En el 2015, Antonio Serrano trabajaba en una residencia para personas afectadas por el sida. «Conocía todo lo que tenía que saber», reconoce. Pero a veces el conocimiento no basta para estar libre del peligro. Hay que tener siempre presente que el VIH está en la calle, en personas que, incluso, puede que ni lo sepan. «Cuando dejas de pensar en él, bajas la guardia y no eres persistente en el uso del preservativo». Hace cuatro años, eso es exactamente lo que le pasó.

Antonio disfrutaba entonces de varias parejas sexuales. Con algunas no utilizaba protección. Con quién fue exactamente no lo puede asegurar, pero se lo imagina.

Murcia celebraba el Entierro de la Sardina cuando comenzó a sufrir lo que parecía una amigdalitis. «Otra vez», pensaba, tan asiduo a ponerse malo de la garganta. Acudió a un servicio de Urgencias de Atención Primaria, donde le recetaron antibióticos. Tras varios días con el tratamiento, la fiebre le seguía subiendo por las noches. «Cuando te transmiten el VIH no tienes una sintomatología clara». Llegó a pensar que se trataba de síntomas B, que pueden estar asociados a un linfoma. Lo que estaba claro, después de volver a Urgencias, es que no era bacteriano, sino vírico. Por muchos antibióticos que le prescribieran, no se iba a curar. Tras mandarle corticoide, por si fuera una mononucleosis, y acudir al médico de cabecera para que le diera la receta,éste le pidió una serología.

Acudió solo a por los resultados. Entró en la consulta, se sentó en la silla y el médico, que conoce la profesión de sanitario de Antonio, le acercó los papeles. No iba a necesitar que le explicaran el significado del informe. Hubo un silencio de tres minutos. «El doctor lo hizo muy bien», recuerda, le dejó su tiempo para soportar ese primer bofetón que le daba el virus, saber que lo tienes. Se quedó «en blanco».

Pasó dos o tres semanas en shock, con el ánimo muy bajo. «Existe cierto grado de autoestigma», explica. No obstante, no perdió el tiempo y rápidamente se puso en manos del especialista de la Unidad de Enfermedades Infecciosas de su hospital de referencia. En un mes, la carga viral ya era indetectable. «Tuve mucha suerte porque mi sintomatología fue muy rápida y agresiva». Aunque parezca contradictorio, enfermar, en este caso, por una «amigdalitis» que no desaparecía fue lo que le permitió saber que tenía el virus. «Mucha gente tiene VIH pero no presenta síntomas hasta años después».

No todos los que pasan por este trance tienen el valor que tuvo Antonio para desvelar su situación ante un círculo no tan cercano. «Primero llamé a todas las personas con las que había tenido relaciones de riesgo para decirles que había dado positivo en VIH». Un gesto necesario para evitar que el virus siga transmitiéndose. «Mi médico me recomendó también que se lo contara a un familiar». Entonces habló con su madre, quien se lo tomó como se lo tiene que tomar una madre, con mucha naturalidad y ganas de tirar hacia adelante: «Bueno, pues ya sabes, una pastilla toda tu vida». Esta actitud es, precisamente, lo que tanto echan en falta las personas con VIH. Después, lo dijo a los demás.

Antonio siguió los años siguientes viviendo con normalidad, pero notaba que en la Región todavía había mucha desinformación sobre este asunto. «Llegaron a preguntarme si podía seguir trabajando como sanitario». Evidentemente sí, este virus solo se transmite a través de los fluidos sexuales, de la sangre o de la leche materna; y ni siquiera es así cuando la carga es indetectable.

Mucho por explicar y muchos estigmas que combatir, así llegó Vihsibles en mayo de este año. «Creé esta asociación junto con mi compañero David Lorca -psicopedagogo que se encarga del área de Cartagena- para visibilizar realmente el VIH, un virus con el que se puede vivir una vida plena». Además de «ayudar a los afectados», Vihsibles desarrolla su acción a través de dos programas. «Por un lado, la educación entre iguales. El nuevo afectado interioriza el diagnóstico a través de otra persona con VIH con experiencia». Antonio es, precisamente, uno de los dos «orientadores» de la asociación. «Y luego está la ayuda mutua. Muchas personas viven solas su diagnóstico, sus miedos... Por ejemplo, el momento de tomar la pastilla -ahora el tratamiento más generalizado se reduce a un único comprimido- es angustioso, te recuerda que tienes VIH. Nosotros contamos con espacios seguros en donde estamos libres de la estigmatización social», comenta. Pero la labor de esta asociación va más allá. «Aparte de ayudar a personas que viven con el VIH, debemos ayudar a la sociedad a que prevenga la transmisión de la infección y a evitar la discriminación. Eso solo se consigue a través de campañas de intervención social», detalla.

Gracias a Antonio y a Vihsibles, la Región normaliza cada día un poco más el VIH, una infección por la que ya no hay que tener miedo a la muerte. Y queda mucho trabajo por hacer: «La gente ni se acuerda de qué significa el lazo rojo». Mucho trabajo.