El siniestro de ayer es el tercer accidente aéreo mortal que ocurre en la costa de la Región de Murcia en los últimos siete meses. Entre todos, suman ya cuatro personas muertas, todas de la misma manera: se estrellaron los aviones por causas que Defensa dice seguir investigando.

El primero ocurrió el 26 de agosto de 2019, también en La Manga, cuando otro avión C-101 de la Patrulla Águila cayó en un vuelo de entrenamiento al mar y falleció el piloto, el comandante Francisco Marín.

Un día después de aquello, la ministra de Defensa, Margarita Robles, descartó que ese modelo de avión estuviera obsoleto.

Robles indicó en ese momento que el C-101, que tiene casi 40 años de vida, «en absoluto» es un avión obsoleto y consideró que «ningún comandante con la experiencia de Francisco Marín se habría subido al avión si no hubiera estado en condicione».

«El avión podía operar perfectamente, todo funcionaba dentro de la normalidad», apuntó la ministra, que aseguró que «si hubiera que depurar alguna responsabilidad, ya se hará».

En ese momento, la ministra insistió varias veces en que la Comisión para la Investigación Técnica de Accidentes de Aeronaves Militares (Citaam) llevaría a cabo las pesquisas oportunas para determinar las causas del siniestro y «llegar hasta el final».

Apenas semanas después, otra tragedia. El 18 de septiembre posterior, el instructor Daniel Melero y la alferez Rosa Almirón, de 20 años, de la Academia General del Aire perdieron la vida en el accidente de una aeronave militar Tamiz E-26, en aguas del Mar Menor, en las proximidades de Santiago de la Ribera, tras despegar de la base aérea de San Javier.

Los alumnos de la AGA trasladaron a la ministra, en su visita el pasado mes de enero, que aunque poco a poco han ido a mejor, recuerdan a la alférez Rosa Almirón y reconocen que fue un «golpe duro, porque podía haber sido cualquiera de nosotros».

No solo sus compañeros: los vecinos del barrio de Santiago en Lucena y los alumnos y profesores de su antiguo instituto se sintieron consternados por su muerte a tan temprana edad.

Lo mismo ocurrió en Cádiz, de donde era natural el instructor, el comandante Daniel Melero, de 50 años. Él tenía más de 5.000 horas de vuelo. Estaba casado, tenia dos hijos en una familia de profundas raíces militares. Su pérdida generaba un enorme pesar entre sus compañeros y tambien en la ciudad de donde era natural.

Defensa, una vez más, anunció entonces que abría una investigación para ver qué había llevado a tan trágico desenlace. Al igual que hará ahora, tras el deceso de Garvalena. Al ser tres ya los siniestros, y todos en las costas de la Región, numerosas personas apuntaban ayer en redes sociales que sería preciso mejorar los medios materiales del Ejército, que cuenta con aviones, como estos, que llevan décadas funcionando.