Es por la mañana, sobre las 9.30. Salgo de mi casa perfectamente informado a través de distintas emisoras de radio, que llevo escuchando desde las 7, de todo lo que hay que saber, a día de hoy, del coronavirus, y con la conciencia clara de que he de tomar todas las precauciones recomendadas. Ya voy bien duchado y con ropa limpia y estoy dispuesto a defender mi pulcritud de cualquiera que ose atacarla.

Llevo en la cartera una lista de recados y compras que he de hacer. Por unanimidad, mi mujer y yo hemos decidido que no vamos a hacer acopio de nada, que nos creemos lo que dijo ayer el dueño de una cadena de supermercados, que ha ganado este año 900 millones de euros, sobre lo de amontonar cosas en casa. Un hombre que gana ese dinero al año tiene razón, seguro, en lo que dice, así que solo haré las compras necesarias.

Llego a mi panadería habitual y observo cambios importantes. La dueña ha colocado a un metro del mostrador dos banquetas con una cuerda que no permite a la gente acercarse. Todos los clientes le alabamos la idea y estiramos los brazos para coger nuestra compra. También lleva guantes, y, sobre ellos, se pone una bolsa de plástico cuando va a coger el pan, y se la quita cuando toma el dinero con el que le pagamos. La verdad es que observo que de vez en cuando se lía y toma el dinero con la bolsa puesta, o el pan con los guantes solo, pero se le ve buena voluntad.

Una clienta explica que viene del Centro de Salud, y que le han dicho que los médicos estaban reunidos para ver si cierran las consultas y solo atienden cosas urgentes, y que le han dicho que a una no le querían tomar esta mañana la muestra de orina porque era una cosa rutinaria. Un hombre expresa sus dudas sobre que eso sea cierto. 'Pues a mí me lo han contado así', exclama la mujer, algo molesta. Otra señora señala que a la reina Letizia le han hecho la prueba del coronavirus porque estuvo con 'la Irene Montero esa', y, que, a lo mejor, le había pegado la enfermedad. Un hombre muy mayor, que está esperando que lo atiendan, dice 'eso le pasa por ir con los de Podemos'.

Me voy al mercado. En el puesto del queso hay gente y pido la vez. Todos hablan del coronavirus. 'Yo iba a ir al mercadillo esta mañana, pero lo han prohibido los del Ayuntamiento, así que me he venido para acá. Y lo siento, porque yo, los jueves, disfruto yendo allí, que me encuentro con las amigas y compro más barato que aquí', dice una mujer. El dueño del puesto la mira con mala cara, y dice: 'Pues a mi padre lo han hecho polvo cerrando el centro social del barrio, porque él va allí por la mañana a jugar al dominó, y por la tarde a jugar al bingo. Así que el hombre va a estar más que aburrido y amargándole la vida a mi madre, la pobre'.

Otra señora, bastante mayor, le pregunta a la anterior: 'Oye, Juani, ¿es que el coronavirus da diarrea? Me han dicho que lo primero que se está agotando en los supermercados es el papel higiénico'. La otra le responde, pero ya me toca a mí comprar y no puedo escucharlas bien.

He quedado con un amigo a tomar café en una terraza. Hablamos del coronavirus y también de los políticos y de cómo están llevando esta crisis. Le digo que no conozco al consejero de Salud, Manuel Villegas, pero que me han hablado bien de él como gestor, que es muy trabajador y tal. Mi amigo me dice que lo conoce y que efectivamente es un buen gestor y también un buen médico. Me cuenta una historia tremenda de una actuación suya con un enfermo, que no voy a repetir aquí por respeto, en la que se demuestra que, además de esas otras cualidades, es, por lo visto, un ser humano de calidad.

Cuando nos despedimos, no nos damos la mano, como hacemos habitualmente, y me voy corriendo a mi estudio para lavármelas a fondo. Ha sido mucho trajín de un lado para otro y Dios sabe si habré tocado algo contaminado.