Decir adiós nunca había sido tan difícil. Juana Fernández, la madre de Mari Carmen Ibáñez, falleció ayer a las 5.30 de la mañana en la residencia Caser de Santo Ángel. Hace tres días le informaron de que había dado positivo en la prueba del coronavirus. Tenía 90 años, una edad que juega en contra de los contagiados por Covid-19. «Estaba estable hasta el jueves por la noche, que empeoró», comenta.

Lo normal hubiera sido que ayer se hubiera celebrado el velatorio, alargándose, lo que es muy común en la Región de Murcia, toda la noche, y que hoy fuera enterrada ante la presencia de todos sus seres queridos. Sin embargo, las nuevas normas impuestas desde que se decretó el estado de alarma han acelerado las cosas -ya no hay que esperar al menos 24 horas para enterrar a un difunto tras la hora de su muerte-, además de despojarlas de buena parte de su humanidad.

Para empezar, no existió velatorio alguno para Juana. Desde ayer, viernes, entró en vigor una nueva orden de la Consejería de Salud por la que quedan prohibidas estas reuniones para intentar frenar la expansión de la pandemia.

«Esa misma mañana enterramos a mi madre, a la que ni siquiera pudimos ver». Al tratarse de una enferma del coronavirus, el ataúd llegó ya precintado.

Mari Carmen tampoco pudo buscar el consuelo de su familia. «Nos dijeron que tan solo podíamos ir diez personas, además de guardar una distancia de dos metros entre cada uno de nosotros», cuenta. Por eso los únicos que se acercaron al cementerio fueron los hijos que le quedaban a Juana. «Ha sido muy duro, no nos podíamos ni tocar».

Tampoco fueron fáciles las últimas semanas con Juana en la residencia Caser, donde llevaba viviendo seis meses. «Mi madre estaba bien hasta que dejó de vernos con el estado de alarma. Me llamaba y me preguntaba por qué no iba a verla. Poco a poco, perdió el apetito y al final no quería ni comer». Aunque la madre de Mari Carmen sufría Alzheimer, estaba en fase 5, por lo que aún reconocía a todos sus hijos.

«Nadie puede hacerse una idea de lo mal que lo hemos pasado».

¿Y si tenía el Covid-19?

Estos días se están viviendo casos aún más descabellados con los fallecimientos de personas en edad avanzada, ya que, en algunos casos, no se sabe si estaban infectadas por el coronavirus.

Esto significa que su familia se ha de confinar en su casa y llorar la pérdida del ser querido sin ningún tipo de contacto con otras personas.

Esta circunstancia tuvo lugar en la ciudad de Murcia hace un par de días: «Se ha muerto mi madre y ni siquiera he podido abrazar a mi hermano», lamenta el afectado. «Estamos recluidos en casa porque habíamos estado en contacto con ella. Si nos vemos, podríamos expandir el virus en caso de tenerlo, pero no nos harán las pruebas si no tenemos síntomas».