A muchos de mi generación nos cuesta hablar de Franco. No tienen problemas los que, nada más escuchar el nombre, empiezan a soltar por la boca toda clase de improperios, ni aquellos otros que, al oír 'Franco', aunque se refieran a la antigua moneda francesa, se les va el brazo derecho hacia arriba, con la palma de la mano hacia abajo, de un modo mecánico, como si alguien les hubiera apretado un resorte quién sabe dónde. Pero otro montón de nosotros que vivimos la transición democrática elaboramos una serie de razonamientos para intentar superar aquel puñetero régimen y olvidarnos de él lo antes posible. Entre aquellos recursos, estaba el de tratar de recordar que existía gente a la que le había ido bien en el franquismo, y que, por lo tanto, tenían que ser franquistas, aunque muchos trataran de disimularlo. El hecho de que a ti no te hubiera ido bien en absoluto no te hacía el dueño de la situación, sino un elemento más del asunto, otro igual, así que lo mejor que podías hacer es tratar de que lo nuevo, la democracia, funcionara, y, aunque tuvieras tu alma en tu armario, pensar más en el presente y en el futuro que en el jodido pasado.

Todo esto del traslado de los restos de Franco nos ha obligado a volver a repensar aquello. Veo absolutamente lógico que un dictador no tenga un monumento en su honor y recuerdo, así que es natural que lo trasladen a un cementerio donde su familia pueda llevarle unas flores el día de Todos los Santos, y fregarle la lápida a conciencia como hacen las personas de bien. Entiendo que a los franquistas le moleste no tener una basílica para ir a rezarle, o a hacerle qué se yo, pero en el cementerio de El Pardo estará la tumba para ponerle encima todo lo que quieran. En Colliure, en Francia, en un cementerio pequeño y la mar de bonito, miras desde lejos y ves todas las tumbas normales, con sus flores casi todas, allí puestas una al lado de la otra, y, en medio, una llena de coronas, de ramos, de banderas republicanas y de las otras, de velas y luces. Es la tumba de Antonio Machado que se murió allí, exiliado, el pobre. Pues, oye, que los adeptos a Franco hagan lo mismo. Por cierto, que me da la impresión que esos adeptos no van a ser los mismos que los de Machado.

Y entiendo muy bien el cabreo que se han cogido los nietos del dictador con que les muevan de sitio a su abuelo, primero por eso, porque es su abuelo y la sangre es la sangre, oiga, y, además, porque es un abuelo que les ha dejado una fortuna calculada en 500 millones de euros, y estoy seguro de que a esos abuelos tan generosos se les quiere más. Fíjense ustedes lo que es mirar por el futuro de la familia de uno: no sé de cuánto sería el sueldo del generalísimo, pero hay que ver cómo les cundió el ahorro. Imagino a doña Carmen Polo cada mes, cuando le llegara el sobre con el sueldo, haciendo los apartijos: esto para la luz, esto para el agua, esto para la comida, y esto para el ahorro, para que mis nietos el día de mañana tengan algo de sus abuelos. Y ahí tienen, 500 millones de euros, que, como ahorraban en pesetas, serían unos 80.000 millones de pesetas. ¿No se van a disgustar los nietos?

Con el único que estoy disgustado yo en todo este asunto es con el fraile, con el prior de la basílica porque no he visto nada más rancio en mi vida. Es que parece que ha dicho: 'a franquista a mí no hay quién me gane', y ha tratado hasta de estar por encima del Tribunal Supremo, como si todavía anduviéramos en la Edad Media y se hubiera refugiado en su iglesia un perseguido por la justicia. Joder con el cura. Claro que creo que fue en una lista a las elecciones por un partido falangista, y, eso, allá él, pero, bueno, que podría haber pensado que esas actitudes en público hacen que la gente identifique a la iglesia católica con el prior, y a ver qué tiene que ver semejante fachendurrio con un fraile que se está jugando la vida en África por ayudar a los demás, no sé si me explico.