El modelo social y profesional de la agricultura está cambiando a pasos agigantados y por el camino se está quedando el agricultor pequeño y mediano en favor de las grandes empresas para las que éstos terminan trabajando. Es lo que ha llevado a la organización agraria Coag a denominar el proceso de 'uberización' del campo.

El presidente de esta organización en la Región de Murcia, Miguel Padilla, ya lo comentó el pasado mes de diciembre, durante el balance del año agrícola: en la agricultura está ocurriendo lo que ya pasa con el porcino, la concentración en manos de unos pocos de todo el sector, y donde solo el 20% del total se mantiene en manos independientes. El resto está integrado.

Padilla indicó que en el sector agrario están entrando fondos de inversión de otros países «que se llevan la riqueza de la Región» fuera de aquí.

El futuro pues no es muy halagüeño: «Será una agricultura sin agricultores, que son los únicos que se preocupan de preservar los terrenos lo mejor posible porque viven de ello, y que reinvierten aquí». Una situación que «ha empezado ya y será imparable», insistió.

En el reciente informe de Coag (realizado a nivel nacional) se destaca que estos cambios se están dando en todas las zonas productoras y tanto en la agricultura como en la ganadería.

En concreto en la Comunidad murciana, la organización pone de ejemplo lo que está ocurriendo con la uva de mesa, de la que la Región es la principal productora a nivel nacional: cultiva 6.364 hectáreas del total de 13.903 (46 por ciento), y produce el 66% del total de toneladas. Además, el 68% de las uvas exportadas parte de la Región, según datos de 2018.

Estas cifras demuestran el peso importante que este sector tiene en la economía regional, pero Coag apunta que, al igual que ha pasado en el ganado porcino, el modelo de integración «crece a pasos agigantados» y cada vez entra más capital externo a través de fondos de inversión y de capital de riesgo.

Mientras, el número de agricultores dedicados a producir uva de mesa «ha caído de forma importante» y los que han sobrevivido a la reestructuración son prácticamente «obreros agrarios».

Pero ¿qué conlleva la integración? Los agricultores asumen el riesgo productivo y mantienen la propiedad de la tierra. Tienen contratos de compraventa del producto a largo plazo con las empresas y, a cambio, reciben asesoramiento técnico, insumos productivos (materia prima) y permisos para plantar y producir las variedades propiedad de la integradora. Eso sí, tienen que pagar el 'royalty'.

Los costes son elevados porque se busca un producto de calidad. «Los precios que se pagan al agricultor cubren dichos altos costes, pero con una rentabilidad supervisada muy limitada», añade Coag.

La organización agraria afirma que la integración tiene sus claros pero también sus oscuros: «La integradora asegura una rentabilidad en tanto que tenga voluntad de hacerlo».

Ejemplos en uva de mesa

La comercialización la realizan «pocas y grandes empresas», que compran el producto a los agricultores, añade la organización agraria en su informe. En concreto menciona a tres sociedades: Moyca Grapes, con sede en Totana; El Ciruelo, empresa de Alhama; y Frutas Esther (Abarán).

Moyca tiene, según Coag, más de 1.000 hectáreas de producción propia y cuenta con alrededor de una treintena de agricultores asociados o integrados que aportan su producción.

La alhameña El Ciruelo, aporta 2.000 hectáreas propias y un millar que pertenecen a otros agricultores. Estas explotaciones las «dirigimos y controlamos como complemento y refuerzo de nuestra base productiva», destaca la empresas en su página web.

En el caso de la empresa de Abarán, el estudio destaca que está reconocida como OPFH (con lo que puede acceder a fondos europeos), y desde mayo del año pasado tiene entre su accionariado a un fondo de inversión (que a su vez ha invertido en más de 30 empresas desde 2008).