«Nuestros chicos son muy cariñosos y llevan fatal la falta de abrazos», afirma con voz entrecortada Marian Sánchez, directora del centro para personas con discapacidad en la diputación de Canteras, en Cartagena, donde conviven 71 hombres y mujeres de entre 21 y 83 años que tienen dificultades para entender, aunque ya lo han asimilado, las cautelas físicas que guardan respecto a ellos sus cuidadores.

Este centro del Instituto Murciano de Acción Social, inaugurado hace 43 años en un antiguo hospital de tuberculosos de la diputación cartagenera de Canteras y que se trasladó en 2004 a un moderno complejo en La Vaguada, tenía hasta la crisis del coronavirus 80 residentes, si bien nueve de ellos optaron por volver a casa con sus familias cuando se decretó el confinamiento.

Con la declaración de alarma llegaron nuevos turnos de trabajo para auxiliares, enfermeras, conserjes, cocineros, educadores y técnicos, entre otros muchos profesionales que componen el personal del centro de discapacidad, pero sobre todo protocolos de seguridad, planes de contingencia, boletines de información, mascarillas, guantes y otras muchas incomodidades para los usuarios que, en la práctica, se traducen en cierre al exterior.

Además de haberse clausurado el centro de día y dejar de ver a los usuarios que entraban y salían de Canteras, el virus Covid19 ha suspendido también muchos de los talleres formativos y, por supuesto, las salidas de los internos. «Tenemos dos furgonetas aparcadas y nos recuerdan al verlas que ya no vamos al puerto, no tomamos el aperitivo en la calle, como les gusta, y no hacemos muchas de las cosas que antes les encantaban», recuerda la directora. La imaginación y «tremenda vocación» de los profesionales ha hecho el resto.

Lo peor para ellos, sin duda, es la falta de besos y abrazos. «Lo llevan realmente mal y no entienden muchos el cambio de actitud de los que trabajamos aquí», sostiene Marian Sánchez, que valora emocionada la idea que tuvo un compañero de responder con música, la gran pasión de los discapacitados de Canteras, a los reproches de los residentes por su lejanía física.

Le pidieron abrazos y respondió con Nino Bravo, y así, según cuenta, resuena de cuando en cuando en el centro de La Vaguada la canción de amor Te quiero mientras se lanzan besos al aire y se abrazan a sí mismos en un himno musical que alivia el deseo de roce. «Lo que está pasando estos días es muy duro y tenemos la emoción a flor de piel. Todos estamos bien, seguimos trabajando con ellos, salen a pasear por los jardines guardando las distancias, hacemos cartulinas, pintamos, bailamos mucho y escuchamos mucha música. Es nuestro nuevo día a día», explica la directora, para quien esta crisis también ha marcado un hito en la relación con las familias porque ha demostrado el amor que sienten hacia sus hijos o hermanos y la gratitud con el centro por su cuidado.

El contacto entre usuarios y familiares ahora es telefónico y en muchos casos, el de los usuarios que tienen móvil, a través de aplicaciones de mensajería instantánea, mientras que el resto recibe noticias a través de los constantes mensajes que gestiona el propio centro de discapacidad. «Todas las comunicaciones son emocionantes porque siempre son de agradecimiento. De agradecer los cuidados, a todas horas, y eso no lo olvidaremos nunca».

Marian Sánchez cruza los dedos para que el coronavirus no salte la valla. El riesgo, reconoce, está en las salidas y entradas de sus trabajadores, que «con los ojos cerrados dejarían sus casas e ingresarían aquí si las circunstancias así lo aconsejaran para salvaguardar la seguridad de los chicos».