Vivir en un espacio reducido -unos 80 metros cuadrados- junto a otras 65 personas durante 30 días no un escenario que, a bote pronto, se presente apto para todos los públicos. Si a esto le sumamos que no hay ventanas y que usted y sus compañeros se encuentran a 200 metros bajo el mar, la cosa se pone aún más difícil. Pero, como con casi todo en la vida, hay a quienes esta idea no solo les gusta, sino que les apasiona. Y están muy cerca, en el Arsenal de Cartagena.

Aquello es una pequeña ciudad marítima. Un complejo en el que conviven militares de distintos rangos, aspirantes y civiles que, unidos, se esfuerzan para lograr que el engranaje que hace posible la defensa nacional no deje de funcionar ni un segundo. En este caso, todo el trabajo se materializa en torno a tres grandes armas con nombres de vientos: Galerna (S-71), Mistral (S-73) y Tramontana (S-74). Este trío de submarinos -que se completa con el cuarto, el Siroco, que causó baja en 2012 tras 29 años de servicio- se encuentra a la espera de ser renovado por los nuevos S-80, en los que trabaja Navantia. Todos en el Arsenal coinciden en que esta transformación supondrá «un gran salto» al pasar de una tecnología más rudimentaria, basada en lo analógico, a la maravilla digital. Sin embargo, habrá ciertas circunstancias que no cambiarán, como el hecho de que el espacio siga siendo minúsculo y que cualquier misión se conciba como toda una aventura.

Ignacio López es el segundo comandante del Mistral. Se mueve como pez en el agua dentro del submarino. «Estos barcos se dividen en tres zonas: la cámara de propulsión, la de alojamiento y control y la de torpedos», explica a LA OPINIÓN desde las entrañas del buque. El primero de los compartimentos sirve también como 'cámara refugio' y está equipado con una cámara de aire y unos trajes de salvamento especiales que permiten la flotabilidad en caso de abandono del buque. Una puerta de 300 kilos separa esta de la segunda zona, donde los submarinistas hacen las tareas diarias: allí están la cocina, la despensa, la mayor parte de los camarotes -con camas litera de tres pisos en algunos casos-, las habitaciones donde se reúnen y comen, las duchas y los retretes. Solo tienen dos váteres y los 'baños', en caso de ser una misión larga, no pueden durar más de tres minutos porque el agua, como es sabido, es un bien escaso.

Y es que dentro de un submarino la organización es extrema: todos los recursos son escasos y cualquier rincón se aprovecha.

El cerebro del submarino es la cámara de mando. Desde allí se realizan las tareas relacionadas con la seguridad en la inmersión y se controlan dos periscopios, el de ataque, que es óptico, y el de observación. También en esa cámara hay dos timones, palancas de accionamiento, las válvulas que permiten la salida del aire para sumergirse en al agua y una especie de trompeta, que en realidad es un tubo acústico, que permite la comunicación con el puente alto. En el caso del Mistral, completa la fotografía una estampa de la Virgen del Carmen, patrona de los marinos.

La tercera zona -situada en la proa- aloja los torpedos, el arma de los submarinos, así como cientos de cajas que guardan objetos de repuesto. Sobre ellas también se colocan colchones para el descanso de la dotación. Desde allí se puede acceder a la 'bola', el espacio superior y uno de los elementos más característicos para la mayor parte de la ciudadanía, que recuerda a la aleta de un tiburón.

Para controlar este tipo de máquinas es necesario, como en el resto de buques, una formación exhaustiva. Para ello, el Arsenal cuenta con la Escuela de Submarinos, donde los alumnos se preparan a conciencia. En estos momentos, según explica el director del departamento de control de la plataforma de la Escuela, Salvador Bartomeu, hay tres planes de estudio: la especialidad de oficiales -que son nueve meses y acoge a seis aspirantes, una de ellas la primera mujer oficial submarinista de España; la de aptitud de suboficiales -dura cinco meses y cuenta con diez alumnos- y la de aptitud elemental de marineros y cabos -tres meses y cinco estudiantes. En esta Escuela, que también aloja piezas del Museo Naval como controles de mando de hace 50 años, se aprende todo lo relacionado con los submarinos a través de instrucción teórica y práctica, con pruebas físicas y horas de aprendizaje en los simuladores y en el tanque de escape, un tubo de 10 metros donde los alumnos, bajo la atenta mirada de los instructores, recrean salidas de emergencias ataviados con el traje de salvamento.

Navantia está trabajando desde hace años en los nuevos submarinos, que presentan como novedad la posibilidad de generar energía en su interior. Tras problemas de flotabilidad en 2016, el proyecto se pulió y, según las previsiones, la puesta a flote del primer navío tendrá lugar en octubre del próximo año, pero la Armada no los recibirá hasta 2022. En el Arsenal todos están deseando que llegue ese momento.