Una ráfaga de viento atraviesa la calle Alejandro Séiquer. Alina tirita y se aprieta el cuello de la chaqueta en torno a la garganta. Asomadas a un balcón, dos niñas en pijama agitan un par de pomperos y lanzan al aire una catarata de burbujas. Un repartidor de Glovo cruza en bici desde la Plaza Cetina. «Yo estoy en tratamiento con metadona -dice Alina-. Si la policía me pilla yendo a por droga puedo enseñar este papel [el documento del Servicio Murciano de Salud que autoriza a las personas que estén en tratamiento sustitutivo con opiáceos], que demuestra que soy toxicómana, que estoy enferma». Apurando la primera semana de cuarentena impuesta por el Gobierno para intentar frenar los contagios por coronavirus, la estampa de las calles vacías comienza a asumirse. La calma tensa -espoleada por una gota fría que no termina de estallar y que mantiene a la Región en alerta amarilla- se va imponiendo, pero hay quien tiene que salir de casa para algo que no contemplan los ocho supuestos del estado de alarma por los que se permite pisar la calle. Es el caso de Alina: «Yo necesito droga. Con la metadona no es suficiente y tengo que seguir fumando base [droga de bajo coste, similar al crack, elaborada con residuos de cocaína]».

«Si compras en La Fama, normalmente te encuentras una cola de diez o quince metros -cuenta -. Antes sacaban dos bolsas de monedas y dos de billetes a mediodía. Ahora, desde que no podemos salir de casa para nada, solo sacan una bolsa de monedas y otra de billetes». Un traficante de la zona lo confirma: las ventas se han reducido «de un 85 a un 90%», dice, «antes podía vender fácilmente 200 g de coca al día. Ahora, si vendo 10 o 15 me puedo dar con un canto en los dientes».

Alina pasa los días deambulando por Trapería y Platería. A veces llega hasta la plaza de toros. Duerme en Jesús Abandonado. «Te echan a las siete de la mañana y es imposible que te dejen ducharte cada día», cuenta, «y tienes que buscarte la vida en la calle». Muestra las manos, llenas de heridas: «Tengo la piel fatal y al rozarme con cualquier cosa me hago sangre. Luego me rasco y, como tengo las manos sucias, se me infectan las heridas».

Alina gira en una esquina y enfila la calle San Lorenzo, camino de la Plaza de Europa. «Hay algo que no entiendo: si el virus está en el aire, ¿cómo no estamos todos muertos?, ¿qué vamos a hacer?».

Cuarentena «difícil» en los centros de rehabilitación

«El perfil de la persona drogodependiente es amplísimo, pero en gran parte se trata de una persona golpeada por la exclusión social», apunta Pablo Ventura, de Betania. Esto implica, según el psicólogo, que, en el marco de la cuarentena, «a esas personas se les junta todo: la limitación de recursos con la imposibilidad de acceder a tratamientos de rehabilitación».

Desde la Fundación Temehi, que ofrece tratamiento a mujeres, aseguran que varias medidas, «como la ampliación de la caducidad en las recetas electrónicas», están aliviando la situación. Sin embargo, la coyuntura dista de ser la ideal: «Los pacientes con los que estamos pasando la cuarentena están intranquilos y eso dificulta la convivencia», cuentan. «Además, nos estamos viendo obligadas a negar el ingreso a nuevos pacientes. Solo nos queda esperar y cumplir los protocolos», concluyen.

Por último, Pablo Ventura asegura que «uno de los grandes problemas» que las personas drogodependientes, a quienes ayudan a rehabilitarse, encontrarán en esta pandemia será «la falta de información».