El mejor guionista no hubiera imaginado nunca algo así. El mundo se para de golpe por una pandemia de origen oriental y la costa murciana es el principal reflejo de una sociedad luchando contra sí misma: una parte que ha entrado en pánico y que teme el advenimiento del fin del mundo, y otra que no es consciente del peligro.

Para ser honesto, primero tengo que decir que soy murciano, y que hasta hace dos días vivía en Madrid. Y sí, he decidido regresar. He regresado como ha regresado cada estudiante ante la incertidumbre sobre lo que está por venir. Por varias razones: porque hasta ahora no he tenido ningún síntoma de la enfermedad, porque no tengo constancia de haber estado en contacto con ninguna persona que haya dado positivo y porque ni en Madrid ni en Murcia vivo con nadie que entre dentro de los colectivos de riesgo. Y todo esto, por supuesto, no me exime de contraer o propagar la enfermedad ni me convierte en inmune al Covid-19.

Sobre todo, he vuelto porque se antojaba impensable la idea de permanecer confinado a 400 kilómetros de mi verdadera casa, en una situación inédita y de extrema gravedad, durante un tiempo indefinido.

Resultaba paradójico cómo el virus se expandía sin control en la ciudad con más circulación de personas de España, mientras la Región de Murcia resistía y era la única comunidad sin casos confirmados. Tan diferentes y tan parecidas al final.

De pronto, es aquí, en los municipios costeros, donde no queda nada en los supermercados. La histeria se ha propagado tan rápido como el virus, y parece que hay que ir a comprar hoy porque mañana puede que no haya qué comprar.

En la capital, todo cambió en un abrir y cerrar de ojos. El fin de semana se mantenía el frenesí de una ciudad que vive a toda pastilla, y de pronto, entre el lunes y el martes, llega el pánico. Solo unas horas después de que se decretara el cierre de los colegios y las universidades, los ciudadanos entraron en una espiral de psicosis colectiva que les llevó a arramblar con las existencias de los supermercados.

Y el miércoles ya era un enorme núcleo urbano en medio de una sociedad posapocalíptica. Calles desiertas por las que antes no se podía caminar y un transporte público abandonado en el que solo unas horas antes se viajaba como sardinas en lata. Y solo lo podías ver desde las alturas de un cuarto piso. Esa misma tarde, los rumores sobre el cierre de carreteras empezaban a circular, y los pocos que quedábamos en la capital buscábamos la manera de salir cuanto antes. Unos días después, y quizás sería demasiado tarde. El anuncio del estado de alarma confirma que estábamos en lo cierto.

Hay que aclarar que no por volver renuncio a la responsabilidad individual que se exige en una situación como esta. He regresado y he cerrado la puerta de mi casa a cal y canto, con la intención de no salir hasta cumplir los 14 días de cuarentena que pide el Gobierno regional y el ayuntamiento de mi localidad. Por tanto, pido que no nos metan a todos en el mismo saco, que no nos tilden de irresponsables a los estudiantes que tenemos aquí nuestro hogar, porque probablemente cualquiera haría lo mismo en estas circunstancias. Que no nos comparen con quienes están manteniendo sus viajes de ocio y quien ha llegado a la Región a pasar unas vacaciones y no una cuarentena.

Hay actitudes totalmente reprobables. La costa del Mar Menor y del litoral Mediterráneo se ha plagado de ciudadanos madrileños que tienen aquí su segunda residencia y que han aprovechado el buen tiempo del mes de marzo para darse un paseo por la playa. Por supuesto que tienen derecho a venir, pero no es el momento hacer turismo ni de salir de cañas.

He de decir que al principio era el primero que no se tomaba en serio un virus con una mortalidad tan baja y con síntomas y consecuencias tan parecidos a una gripe. Nadie se lo tomaba en serio, pero no hay que confundir la inacción con el sentido del humor que caracteriza a los españoles, incluso en situaciones como esta. También era el primero que veía excesiva cada medida drástica que se tomaba. Pero, ¿qué quieren que les diga?, no soy experto en cuestiones sanitarias, y la mayoría de quienes me lean tampoco. Y si para nosotros, los jóvenes, coger el coronavirus significa poco más que un resfriado, hay que comprender que para otros puede ser mucho más grave.

Hay que comprender también que los hospitales y los profesionales de la sanidad pública (un saludo para los defensores de los recortes y la sanidad privada), que son los verdaderos héroes de toda esta historia, están absolutamente desbordados, y que cuanto antes le pongamos freno, antes se acaba la pesadilla. Así pues, hagamos caso a los que saben, y si dicen que hay que quedarse en casa, hay que quedarse en casa, y punto. Y mi casa está aquí.