Murcia amaneció ayer menos luminosa que de costumbre. Las nubes grises que se cernían sobre la ciudad parecían confirmar que no, que no iba a ser un lunes cualquiera. La expansión del Covid-19, más conocido como coronavirus, ha obligado a los Gobiernos central y autonómico a imponer medidas restrictivas a la ciudadanía, incluido el cierre de multitud de comercios. Tiendas de ropa, de videojuegos, grandes superficies destinadas al ocio (incluidos cines), ferreterías, inmobiliarias... Media España -y, en consecuencia, media Murcia- se quedó ayer en casa o teletrabajando a consecuencia de la mayor crisis sanitaria sufrida por la Región en los últimos años; otros, debatían la idoneidad de mantener abiertos otro tipo de establecimientos, como las tintorerías, que, según el Ejecutivo de Sánchez, son «un servicio fundamental para el mantenimiento de hospitales y otros centro de atención», o las peluquerías, que aunque en principio iban a abrir para «garantizar la atención e higiene de las personas más vulnerables», finalmente dejaron las persianas a ras de suelo por orden de la administración estatal.

Sin embargo, hay un sector del que, por razones obvias, nadie discute su inmunidad: el de la alimentación. De hecho, en los últimos días se han visto imágenes sorprendentes en medios informativos y redes sociales de cientos y cientos de españoles vaciando las estanterías de los supermercados para llenar sus despensas de cara a la 'cuarentena'; una postura ante la que nuestros representantes han llamado a la calma asegurando que el suministro está garantizado. Quizá por ello -o por las limitaciones de aforo adoptadas por cadenas como Mercadona en consonancia con la Consejería de Sanidad-, ayer la histeria parecía haber disminuido entre quienes bajaban dispuestos a llenar el carro de la compra. «Hay mucho movimiento, pero bastante menos que el jueves, el viernes o el sábado», asegura Pedro, cajero en el SuperDumbo de la calle Escultor Roque López de Murcia. Sin embargo, el joven dependiente tenía claro que «todavía estamos lejos de la normalidad»; frase que decía mientras pasaba la compra de uno de sus clientes por el escáner como un autómata, pues las colas para pagar seguían siendo anormalmente largas.

No obstante, más allá de los supermercados, en este «lunes raro», como apuntaba una vecina del barrio de Santa María de Gracia, hubo muchos otros comercios de alimentación (pequeños comercios de alimentación) que tuvieron que encender motores a primera hora de la mañana para encarar, abiertos al público, una mañana difícil. «Nosotros estamos intentando actuar con normalidad, pero es inevitable estar un poco intranquilos...», señalaba Toñi tras el mostrador de la casa de comida Botía La Vega. «Es preferible quedarse en casa, claro, pero hay que darle de comer a la gente -apuntaba-. Yo tengo muchos pedidos de personas mayores o de gente y necesita de nuestros servicios», explicaba mientras su compañero descargaba cajas del furgón; eran las once y media de la mañana y todavía estaban arrancando. La jornada se avecinaba dura: «No es que venga más gente que otros días, pero sí piden más cantidad, comida envasada al vacío para toda la semana».

En cualquier caso, la clave para Toñi -que insistía en que, aunque al día, no les va a faltar de nada para atender a sus habituales- es hacer también un poco de 'psicólogos' con sus clientes. «Nosotros estamos actuando con normalidad, con mucha cautela, e intentando tranquilizar a la gente porque es verdad que vienen un poco nerviosos. Por eso, aquí siempre ponemos una sonrisa; y hablar con la gente es importante: decirles, cuando llaman por teléfono, que no se preocupen, que van a tener su comida, que solo tienen que mandar a alguien a que se la recoja con el coche y nosotros se la sacamos», aseguraba.

Con amabilidad recibía también a sus clientes Lala, encargada durante la mañana de ayer de atender a los vecinos que se pasaran por la panadería La Colegiala de la Avenida Primo de Rivera. Allí también notaron que el de ayer no iba a ser un lunes cualquiera: «Hay movimiento, más del que esperaba, pero es verdad que no está viniendo tanta gente como habitualmente». Uno de los motivos principales -y particularmente llamativo a simple vista- era el cierre de su servicio de cafetería, como manda la normativa impuesta para atajar esta situación. Con las luces apagadas y las sillas vacías, la mitad del negocio iba y va a quedar desierto mientras dura el estado de alarma: «Se nota un montón... La semana pasada era el doble de trabajo, y la verdad es que en ese sentido está la cosa muy floja, muy paradica. ¿Y clientes? Pues eso, ni la mitad», lamentaba Lala, que aseguraba que donde antes había varias dependientas tras el mostrador, ayer solo estaba ella. «De momento, nos estamos turnando. A ver cómo evoluciona esto...», se preguntaba la joven, que reconocía que esa mañana habían recibido menos pan que de costumbre ante una previsión de venta menor.

Pero, aunque con nubes grises y frente a días raros, también ayer hubo momentos para bromear y para la alegría, en la cola de la carnicería o con la cajera del Mercadona, como aseguraba Ana, a la que ayer, como a muchos otros murcianos, no le quedó más remedio que bajar «al súper». «Es lo que toca, hijo mío. Hay que llenar la nevera, ¡pero no es ningún drama!», aseguraba. Eso sí, llenada la cesta, tocaba volver al hogar. «Es lo que han dicho los que saben, ¿no? Pues hagámosles caso».