Qué difícil, escribir. Para prepararme, en el ordenador, abro periódicos y periódicos, veo muchos titulares y leo a todo el mundo, mejor dicho: comienzo a leer a todo el mundo y termino de leer a unos pocos. Y yo tengo que escribir. Para hacerlo, siempre he bebido de la vida que me rodeaba, de los amigos con los que me tomaba una cerveza, de la gente que observaba por ahí, en la terraza de un bar, o hablando desde un balcón con alguien en la calle, a gritos: «¿Qué vas a hacer de comer hoy, María?», «voy a poner un 'asaíco' de pollo», «pues, yo, una miaja de lentejas», decían.

Pero llevo casi dos semanas sin salir de mi casa. Realmente tengo material de más para escribir sobre el coronavirus. Podría hablarles hasta de las angustias terribles que se sienten cuando alguien cercano se contagia. Pero no voy a hacerlo. Prefiero opinar aquí de la buena gente, de aquellos que están poniendo su grano de arena para ayudar en este desastre. Porque a muchos los vemos todos los días en la tele y nos conmueve que sean capaces, que tengan el valor tremendo de meterse en un hospital, en una residencia de mayores, a jugarse el cuello por curar a los demás. O todos esos hombres y mujeres de uniforme que montan hospitales, que desinfectan espacios, que tratan de controlar a los idiotas que no entienden que cuando sales a la calle por gusto, si infectas o te infectas, creas una nueva cadena de contagios que parte de ti y comienza inmediatamente a multiplicar el daño.

Un ejemplo esa otra buena gente podría ser la que lleva adelante cada día la institución Jesús Abandonado, de Murcia. Siguen dando comidas, aunque en bolsas para llevar, con pequeños contenedores de comida preparada, y cenas de bocadillo, además de fruta fresca. Como una gran mayoría de los voluntarios de esta institución son personas mayores, allí mismo les han pedido que no acudan a ayudar, y necesitaban relevos para llevar a cabo tareas de reparto y otras. Los Franciscanos de Murcia han respondido a esta llamada y son los que están atendiendo al personal. Me cuentan que hay frailes muy jóvenes y capaces de transmitir alegría a los usuarios. Por otro lado, la institución ha distribuido a una parte de sus internos en otros centros que reúnen mejores condiciones para aislarse, y ahí están los que trabajan atendiendo a estas personas, las más necesitadas, las que no tienen a nadie, ni siquiera un techo, solo los tienen a ellos.

Otra muestra de que hay gente especial es la Fundación Secretariado Gitano, que está dedicada a la parte de este colectivo que todavía vive de un modo muy precario.

Es gente que puede estar sin luz, sin agua y sin alimentos, y a los que las soluciones les pueden llegar de las instituciones, pero, a menudo, tarde, así que hay que cubrir esas necesidades inmediatas, estar atentos a dónde pueden requerir ayuda urgente. Y ahí están ellos, los del FSG, que lo están haciendo, detectando dónde hay uno de esos problemas y tratando de proporcionar lo más necesario a estas personas.

Y déjenme que les apunte una acción noble más, aparentemente pequeña, pero grande. El lavadero de coches Ancani, de Alcantarilla, que está cerrado al público como se ha ordenado, ha puesto a disposición de la Policía Local y Nacional, de la Guardia Civil, etétera, un generador de ozono del que dispone para desinfectar sus coches.

Por supuesto, de un modo altruista. Los interesados llaman por teléfono y el dueño les abre sus puertas, le aplican al vehículo el procedimiento y se marchan con su coche limpio de gérmenes. Ha sido este joven, pequeño empresario el que se ha ofrecido a hacerlo, sin que nadie se lo pida.

Ya lo ven. A pesar del miedo que nos recorre el cuerpo a todos, hay gente capaz de estar ahí pensando en los demás. Es gente buena. Nuestra buena gente.