Hace unos años el cartagenero Guillermo Montoya encontró un puesto de trabajo en Islandia. Lo dejó todo y se estableció en el pueblo de Húsavík, que apenas tiene 2.000 habitantes. La crisis del coronavirus le pilló volando cuando volvía de una visita a España.

Él ya estaba avisado de que podía estar dos días aislado, pero al venir de nuestro país, las autoridades islandesas aumentaron el periodo de cuarentena a dos semanas. Al bajar del avión, le esperaba un coche con el que él mismo se trasladó al piso en el que permanece incomunicado. La empresa para la que trabaja se encarga de su mantenimiento y de todos los gastos. Desde su confinamiento afirma que «es lo que tengo que hacer. Creo que en España se hizo tarde y mal. No he presentado síntomas, así que no necesito revisiones ni nada parecido».

Desde Islandia la situación de los españoles se ve con preocupación, aunque, según Guillermo, allí también están teniendo casos. «El primero llegó por un turista y no ha habido muchas restricciones. Ahora mismo hay contabilizados unos 250», señala.

En cuanto termine el confinamiento volverá a su trabajo, pero en lo que no va a dejar de pensar es en qué va a pasar cuando la crisis acabe. «Te preocupas por la familia, los amigos, y lo que costará volver a la normalidad para muchas empresas, para la economía y para algunas cabezas...», dice.