Hace mucho tiempo, Avelino Rubio, un director, tristemente fallecido, de este periódico dijo que yo escribía con dos sentidos, sentido común y sentido del humor. Esta observación me pareció tan importante que, aunque no fuese totalmente cierta, me animó a tratar de convertirla en una realidad, si esto era posible.

Así que procuro siempre, antes de comenzar a escribir, recordarla y tratar de que lo que vaya saliendo cumpla, en lo posible las dos premisas y que ustedes lo noten, aunque supongo que no lo consigo más que a menudo.

Un recurso que solía utilizar bastante, antes de la crisis, y que quizás alguien recuerde, era presumir de pobre exagerando todo lo posible para provocar la sonrisa, por ejemplo, diciendo que estaba muy contento: había vendido un cuadro y podía comprarles a mis hijos unos zapatos, porque en mi casa ellos estaban como los ángeles: descalzos y desnudos. Presumir de pobre también era una manera de criticar a los que presumían de ricos, aunque fuese de esta manera, con su poco de cachondeo.

Así que, por un lado, me gustaría hacerles a ustedes sonreír, que buena falta nos hace a todos, pero quién es capaz de conseguirlo. Hasta los memes que, por cientos, nos comenzaron a llegar al principio de la epidemia, cada vez son más amargos. Mis reflexiones personales tampoco van muy allá en la alegría, así que no se las voy a trasladar a ustedes, que bastante tienen. De este modo, he pensado que lo único que me queda por hacer es contarles a ustedes lo que hago cada día de confinamiento, porque, como es natural, ando encerrado en mi casa con mi mujer, y trato de cumplir a rajatabla las indicaciones que nos han dado a los ciudadanos.

Así que, en primer lugar, les diré que vivo en una casa grande, y que sigo manteniendo el mismo horario que cuando salía a la calle. Sobre las siete de la mañana pongo la radio, y voy saltando de una emisora a otra para ver qué dice cada cual, que suele diferir bastante en lo que a opinión se refiere, que no en los datos, que suelen ser los mismos. Sobre las 8, ducha y demás, vestimenta con un chándal muy viejo, desayuno frugal y comienza el día propiamente dicho.

Hay que mantener la casa en estado de limpieza total, así que nos distribuimos las tareas domésticas. Puedo asegurarles y les aseguro que fregar el suelo cansa cuando es una superficie bastante grande, y que se resiente la zona lumbar, es decir, que te duelen los riñones. A continuación, limpieza de superficies con un compuesto de amoniaco. Acabadas las tareas, lectura de periódicos en Internet y subida notable del acojonamiento al ver la que tenemos encima.

Hay que hacer ejercicio, así que unos cuantos estiramientos y unos largos de la casa a buen paso se imponen. Tengo plantas, y he comenzado a trasplantarlas de las macetas que ocupan a otras más grandes para que se desarrollen mejor. Curiosamente observo que, al día siguiente de llevar a cabo esta acción, y de regarlas bien regadas, todas las ellas están como alegres, más estiradas y esbeltas que nunca, y eso te anima. También le pongo algo de comida a los pájaros en el suelo de la terraza, porque así los tengo acostumbrados y vienen cada día a esperar a que lo haga, gorriones, mirlos, verderones, etc.

Hora de comer. Nos alternamos para guisar dependiendo de lo que se vaya a hacer. Cada uno tenemos nuestras especialidades. A continuación, un documental de animalicos en la tele y cierre de ojos. A las 5, un té verde. Más paseos y algo de braceo. Un rato de lectura. Conexión de tele y seguimiento de algunos programas de viajes o de cocina, sobre todo, los de guisos de pueblo, todos con el mismo sofrito de tomate, pimiento, cebolla y ajo, que me hacen gracia.

A las nueve y media de la noche, cena, casi todos los días un hervido de verduras o un gazpacho, y algo más. Enseguida a por las series que estamos siguiendo o a por una película, si la hay buena. Y no nos acostamos muy tarde, porque yo leo libros en la cama como he hecho toda mi vida. El Whatsapp de amigos y familia echando fuego, y, así, vamos tirando, aguantando, como ustedes, como todos. ¡Suerte!