Benicio Rodríguez se afanaba en el paseo marítimo de Santiago de la Ribera en separar las mesas de la terraza de su bar un metro unas de otras para intentar que hubiera una distancia de seguridad entre sus clientes para evitar el coronavirus, cuando supo que la Comunidad Autónoma había dictaminado el cierre de todos los locales de ocio y hostelería en las localidades costeras para evitar focos de contagio o la tentación de muchos de salir a tomar algo cuando se debe estar en casa confinados. «A mí no me van a dejar aplazar los pagos a mis proveedores o el sueldo de mis empleados. Esto va a ser un desastre», lamentaba. Alicia Jiménez, de un bar de San Javier, entiende que se obligue a bares y restaurantes a bajar la persiana, pero cree que «si la situación se prolonga es probable que me despidan. No tengo la certeza de que después me vuelvan a contratar». Otros hosteleros que no quisieron identificarse se lamentaban por la difícil situación en la que se quedan y se preguntan cuándo podrán abrir.