El coronavirus ha puesto en jaque a la sociedad española. De hecho, una parte importante de los ciudadanos del país y, por tanto, de la Región, permanecen encerrados en sus casas -salvo para salir a comprar muy puntualmente o pasear al perro- desde hace aproximadamente una semana, y no son pocos los que claman por una solución que les permita abandonar su confinamiento. Sin embargo, al otro lado del charco, hay una pareja de murcianos que, a buen seguro, abrazarían el tedio de la hogareña cuarentena.

Ellos son Pilar Llanos Vieites Pujalte y Juan Carlos Pérez Moreno, dos aficionados al buceo que, junto a otros siete amigos, madrileños, partieron hacia Honduras a comienzos de la semana pasada -antes de que estallara la crisis sanitaria- atraídos, cuentan, por la segunda barrera de coral más grande del mundo. Pero en el Caribe no solo se han encontrado un paraje natural idílico para el submarinismo, sino también con un país inestable dominado, como el resto, por una pandemia global y del que, a día de hoy, no pueden salir.

La pareja -él, de 53 años de edad y policía local; ella, de 46 y trabajadora de una operadora de telecomunicaciones- tenía previsto volver ayer de Roatán, isla en la que están pasando estas desafortunadas vacaciones, pero en el país centroamericano hace días que los aeropuertos permanecen cerrados. «Aquí, en nuestra isla, desde el domingo a medianoche. Pero en cuanto el sábado por la mañana nos enteramos de que España había decretado el estado de alarma nos pusimos inmediatamente a intentar cambiar los vuelos para regresar», recuerda Pilar, vía WhatsApp, a esta redacción. El problema, explica, es que todas sus opciones pasaban por hacer escala en Estados Unidos, y para entonces allí ya no permitían la entrada de ciudadanos españoles, «ni siquiera en tránsito».

Por supuesto, el siguiente paso era ponerse en comunicación con el consulado español, pero aunque, asegura, llaman tres y cuatro veces al día, allí nadie les da una solución. « Nos dicen que no nos pueden ayudar, que está todo cerrado y que tiene que ser el Gobierno central el que flete un avión para sacarnos de aquí», lamenta la murciana, que añade que su marido ha intentado contactar a través de Facebook tanto con el alcade José Ballesta como con el presidente de la Comunidad, Fernando López Miras. En las capturas de pantalla que ha proporcionado a este periódico, el regidor de la capital del Segura les pide «tranquilidad» y les asegura que «el Ministerio de Interiores ya está haciendo gestiones con todos los españoles que están en su misma situación»; del líder autonómico todavía no han obtenido respuesta alguna.

Pero a Pilar, a Juan Carlos y al resto de españoles olvidados en Honduras se les acaba el tiempo. «Hoy teníamos que haber dejado el piso en el que estamos, pero hemos conseguido negociar con la casera diez días más porque aquí todos los hoteles están cerrados», señala Pilar, que añade que también se han quedado sin coche de alquiler y que, para sufragar todos estos gastos, no han recibido ningún tipo de ayuda. «¿Ayuda de quién? Los únicos, nuestros familiares...», contesta. Y es que ese es otro de los puntos que agravan su situación: «Aunque parezca mentira, ir al supermercado nos sale bastante caro... ¡Somos nueve! Vinimos aquí gastando unos ahorros y con algo de dinero, pero se nos está empezando a agotar...», cuenta la murciana, que asegura que una de las pareja que les acompaña tuvo que pedir un préstamo para sumarse al viaje.

En cualquier caso, lo que más les preocupa es cómo los lugareños y las autoridades hondureñas están manejando esta situación. «Aquí se ha sido mucho más restrictivo que en España. En Roatán tenemos toque de queda de seis de la tarde a seis de la mañana y, por ejemplo, durante los dos próximos días ni siquiera van a abrir los supermercados. Además -apunta-, ya hay varias ciudades en las que se ha decretado el estado de sitio», un concepto equivalente al de estado de guerra, con todo lo que ello conlleva. «Evidentemente estamos encerrados en la casa, y salimos exclusivamente para hacer compra y nunca solos. Porque, como imaginarás, esto no es España ni Europa, y ver a vigilantes de seguridad con rifles en tiendas y gasolineras nos choca bastante...», cuenta Pilar, que confiesa que los vecinos ya les han advertido de que, cuando falten los suministros de víveres -recordemos que hablamos de una isla- pueden empezar los saqueos.

Por todo ello, están «asustados» y «desanimados» en vista de que pasan los días y desde el Gobierno español nadie les dice nada. «Cada vez que hablamos con nuestros hijos se nos cae el alma al suelo... Nos preguntan que cuándo volvemos, y no lo sabemos. Y somos conscientes de que, cuando volvamos a Madrid, tendremos que buscarnos la vida para volver a Murcia, pero ya estaremos más cerca», dice. «Aunque parezca increíble -añade Pilar antes de concluir- lo dos estamos deseando poder volver a nuestras 'nuevas vidas': yo, teletrabajando, y Juan Carlos, ayudando a sus compañeros, ya que se siente un inútil aquí cuando en casa hay tanta gente que necesita su ayuda».