Si 2020 es el año en el que Murcia es Capital Española de la Gastronomía, parece más que necesario que la cocina de la Región tuviera su representación en los Importantes 2019 de LA OPINIÓN. Y ese lugar lo ocupó, en el mes de diciembre, la chef de Magoga, un restaurante que se hizo con su primera estrella Michelin. «Es un placer estar con todos vosotros aquí. Estoy muy orgullosa de haber recibido este premio», comenzó su discurso María Gómez, propietaria, junto a Adrián de Marcos, del establecimiento de Cartagena.

«Tanto yo, como Adrián, que no ha podido estar esta noche aquí, somos la cara visible de este proyecto, pero es un equipo de quince personas que estamos trabajando muy duro para treinta comensales», explicó la chef. «Este equipo -continuó- está todos los días remando para llevar lo mejor de nuestra gastronomía a lo más alto».

Porque María, que subió a recoger el premio de la mano del responsable de comunicación y relaciones externas de Estrella de Levante, Yayo Delgado, quiso dejar claro que «en la Región de Murcia, la despensa que tenemos hay que aprovecharla». En este sentido, habló de su cocina, la de Magoga, una mezcla del Campo de Cartagena y el Mar Mediterráneo que invitó a todos los presentes en el Teatro Circo a visitar: «Ahí tenéis vuestra casa», dijo.

La chef concluyó diciendo que «los sueños se cumplen, nuestra cabeza es un receptor de ideas y emociones, y hay que pensar en positivo, así los problemas se pueden llegar a solucionar».

Perfil

Mientras las niñas de su generación jugaban a ser princesas, María Gómez (Fuente Álamo, 1987) soñaba con que sus padres salieran de casa para experimentar entre cazuelas. «Mi madre no me dejaba cocinar, así que aprovechaba cuando se iban», narraba en diciembre a LA OPINIÓN, entre risas. En bachillerato, cuando tenía que decidir su futuro, vio en televisión que Karlos Arguiñano hablaba de una escuela de hostelería en Zarautz (Guipúzcoa). «Lo vi claro; llamé y me dijeron que quedaba una plaza».

Años después, en la gala de las Estrellas Michelin de Sevilla de 2019, ella y su marido, Adrián de Marcos, cumplían el sueño de entrar al olimpo de las Estrellas con su restaurante Magoga, de Cartagena. Abierto desde 2014, este establecimiento es ejemplo de la alta cocina. Ahora, lo más importante para María es «seguir mejorando» y hacer de Magoga una perfecta combinación entre el Campo de Cartagena, el Mediterráneo y el Mar Menor.

De las dudas del comienzo a la liberación ante los fogones, por Pablo González Conejero (Chef Restaurante Cabaña Buenavista)

Era una mañana soleada de hace ya algunos años. Sobre las once esperaba a una pareja que se había puesto en contacto conmigo. No les conocía. El sol atenuaba el frescor de esa mañana de otoño que bañaba de luz esos fastuosos jardines que tengo la suerte de disfrutar cada día. Solo me habían dicho que querían verme y la única referencia era que se habían formado en el mismo lugar que yo lo hice en el siglo pasado, en el Alto de Miracruz, Vinagres, el restaurante Arzak.

Me encontré una pareja tremendamente tímida. Su mirada transmitía ese temor de unos jóvenes ante algo nuevo que imagino era su referencia. Estuvimos charlando largo tiempo, una conversación tranquila, pausada, en la que me mostraron sus problemas, miedos, y por qué no decirlo: sus sueños.

La verdad, soy bastante sentimental, y cuando alguien te abre su corazón de esa manera me transporto muchos años atrás, en los que no sabía que iba a ser de mi vida. En ese momento buscas consejo, alguien que hable con franqueza y que haya pasado por tu situación. Estaban preocupados por no entender una ciudad difícil, poco acostumbrada a la cocina que ellos querían hacer, además de otras cosas que se quedarán en conversación íntima que no debe trascender.

Sinceramente, les traté como si mis hijos fueran, y les aconsejé con honestidad lo que a mi humilde parecer era una forma de entender la hostelería. Ellos escuchaban, se miraban de manera cómplice, y estoy seguro de que en sus pensamientos esa mañana habían más dudas que nunca. Marcharon con un «gracias» y una mochila llena de dudas, proyectos y sueños.

Me consta que se pusieron a trabajar como hay que hacerlo, en silencio, de manera concienzuda y convencidos de que esas dos polillas, a base de dar contra el cristal, se colarían en la bombilla. Han sido años largos, duros, muchas veces ingratos, otros felices, pero sobre todo años con la convicción de hacer un buen trabajo, y con la creencia en ellos mismos de que iban por el camino adecuado, a pesar de tantos opinadores gratuitos que no se dan cuenta de que los sueños, con trabajo y tesón, se pueden conseguir. Nadie tiene derecho a destruir gratuitamente nuestras ilusiones.

El final de la historia ya lo conocen, con una salvedad. No es el final, sino el principio de un libro que comienzan a escribir María y Adrian. Llenarán sus páginas de risas y llantos, de madrugones y preocupaciones, pero también de esa satisfacción por el trabajo bien hecho que nada ni nadie les podrá arrebatar. ¡Felicidades!