Me hace dos peticiones: prefiere hablar de cuestiones generales que de casos particulares y le gustaría que su fotografía fuera luminosa, no tan tenebrosa como las habituales en la serie («me gusta la luz», me dice en afirmación que compendia toda una filosofía de vida). A las dos le pongo pegas. Pero, de amabilidad infinita, me concede la entrevista. En la conversación despliega una amplia cultura. Entiendo por qué prefiere hablar en general que centrarse en casos particulares: es un ser teórico; podría decirse que un filósofo. En todo caso, acaba transigiendo en ambas peticiones.

Nacido en Barcelona, el tercero de diez hermanos, recaló joven en la capital del Segura, cuando sus padres se trasladan aquí, cursando el Bachillerato en el instituto Floridablanca y estudiando Derecho en la UMU. Casado y con dos hijos, la parejita. Admite que no sabe dejar los problemas en el despacho, que es de quienes se llevan los casos a casa. Para destensar, algo de deporte y algo de ocio ilustrado. De deporte, bici y natación. Como lector, nada de cosas de chichinabo: le tira a los clásicos. Me habla de Crimen y castigo, otra de mis obras de referencia. También yo soy, le confieso, adepto de la bici y al nadar. Parece que vamos a hacer buenas migas. Lo que hacemos, de momento, es la entrevista que se disponen ustedes a leer. Cosa buena.

Usted defendió a Rabadán, el asesino de la catana. Supongo que ha sido su caso estrella.

El suceso tuvo un enorme impacto social y emocional en todas las personas implicadas. El caso nos exigió un esfuerzo sobrehumano por diferentes razones. Nunca antes habíamos conocido en nuestro país un crimen de semejantes características. La ley penal en vigor en el momento del crimen era el código penal de los adultos, pero meses después del suceso debía entrar en vigor la nueva Ley Penal de los Menores, por lo que el régimen jurídico cambiaba en medio del proceso. No existía jurisprudencia previa que pudiera interpretar cuestiones dudosas o novedosas. No existía experiencia entre los abogados, fiscales o jueces. Todo era inédito. Este crimen provocó que antes de la entrada en vigor de la nueva norma se modificase dos veces, a pesar de ser una Ley Orgánica que requería mayoría cualificada. Supuso también un cambio en los medios de comunicación. Para mí, personalmente, supuso un esfuerzo de tal magnitud que, de haberlo sabido antes, creo que me habría pensado mucho si asumirlo. Hice lo que en conciencia pensé que era lo mejor en todos los sentidos. Creo que lo hicimos muy bien. No me arrepiento.

¿En qué sentido dice que el caso supuso un cambio en los medios de comunicación?

En el tratamiento y seguimiento mediático tan exhaustivo que hicieron. En la impresionante cobertura por parte de medios no especializados. En el riesgo que corrieron muchos medios publicando la imagen del menor.

He oído decir que cuando salía a pasear con él le pedía que fuera delante. ¿Le daba miedo?

Las leyendas casi siempre suelen tener parte de verdad, pero nunca toda. No tuve miedo por mí, pero debo reconocer que, dado que no estaba claro si tenía una enfermedad mental y de qué categoría, en alguna ocasión sí me asaltó la preocupación por si aquel joven podía sufrir algún tipo de alteración psíquica o explosión emocional que provocase un ataque hacia otras personas. Personalmente, yo siempre estuve tranquilo. Nuestra misión sincera fue ayudarle y realizar, además, un servicio público a la sociedad. Por mi parte, siempre traté a José Rabadán como un ser que necesitaba ayuda. Así lo pensé siempre. Él me trató en todo momento con muchísimo respeto y reconocimiento. No dejaba de ser un niño.

¿Qué sintió cuando vio que José Rabadán aparecía en un documental, Yo fui un asesino

Fue una decisión muy personal. En mi opinión, es muy arriesgado mostrarse públicamente y que el mismo autor de los hechos reavive un suceso tan trágico. Puede tener repercusiones profesionales, como rechazos y suspicacias. Otro aspecto, no menor, es la afectación en familiares directos, en especial, los hijos (tiene una hija). No hay que olvidar las posibles reacciones sociales de vecinos o personas cercanas que desconocieran su pasado. En la universal obra de Sófocles, Edipo Rey, el protagonista se obstinó en remover el pasado para averiguar, a su pesar, que él mismo había sido quien dio muerte a su padre y mantenido relación incestuosa con su propia madre. Este empeño del rey originó consecuencias nefastas, terminando con el suicidio de su esposa-madre y con él ciego y desterrado. Volviendo a nuestro caso, yo no fui partidario de esa aparición mediática. Pero como dice nuestro castizo refranero: a lo hecho, pecho.

Noviembre de 2011. Mazarrón. Un chico de 16 años, Adrián Adame Gallego, cae muerto de un balazo en la cabeza. El culpable coleccionaba los antecedentes por robo con violencia y esa misma noche asesinó a otra persona. Usted representó a la familia de la víctima y supongo que, ante casos así, está a favor de la prisión permanente revisable.

Siempre he defendido la rehabilitación del delincuente. La recuperación social de quien ha tenido una conducta antisocial. La prisión permanente revisable parece ir en contra de este principio legal. Pero hay individuos que no merecen el calificativo de 'ser humano'. Se trata de personas de peor calaña que los animales, que, por definición, tienen 'ánima'. El asesino de Adrián entra en la categoría de seres sin alma, un desalmado. Aquellos no sólo fueron dos crímenes execrables, sino que el autor, en mi opinión, es un individuo irrecuperable y será peligroso mientras viva. Para la categoría de los psicópatas mafiosos, considero necesaria la prisión permanente revisable. Solo para ellos. En relación a aquel triste suceso, me voy a permitir hacer una confesión: yo tenía hijos en edad próxima a la de Adrián; el mismo día que recibí la visita de los padres, Maxi y Toñi, mi propio padre murió a la misma hora que yo los atendía en mi despacho. No sé si por estas circunstancias, pero lo cierto es que conecté profundamente con el dolor de esos padres. Un sufrimiento que los persigue como una tenebrosa sombra acechante. Me gusta recordar a los perjudicados y olvidar a los asesinos. A las víctimas, homenajes. Con los criminales, olvido. Pienso que, como hacían los romanos con sus enemigos, contra los asesinos deberían dictarse condenas de la memoria, 'Damnatio memoriae', borrando todo signo que los recuerde.

Enero de 2017, Murcia. Lucía, la Intocable, recibe una paliza por parte de cuatro ultras de extrema izquierda. Después resulta que Lucía, ultra de extrema derecha, no era ninguna santa y acabó también detenida. Un caso un tanto rocambolesco.

Este caso ha sido injusto desde el principio. En la paliza que le dieron en el centro de Murcia se destacó más la presunta pertenencia de la joven a grupos de extrema derecha que la agresión en sí misma. La víctima tuvo que dar explicaciones, abrumada por las redes sociales, reflejo de nuestra actual sociedad irritada y embrutecida. Pocos días después, empujada por tanta presión, decidió ir a vivir a otra Región y acudió a un bar para despedirse de una amiga. En esa ocasión se originó una pelea y la joven se limitó a tratar de sacar a su amiga del tumulto. Pero la 'fama' que se le había dado provocó que fuera señalada como agresora, cuando realmente no lo fue. Se podrá decir que la defiendo porque soy su abogado, y es cierto. Pero puedo asegurar que desde hace años prefiero ponerme del lado de las víctimas y, si usted me ve defender a alguien, puede estar seguro de que es inocente, o por lo menos tendrá serias razones para ser defendido. Este es uno de esos casos injustos dignos de defensa. Es difícil interceder por aquel a quien todos acusan. Pero es importante hacerlo cuando tú sabes que es inocente. Muchas veces debemos luchar contra muchos prejuicios, a contracorriente. En este caso, se produce una injusticia similar a la del famoso capitán francés de origen judío, Alfred Dreyfus, de quien Émile Zola escribió su célebre J'accuse (Yo acuso). Aquí, 'Yo defiendo'.

¿Algún caso de esos que dejan huella en el alma?

Los asuntos de los que hemos hablado me han dejado una profunda y dolorosa marca. Pero hay otros en los que la huella ha sido más dichosa. Recuerdo el caso de un juicio contra 45 personas, donde todos fueron condenados menos uno: nuestro cliente; fue el único absuelto y eso aporta una enorme satisfacción personal y profesional. La lista de asuntos y personas me han marcado en todos estos años sería interminable, pero por su sufrido y largo recorrido judicial, me viene a la memoria el caso de una médico de Murcia que por un caso del año 2000 y tras acudir a todas las instancias judiciales, logramos finalmente una sentencia favorable ante el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo en el año 2010. Diez años es mucho tiempo para que se haga justicia, pero fueron necesarios. Este tipo de éxitos renuevan los ánimos para continuar.

Se suele acusar a los políticos de intentar ganar votos endureciendo el Código Penal. Saben que eso vende.

Tenemos un Código Penal terrorífico. La población reclusa en el año 2018 fue de casi 60.000 presos, muchos más que en épocas pasadas. Resulta chocante que con más democracia, más libertad y más educación se haya multiplicado hasta en un 600 por cien el número de personas en prisión. Hoy día se puede pasar en un instante de ser ciudadano intachable a ser un delincuente (una broma de mal gusto que se considera delito; pisar un poco más el acelerador; descargarse material de Internet; no pagar una deuda). Hay muchas conductas que podrían corregirse por otros medios diferentes a una condena penal.

Me está costando encontrar un solo penalista que defienda el tribunal popular. Me han llegado a contar que se suele ver a los miembros del tribunal despistados e incluso, en algún caso, dando alguna cabezada.

El jurado es una institución tradicionalmente ajena a nuestro sistema jurídico. El ciudadano tampoco tiene asumida la cultura de participar en el proceso judicial; se siente incapaz, ignorante. Los juicios con jurado son muy costosos, por la enorme cantidad de personas que deben intervenir y por la propia metodología del proceso en sí. Suelen ser juicios mucho más largos, de varios días, incluso varias semanas o meses. En cambio, permiten acercar a los ciudadanos de a pie a la administración de justicia. Mi experiencia me dice que los ciudadanos son tan sensatos como un juez profesional. Cualquier tribunal puede dictar una sentencia controvertida, ya sea un jurado o un tribunal profesional. He visto jurados de todo tipo, pero la mayoría con un gran sentido de responsabilidad y el deseo de acertar. La esencia de esta institución es muy positiva, solo hace falta paciencia para que vaya calando en la ciudadanía. Paciencia.