden la importancia de su trabajo en zonas más aisladas de la Región. Rufino Álvarez, dueño de la farmacia de Benizar, coincide con sus colegas en que «el miedo es libre pero con él no podríamos hacer muchas cosas de las que hacemos. Lo que sí tenemos es mucho cuidado porque, si cierra una farmacia en Murcia por coronavirus, los pacientes pueden ir a otras, pero en entornos rurales, si cerramos por cuarentena, la población queda totalmente desatendida y tenemos que evitarlo».